“Veo otra ley en mis miembros, que batalla en contra de la ley de mi mente.”—Rom. 7:23 La teoría del doctor Böhl, de que el pecado es una simple pérdida, omisión o falta, es un error casi tan grave como el Maniqueísmo.
Esto no debe malentenderse. Esta teoría no niega que el pecador sea impío, ni que deba ser santo. Establece dos cosas:
1) que no hay santidad en el pecador; pero—y esto indica el carácter real del pecado—
2) que debería haber santidad en él.
Una piedra no oye y un libro no ve. Sin embargo, el uno no es sordo, ni el otro es ciego. Pero el hombre que ha perdido tanto el oído como la vista es ambas cosas, ya que para su ser como hombre, ambas son esenciales. Una silla no puede caminar. Sin embargo, no es coja, ya que no se espera de ella que camine. Pero el minusválido es cojo, ya que el caminar pertenece a su ser. Un caballo no es santo, ni tampoco es pecador. Pero el hombre es pecador, ya que no es santo, y la santidad pertenece a su ser. Un hombre no santo es anormal y anti natural. El pecado, dice San Juan, “es injusticia,” no conformidad con la ley, o literalmente, sin ley, anomia. Por tanto el pecado sólo aparece en seres sujetos a la ley divina, moral, y consiste en la no conformidad con esa ley.
Hasta aquí, esta perspectiva sólo presenta clara y pura verdad. Cada esfuerzo por darle al pecado una entidad positiva e independiente contradice a la Palabra y conduce al Maniqueísmo, como se puede ver en los hermanos moravos, quienes, al menos en cuanto a otros temas, son fervientes y concienzudos.
Las Escrituras niegan que el pecado tenga un carácter positivo, lo que implica que tenga un ser independiente. El ser independiente es, o bien creado o no creado. Si no ha sido creado, debe ser eterno, y en esto sólo está Dios. Si ha sido creado, entonces Dios debe ser su Creador, lo cual no puede ser, ya que Él no es el autor del pecado. Por tanto, la Escritura no enseña que el poder del mal es inherente a la materia sino a Satanás. ¿Y qué es Satanás? No es una substancia malvada, sino un ser creado para santidad y dotado de santidad, quien se entregó y se profanó y se enredó a sí mismo sin esperanza de redención, volviéndose absolutamente corrompido. La doctrina de Satanás se opone a la falsa noción que el pecado tiene una entidad. La idea de que el pecado es un poder, en el sentido de ser una facultad que se ejerce por un ser independiente, es contraria a la Escritura.
Hasta aquí concordamos plenamente con el Dr. Böhl, y reconocemos que él ha mantenido la convicción clásica y tradicional de los creyentes, y la confesión positiva de la Iglesia. Pero, a partir de esto, él infiere que, antes y después de la caída, Adán permaneció igual, con la sola diferencia que después de la caída perdió el esplendor de la justicia en la que hasta entonces había andado. En cuanto a sus poderes y a su ser, Adán permaneció igual. Esto es lo que nosotros no aceptamos. Esto asemejaría al hombre a una lámpara que arde brillantemente, pero que pronto se apagará, cuando se vuelva un cuerpo oscuro. O como una chimenea radiante, con el brillo y calor del fuego en un momento, pero fría y oscura en otro. O como un pedazo de hierro magnetizado por la corriente eléctrica, que le da poder para atraer, pero al removerse la corriente, deja de ser un magneto. Cuando la luz se ha apagado, la lámpara permanece intacta. Cuando el fuego se ha apagado, el hogar permanece como era antes, y cuando el flujo eléctrico abandona el hierro, este sigue siendo hierro.
Y eso es lo que el Dr. Böhl afirma en cuanto al hombre. Del mismo modo que la corriente pasa a través del hierro y lo magnetiza, así la justicia divina pasa a través de Adán para hacerlo santo. Tal como la lámpara brilla cuando ha sido prendida por la chispa, así también Adán brilló cuando fue tocado por la chisca de la justicia. Y tal como el hogar brilla con el fuego, así también Adán estaba radiante con la justicia creada en él. Pero ahora el pecado entra en escena. Esto es, la lámpara se apaga, el hogar se vuelve frío y el magneto es simplemente hierro otra vez. Y el hombre permanece privado de su esplendor, en oscuridad e incapaz de atraer. Pero en lo restante, permanece tal como él es. El Dr. Böhl dice expresamente que el hombre permaneció igual antes y después de la caída.
Con esto no estamos de acuerdo. Como pecador seguía siendo hombre, indudablemente, pero un hombre como los padres confesaron en el concilio de Dordt (3º y 4º, Principios de Doctrina [Head of Doctrine], art. Xvi): “Que el hombre después de la caída no dejó de ser una criatura dotada con entendimiento y voluntad, ni tampoco el pecado, que pervirtió a toda la raza humana, le privó de su naturaleza humana, sino que le trajo depravación y muerte espiritual.”
La declaración del Dr. Böhl contradice directamente con esta confesión pura de las iglesias Reformadas. No, la criatura no permaneció intacta, sino que el pecado le hirió tan gravemente que se volvió corrupta, aun hasta la muerte. Y aunque reconocemos que el pecado no tiene un ser real en sí mismo, aun así con igual decisión confesamos, con nuestra iglesia, que sus obras no son de ninguna manera exclusivamente negativas ni solamente privativas, sino que ciertamente muy positivas.
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper