La santidad debe estar escrita en la vocación profesional del cristiano tanto como en su culto de adoración. El capataz de obra que obedece el código municipal es tan esmerado al montar la cocina como el salón. Por la ley del cristianismo hay que ser tan esmerados en el trabajo secular como en la adoración. “Sed vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 P. 1:15). No hay que dejar la profesión de fe, como algunos dejan la Biblia, en el banco de la iglesia.
La capacidad más sofisticada del hombre —la de razonar— guía sus actos más sencillos, tales como el comer, beber y dormir. Igualmente, en el cristiano, la gracia —el principio más alto— debe guiar todo su comportamiento. El cristiano no ha de comprar y vender como hombre carnal, sino como cristiano.
El cristianismo no es como un uniforme oficial que se deja a un lado cuando el alto funcionario sale a jugar: “Bueno, señor Tesorero, quédate ahí un rato”. No; donde esté el cristiano, debe andar vestido de santidad. No debe hacer nada que no demuestre que es cristiano. El poder de la santidad brilla en nuestros trabajos respectivos de varias maneras. Mirando el espectro completo se verá “la hermosura de la santidad” (Sal. 96:9) en la simetría de todas las partes.
1.- Diligencia
Cuando Dios nos llama a ser cristianos, lo hace para que nos apartemos del mundo pero no del trabajo. Es verdad que al llamar a Eliseo, este abandonó el arado; y los apóstoles dejaron sus redes, pero no porque fueran santos. Ellos fueron llamados a desempeñar un ministerio en la Iglesia. En la actualidad, algunos están dispuestos a enviar a su pastor de vuelta al arado; pero ciertamente este se halla sumamente ocupado dando más a las almas durante la semana que un funcionario a los ciudadanos.
Ahora te hablo a ti, cristiano. Es imposible ser fiel si no eres diligente en tu trabajo. La ley humana llama vagabundo a aquel que no tiene casa; y la Palabra de Dios llama desordenado a aquel que se niega a trabajar para la gloria de Dios en su puesto de trabajo: “Porque hemos oído que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada” (2 Ts. 3:11).
Dios quiere un pueblo de provecho, como ovejas que hacen bien a los pastos de los que comen. Toda la gente debería ser mejor por conocer a un cristiano. Cuando Onésimo se convirtió, se hizo “útil” tanto para Pablo como para Filemón: para Pablo como cristiano, y para Filemón como siervo (Flm. 11). La gracia hizo un siervo diligente de quien había sido un fugitivo. Un creyente vago es un inútil; y como no trabaja no hace bien a nadie, y además se hace más daño a sí mismo.
2.- Conciencia
Muchos no necesitan que se les exhorte a ser diligentes. ¿Lo hace su conciencia, por ser este un mandato de Dios? No; porque de ser así, orarían tanto como trabajan; irían cuando Dios dice: “Ve”, y pararían cuando Él se lo ordenara. Si la conciencia fuera la llave que abriera su taller el lunes, estaría cerrado el domingo.
Algunos son como halcones, que vuelan tan bajo tras la presa del mundo que no aceptan los dones más preciosos de Dios. Aunque la conciencia los llamara en el Nombre de Dios, y les dijera: “Apártate un tiempo y espera en Dios un día en tu cámara”, seguirían yendo tras el mundo con diligencia codiciosa.
Se ve claramente el motivo de esta empresa: no es la conciencia, sino sus propios deseos.
Si quieres andar en el poder de la santidad, debes ser diligente en tu trabajo por la presencia de Cristo en ti. Lo mismo que te hace “ferviente en espíritu”, debe evitar que seas perezoso “en lo que requiere diligencia” (Rom. 12:11). Tu actitud será una decisión humilde de agradar al Padre: “El Señor me ha puesto aquí. Soy su siervo en mi taller y debo servirle como quiero que mis hijos me sirvan y aún mejor, porque no son míos de la misma forma que yo pertenezco a Dios”.
3.- Éxito
La persona mundana que no acude a su negocio a diario con oración, rara vez vuelve a casa por la noche para dar gracias a Dios. Empieza el día sin Dios, y sería extraño que lo terminara con Él. La araña que teje su tela de su propio cuerpo, vive en ella cuando termina; y aquel que lleva su empresa con su propia inteligencia, tiene derecho a ser reconocido como “un hombre que se ha hecho a sí mismo”. Así es más fácil para tal persona adorar su propia sabiduría en vez de a Dios.
Una vez un hombre oyó a su vecino dar gracias a Dios por el buen trigo que crecía en sus campos, y reaccionó diciendo: “¿Gracias a Dios? ¡Más bien dio gracias al carro del estiércol!”. Hablaba como un espíritu de la cloaca, más inmundo que la carga de su propio carro. Si quieres ser cristiano, debes reconocer a Dios en todos tus caminos y no apoyarte en tu propia sabiduría (cf. Pr. 3:6). Esta actitud abnegada te llevará a coronar a Dios con alabanza ante el éxito en tu trabajo.
Jacob trabajó tanto como cualquier hombre de negocios para conseguir sus bienes; pero la base de su diligencia fue la oración y la esperanza de una bendición del Cielo. Atribuía sus valiosos bienes a la verdad y la misericordia de Dios, quien prometió proveerle de todo, cuando aún era un pobre peregrino camino de Padan-aram (cf. Gn. 28:2-4).
4.- Contentamiento
La necesidad es la maestra que enseña el contentamiento al pagano, pero la fe es la maestra del cristiano. La fe enseña al cristiano a disfrutar del suministro de la Providencia con dulce complacencia, al saber que se trata de la voluntad de Dios para él. Esa es la santidad triunfante: cuando el cristiano puede tener contentamiento en la providencia divina, sin importarle el plato que se le ofrece. Si reúne poco, se contenta con una comida ligera. Y si mucho, no es más de lo que puede digerir y aprovechar para alimentar su virtud. De todas formas, no sobra nada para engordar su orgullo.
Pablo sabía tanto “tener abundancia como […] padecer necesidad” (Fil. 4:12). Si a la santidad le quitas el contentamiento, le robas una de las joyas más hermosas que lleva sobre el corazón: “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Tim 6:6), que no con bienes terrenales impresionantes.
5. Prioridades
El mundo es tan invasivo que nos cuesta ser amigos suyos sin vernos cautivos y atados. Cuando Abraham mostró más respeto a Agar de lo normal, ella empezó a ser insolente con Sara. Y nuestra vocación mundana dará de lado las citas espirituales si no la controlamos con mano dura. Teniendo esto presente, veamos dos maneras importantes de proteger el poder de la santidad.
A). El cristiano no permite que su vocación le robe el tiempo de comunión con Dios
Podemos ver cómo se desenvuelve a diario la intriga de Satanás. ¿Has notado alguna vez que es casi imposible pensar en servir a Dios y a su pueblo sin que se presente alguna excusa para estorbarte? Salomón planteó así la táctica diabólica de la manipulación: “El que al viento observa no sembrará; y el que mira a las nubes no segará” (Ecl. 11:4). En tanto que uno escuche a las distracciones mundanas de la carne, nunca tendrá tiempo de orar, meditar ni tener comunión con Dios.
Es triste cuando el amo tiene que preguntarle al esclavo qué debe hacer, o el cristiano espera recibir sus órdenes del mundo pidiendo el permiso de este para esperar en Dios. El poder de la santidad puede romper las excusas que lo separan de Dios tan fácilmente como Sansón rompió las cuerdas de lino que lo ataban. La santidad libera al cristiano para abrirse camino hasta la presencia del Señor, aun atravesando los numerosos estorbos mundanos.
David dijo al respecto: “He aquí, yo con grandes esfuerzos he preparado para la casa de Jehová cien mil talentos de oro, y un millón de talentos de plata” (1º Cro. 22:14). Seguramente habría docenas de causas justas, incluyendo los gastos militares de su gobierno, que clamaban por el dinero de David; pero igual que Roma demostró su confianza enviando dinero a las tropas en España cuando Aníbal estaba a las puertas, David probó su confianza en Dios planeando la edificación del Templo en tiempos de necesidad nacional.
El verdadero creyente aparta un tiempo generoso a diario, aun en medio de un horario apretado, para tener comunión con su Padre. Cierto hombre devoto solía disculparse con sus invitados cuando le tocaba el tiempo de su comunión con Dios, diciendo que le esperaba un Amigo.
B). El creyente no permite que su horario absorba sus deseos de Dios
Un marido trata con gente todo el día, y le prodiga su energía e inteligencia; pero no hay nada en su agenda que le haga amar menos a su esposa y a sus hijos. Cuando llega a casa por la noche, les lleva su amor tan intacto y vibrante como cuando salió. De hecho, le supone un alivio alejarse de las presiones del trabajo y volver a la familia. Esta es una actitud agradable, aunque difícil de mantener.
¿Realmente puedes decir, después de pasar el día entre ganancias y pérdidas en el mundo laboral, que le llevas a Dios tu corazón intacto cuando vuelves a su presencia para esperar en Él? No es fácil estar en el mundo todo el día y sacudírnoslo de noche para disfrutar de la intimidad con Dios. El mundo trata al creyente como un niño a su madre; si no puede evitar que se vaya, llora pidiendo acompañarla. Si el mundo no puede impedir que entremos en el servicio de Dios, llorará por ir con nosotros al mismo.
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall