Dios hizo prioritario el llevar a los creyentes al Cielo, de manera que esto fuera un recuerdo constante de su amor y misericordia. Él es un Padre sabio, que conoce el temperamento liviano hasta de sus hijos más obedientes. Por ello piensa ayudarlos visitándolos a menudo y poniendo en sus manos vacías esta o aquella gracia, justo cuando más falta hace. Esta comunicación acentúa doblemente su amor y su gracia; nos recuerda la fuente de toda bendición, y nos asegura que nuestras necesidades siempre se cubrirán.
Cuando encuentras algún consuelo en el alma, fuerza en el deber, apoyo ante la tentación, esto provoca una dulzura especial en tu vida al considerar a aquel Amigo que ha enviado tales bendiciones. Estas no salen de tu almacén, ni de otra persona. Es el Padre celestial quien entra calladamente y deja el dulce perfume de su consuelo. Es su Espíritu bondadoso quien sujeta tu cabeza y tranquiliza tu corazón en lo más duro de la prueba. Es su aroma penetrante lo que evita que desmayes en medio de la incredulidad. ¿Qué alma, así consolada, dudaría por un instante del amor y el cuidado de su Padre?
Te pregunto: ¿Qué amigo te ama más? ¿El que sabiendo de tu necesidad te extiende de inmediato un cheque, lo echa al correo y considera que ha cumplido con su deber para contigo, o aquel que lo deja todo, viene a tu casa y no se marcha hasta estar seguro de que se han suplido todas tus necesidades? Y aún entonces no ha terminado; vuelve una y otra vez hasta que la crisis pasa del todo. A menos que seas demasiado orgulloso para reconocer a tu benefactor, o ames el dinero ante todo, seguramente preferirás el consuelo del segundo.
Dios es esta clase de amigo. Viene a nuestros corazones, mira la despensa, ve lo vacía que está, y envía su provisión para llenarla. “Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” (Mt. 6:32,33), y las recibiréis. Él sabe que necesitas fuerza para orar, para oír y para sufrir por Él; confía en Él para mantener llena esa despensa.
Dios escoge este método para asegurarse que no nos falten las fuerzas. Si se dejaran las provisiones en nuestras manos, pronto seríamos comerciantes en quiebra. Dios sabe que somos débiles, como jarras agrietadas… Si nos llena del todo y nos deja, pronto se sale el contenido. De manera que nos pone bajo la fuente de su poder y nos llena constantemente. Esta fue la provisión que se le dio a Israel en el desierto: Él abrió la peña y no solo se aplacó la sed de ese momento, sino que el agua corrió tras ellos como un arroyo, de forma que ya no se oyeron más quejas a causa del agua. Esta roca era Cristo. Todo creyente tiene a Cristo por respaldo, siguiéndole en el camino, quien proporciona las fuerzas para toda situación y prueba.
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall