Tan triste como abrumador pueda resultar este hecho, la muerte de cada persona es solamente la mitad del problema del pecado. Además del grado del pecado debemos considerar su alcance. ¿Sólo alcanza a Adán y a Eva, y a los que como ellos eligen la rebelión? ¿O acaso alcanza a todos? Podríamos creer que la universalidad de la miseria humana sería razón suficiente para responder con claridad a esta pregunta. Sin embargo, los que rechazan la concepción bíblica sobre la naturaleza del pecado («No es tan grave como lo describe la Biblia») podrían rechazar este argumento. Podrían argumentar que la corrupción debida al pecado no es verdad para la universalidad de la raza; y además, si todas las personas han sido afectadas por el pecado, esto es debido a circunstancias externas y no a que haya algo intrínseca y universalmente malo en su interior. El intento moderno es ubicar al pecado en la injusticia de las estructuras sociales.
La pregunta queda, entonces, planteada en estos términos: ¿El pecado afecta a todos los seres humanos en el sentido de que están inevitablemente afectados por la trasgresión de Adán y Eva? La respuesta bíblica es clara. Pablo escribe que «por la trasgresión de aquel uno murieron los muchos» (Ro. 5:15); «por la trasgresión de uno solo reinó la muerte» (vs. 17); «por la trasgresión de uno vino la condenación a todos los hombres» (vs. 18); «por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores» (vs. 19); «…en Adán todos mueren» (1 Co. 15:22); «por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Ro. 3:23).
Una lectura detenida de estos pasajes de los cuales hemos tomado estos versículos, sin embargo, nos demuestra que están haciendo referencia a algo más que la universalidad del pecado humano. Que todas las personas pecan podría ser afirmado por cualquier escritor secular honesto. Lo que un escritor secular posiblemente no diga, sin embargo, si bien está dicho con toda claridad en la Biblia, es que existe una conexión necesaria entre todas las ocurrencias individuales del pecado. En otras palabras, el asunto no gira en torno al hecho de que todas las personas pecan y por lo tanto son pecadores, si bien esto es cierto. El asunto es que todos pecan porque son pecadores. El pecado original de Adán y la culpa por el pecado de algún modo u otro han pasado a toda la raza humana. La concepción bíblica es que Dios encuentra culpable a toda la raza debido a la trasgresión de Adán.
¿Hay algo que la persona natural encuentre más difícil de aceptar que esta doctrina? ¿Ser culpable por imputación? Es difícil imaginarse algo que resulte más ofensivo a las ideas de justicia humana y juego limpio. Por esto es por lo que se ha arremetido en varias ocasiones contra esta doctrina en un lenguaje particularmente abusivo. Se cree que esta doctrina no es digna de Dios, es escandalosa, repulsiva, razón valedera para despreciar por siempre a un Dios que opera de esa manera. Algunos creen que se trata de una doctrina tan injusta que no tiene defensa posible. ¿Pero es esto así? Antes de rechazar de plano la doctrina del «pecado original», sería conveniente analizar si no podría representar, en realidad, la verdadera situación.
La verdad o falsedad de la doctrina del pecado original puede establecerse con la respuesta a la siguiente pregunta, muy sencilla: ¿De dónde proviene el pecado si no es de donde la Biblia nos dice que proviene? Las consecuencias del pecado las vemos en las diversas formas que asume la miseria humana y, en último término, en la muerte. Podemos estar de acuerdo en que en muchos casos esta miseria es el resultado directo de nuestros propios pecados y fracasos. El fumador empedernido en realidad no tiene a nadie a quien culpar por su cáncer de pulmón excepto a sí mismo. El glotón que no come con moderación es el único culpable por la condición débil de su corazón. Pero no se trata sólo del fumador empedernido que desarrolla un cáncer ni del glotón que tiene un corazón débil. También son afectados aquellos que no hacen nada para que tales consecuencias recaigan sobre sí mismos. Los niños, y aun los bebés, sufren. ¿Cómo es posible explicar los defectos de nacimiento, los cólicos, los cánceres en los recién nacidos y otras formas de sufrimiento que padecen los inocentes, si no es según las enseñanzas bíblicas?
En lo que a mí respecta, en el transcurso de toda la historia de las ideas solamente ha habido otras dos respuestas. Una de ellas en realidad ni siquiera es una respuesta, y la otra es inadecuada. La primera respuesta afirma que la maldad es eterna. Es decir, que la maldad ha existido desde el principio, de la misma manera que el bien ha existido desde el principio; por lo tanto, la vida se caracteriza por esta mezcla. Pero el afirmar simplemente que el pecado o la maldad siempre han existido no constituye en realidad una respuesta. Además, como explicación de la realidad, esto se ha mostrado en infinidad de ocasiones como algo insatisfactorio porque, cualquiera sea la posición filosófica de una persona, él o ella acabarán inevitablemente por tomar partido por uno u otro lado, por lo general del lado que explica la maldad como una derivación o una corrupción del bien. Pero, no se está explicando la universalidad del pecado.
La otra explicación se la conoce popularmente como la reencarnación, la trashumación o la metapsicosis de las almas. Es la idea que supone que cada uno de nosotros ha tenido una existencia previa y, posiblemente, una existencia anterior a esa y otra con anterioridad, y así sucesivamente. La maldad que heredamos en esta vida se supone que nos viene debido a lo que hemos hecho en encarnaciones anteriores. En defensa de esta perspectiva deberíamos decir que al menos es un intento serio de explicar nuestro estado actual sobre la base de acciones individuales específicas. Por consiguiente, intenta satisfacer la idea básica de justicia que todos compartimos, o sea, que cada uno debe sufrir por sus propios pecados y no por los pecados de los demás. Pero como explicación final es claramente insatisfactoria. Porque inmediatamente deseamos preguntarnos: ¿Cómo fueron los hechos para que las personas hicieron maldades en su existencia anterior? La respuesta que nos aporta la reencarnación es ubicar la pregunta más atrás en el tiempo sin resolver la dificultad.
¿Qué otra respuesta existe? Ninguna, con excepción de la respuesta bíblica: la universalidad del pecado es el resultado del juicio de Dios sobre la raza, como consecuencia de la trasgresión de Adán. Adán era el representante de la raza. Nos representaba delante de Dios por lo que, como nos dice Pablo, cuando cayó nosotros caímos con él y fuimos afectados inevitablemente por los resultados de su rebelión.
Es todavía posible concebir que una persona pueda seguir el argumento cristiano hasta este punto, y estar de acuerdo en que la doctrina sobre el pecado original es la única explicación posible acerca de la universalidad del pecado, tal como la conocemos. Pero él o ella todavía podrían estar enojados contra un Dios que actúa tan injustamente. ¿Tienen razón estos objetores? Aunque el panorama que pinta la Biblia fuera cierto, ¿no deberíamos odiar a Dios quien es tan arbitrario como para juzgar a todos los hombres por la trasgresión de un hombre?
En realidad, el hecho de que Adán haya sido el representante de la raza es una prueba de la Gracia de Dios.
En primer lugar, fue un ejemplo de su gracia hacia Adán. Porque no hay nadie que pudiera haber sido mejor indicado para crear un sentido tan elevado de responsabilidad y obediencia en Adán como el saber que lo que él hiciera con respecto a los mandamientos de Dios afectaría a incontables miles de millones de sus descendientes. Podemos apreciar esto incluso en el campo más limitado de la familia humana. Porque, ¿dónde hay un padre, o una madre, que no hayan sido influenciados para bien con el pensamiento que lo que hagan afectará a su descendencia para bien o para mal? Los padres que se inclinan a la bebida es posible que no consuman tanto si saben que sus hijos sufrirán por su alcoholismo. Los padres que tienen oportunidad de robar, es posible que no roben cuando piensen que si fueran descubiertos herirían irremediablemente a su familia. Del mismo modo, el conocimiento de los efectos de su pecado sobre el resto de la raza humana debería haber actuado como un freno sobre Adán. Debería haber sido un poderoso incentivo para el bien. Si Adán cayó, fue a pesar de la gracia que Dios manifestó hacia él y no como una reacción frente a un decreto absolutamente arbitrario, que hasta podría ser justificado.
Pero hay algo todavía más importante, la naturaleza del pecado de Adán es representativa porque nos muestra un ejemplo de la gracia de Dios hacia nosotros, porque sobre la base de esa representación Dios tiene el poder de salvarnos. Pablo dice: «Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Ro. 5:19). Si el lector, o yo, o cualquier ser humano fuésemos como los ángeles, que no tienen familia ni relaciones representativas, y si fuésemos juzgados como fueron juzgados los ángeles cuando cayeron -inmediatamente, individualmente, y por su propio pecado (que es como la mayoría de los hombres y las mujeres creen que les gustaría ser juzgados)- no habría esperanza de salvación, del mismo modo que los ángeles caídos no la tienen. Pero como somos seres que vivimos conectados con nuestros semejantes y como Dios ha elegido tratarnos de ese modo, tanto con respecto a Adán y a su pecado como con respecto a Jesús y su justificación, es por lo que es posible la salvación. Porque en Jesús los que somos pecadores somos hechos justos. Nosotros que estamos «muertos en los delitos y pecados» podemos ser resucitados espiritualmente.
Las bendiciones de la salvación provienen, no de luchar contra los designios de Dios o de odiarlo por lo que consideramos una injusticia, sino cuando aceptamos su veredicto sobre nuestra verdadera naturaleza como seres caídos y con fe nos volvemos a Cristo buscando nuestra salvación.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice