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La semilla de la regeneración es intangible, invisible, puramente espiritual. No crea dos hombres en un mismo ser, porque antes y después de la regeneración no hay más que un ser, un ego, una personalidad. No un hombre viejo y uno nuevo, sino un solo hombre—por ejemplo, el hombre viejo antes de la regeneración y el hombre nuevo después de ella—el cual es creado en perfecta rectitud y santidad por Dios. Porque aquello que es nacido de Dios no puede pecar. Su semilla permanece en él. “Las cosas viejas ya pasaron,” y he aquí, “Todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).

Sin embargo, la naturaleza del ego o personalidad ha cambiado verdaderamente, y de tal manera que, aun poniendo la nueva naturaleza como principio, esta continúa trabajando a través de la vieja naturaleza. El árbol injertado no pasa a ser dos árboles, sino uno. Antes del injerto era una planta silvestre; después, una cultivada. Aun así, la nueva naturaleza debe obtener sus nutrientes a través de la vieja naturaleza; lejos del injerto, el tronco permanece silvestre.

Por consiguiente, antes y después de la regeneración, yacemos en medio de la muerte, tan pronto como nos consideramos fuera de la divina semilla. Por lo cual, tratando de evitar una falsa posición, debemos ser cuidadosos de no entrar en otra; tratando de escapar, el barco siamés del hombre viejo y del hombre nuevo, y manteniendo la unidad del ego antes y después de la regeneración, no debiéramos empezar a enseñar que la regeneración deja a nuestra persona sin cambios, que no afecta al pecador en sí mismo, sino que meramente lo traslada hacia la esfera de una entrañable rectitud. ¡No! Las Escrituras hablan de una nueva criatura, un nuevo nacimiento, un ser cambiado y renovado. Y esto no puede reconciliarse con la noción que el pecador debe permanecer sin cambio alguno.

Respecto a la cuestión de qué hay en el injerto que tiene el poder de regenerar al tronco silvestre, ni el botánico mejor informado puede descubrir la fibra o el líquido que pueda tener ese poder. Él sólo sabe que cada injerto tiene su propia naturaleza y que posee el poder de producir otra rama o árbol de la misma naturaleza por su poder formativo.

Y esto se aplica a la obra de la regeneración. En el centro de nuestro ser, nuestro ego, la personalidad gobierna nuestra naturaleza, disposición, forma de ser y existencia, compartiendo su impresión, su forma, carácter y calidad espiritual a lo que somos, trabajamos y hablamos. Ese centro controlador de todo es por naturaleza pecaminoso y malvado. Bajo sus formas más ocultas, es todo excepto recto. Por consiguiente, voluntaria o involuntariamente presionamos sobre nuestro ser y labramos la estampa de la iniquidad. De acuerdo con la edad y desarrollo, esta naturaleza del ego esculpe en el mármol de nuestro ser un hombre maligno y pecaminoso correspondiente a la imagen contenida en nuestra naturaleza de la cual procede. En la regeneración, Dios ejecuta en este centro controlador de nuestro ser, un acto extraordinario convirtiendo su naturaleza, esta fuerza formativa, en algo enteramente diferente.

Consecuentemente nuestro ser, trabajo y hablar, son de aquí en adelante controlados por otro predicamento, ley de vida y gobierno. Y esta nueva fuerza formativa esculpe otro hombre en nosotros, un nuevo y santo hijo de Dios, creado en rectitud.

Pero este cambio no se completa de inmediato. El árbol injertado en marzo puede permanecer inactivo durante el mes entero, porque aún no hay trabajo en su naturaleza; pero es seguro que, tan pronto como ocurra cualquier acción, esta será de acuerdo a la nueva naturaleza injertada.

Y así es aquí. La nueva vida injertada puede yacer durmiendo por una temporada, como un grano de trigo en la tierra, pero cuando empiece a trabajar será de acuerdo a la naturaleza de la vida nueva. Por tanto, la regeneración implanta el germen de vida del nuevo hombre, a quien contiene en toda su plenitud, y del cual continuará tan ciertamente como el trigo contenido en el grano del cual procede.

Para apoyarnos en la representación de este misterio, nos asistiremos de los grandes teólogos de las iglesias reformadas, quienes han presentado el divino plan de la regeneración en las siguientes etapas:

(1)En Su propia mente, Dios concibe al hombre nuevo a quien (2) Él identifica como persona particular, creando así al hombre nuevo; (3) Él coloca el germen de este nuevo hombre en el centro de nuestro ser, (4) y en tal centro, Él efectúa la unión entre nuestro ego y esa vida en proceso de germinar; (5) en ese germen vital, Dios coloca el poder formativo, el cual en Su tiempo Él hará que se haga presente, por el cual nuestro ego se manifestará a sí mismo como hombre nuevo.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper 

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