No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:21-23).
El siguiente peligro [del autoengaño] es el de aquellos cuyo interés principal y primario está en lo que se podría llamar la apologética o la definición y defensa de la fe, en lugar de interesarse por una relación genuina con Jesucristo. Éste es un peligro acerca del cual todo predicador debería estar muy al tanto. Muchos que están convencidos de que son cristianos, en realidad sólo están interesados por la apologética. Dedican todo el tiempo a argüir acerca de la fe cristiana, a defenderla, a condenar el evolucionismo, a condenar la psicología y otras cosas que parecen atacar los puntos vitales de la fe. Éste es un peligro muy sutil, porque estos hombres quizá estén descuidando su propia alma, su propia santidad personal y su relación personal con el Señor. Pero se sienten muy felices porque condenan el evolucionismo y defienden a la fe en contra de este o aquel ataque. Quizá no sólo consideran esto como puntos positivos en su cuenta de justificación, quizá incluso lo utilicen para eludir la tarea del auto examen. La apologética ocupa un lugar esencial en la vida cristiana y es parte de nuestra tarea al defender la fe; pero si no hacemos otra cosa que esto, estamos en una situación peligrosa. Conocí a cierto hombre que era quizá uno de los mejores predicadores evangélicos de su tiempo. Pero cada domingo comenzó a dedicar todo el tiempo en el pulpito a atacar a la Iglesia de Roma y al modernismo, y dejó de predicar un evangelio positivo. La apologética tomó el lugar de la verdad central del evangelio. Es una tentación muy concreta para aquellos que saben razonar, argüir y discutir; y es uno de los ataques más sutiles a los que puede verse sometida el alma.
En consecuencia, ésta es la pregunta que algunos de nosotros deberíamos hacernos constantemente. ¿Descubro que la mayor parte del tiempo lo dedico a discutir con personas acerca de aspectos de la posición cristiana? ¿Descubro que en la práctica nunca hablo a las personas acerca de sus almas y de Cristo y de su experiencia con Él? ¿Estoy siempre, por así decirlo, dando vueltas alrededor de las avanzadas de la Ciudadela? ¿Cuánto tiempo empleo en el centro mismo? “Que cada uno se examine a sí mismo”.
El peligro siguiente es el del interés puramente académico y teórico de la teología. Estos peligros no están limitados solamente a una o dos clases de cristianos; no sólo son reales para el hombre que está excesivamente interesado por actividades y reuniones; sino también para el hombre cuyo único interés es la teología. Su posición es tan peligrosa como la del otro.
Es lo más sencillo del mundo interesarse por el cuerpo de la verdad cristiana, por la doctrina como tal, simplemente como asunto intelectual; y es un peligro muy concreto para algunos de nosotros. No hay ninguna visión de la vida y del mundo hoy día que se pueda comparar a la teología cristiana; no hay nada más atractivo ni más interesante, como esfuerzo intelectual, que el leer teología y filosofía. Sin embargo, por valioso y magnífico que sea, puede convertirse en uno de los peligros y tentaciones más sutiles para el alma. El hombre se puede absorber tanto en la comprensión intelectual, que se olvide de que está vivo, y se olvide de los demás. Dedica todo el tiempo a leer y a disfrutar con la lectura, nunca establece contacto con nadie, no sirve a nadie.
En la historia de la iglesia, vemos que esto ha sucedido a menudo. Primero hay un gran avivamiento. Luego sigue una etapa que se suele describir como de ‘consolidación’. Los convertidos deben madurar, por ello se les enseña teología y doctrina. Pero a menudo encontramos que esto ha conducido a un estado de religiosidad intelectual y aridez espiritual. El ejemplo típico de esto se encuentra en los siglos XVI y XVII, después del gran avivamiento protestante y de la Reforma. Después de la Reforma en Inglaterra, vino la época de los puritanos, con su gran enseñanza teológica. Pero a esto le siguió un período de intelectualismo estéril que continuó hasta que el avivamiento evangélico comenzó en la tercera década del siglo XVIII.
Algo parecido sucedió en las iglesias reformada y luterana. Así pues, si bien creemos que la teología es vital y esencial, debemos recordar que el demonio puede oprimirnos tanto que nuestro interés por ella resulte desordenado y desequilibrado, con la consecuencia de que, en vez de ‘edificarnos’, ‘nos hinchamos’. Al pasar rápida revista a mis treinta años, aproximadamente, en el ministerio cristiano, me doy cuenta de que he visto muchos ejemplos de esto. He observado a esas personas y he visto introducirse en ellas una especie de orgullo intelectual, de orgullo del conocimiento. He visto la tendencia a entrar en componendas en los aspectos éticos y morales, he visto desaparecer de sus oraciones el tono de apremio. Aunque el interés original era justo y bueno, poco a poco se ha apoderado de ellos. Perdieron el equilibrio, se convirtieron en intelectuales a quienes ya no preocupaba la idea de santidad y la consecución de un conocimiento genuino y vivo de Dios.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones