Dios justifica a los impíos y no a los justos. Él llama a los pecadores al arrepentimiento y no sólo a los justos, pero debe recordarse que esto se plantea desde el punto de vista de nuestra propia conciencia de pecado. El que aún no es regenerado, no se siente a sí mismo como hijo de Dios, ni justificado, tampoco cree en su propia elección y, en efecto, muchas veces lo niega; mas él no puede alterar las cosas que divinamente han sido establecidas para su beneficio, es decir, que ante el divino tribunal de justicia, Dios lo declaró justo y libre, mucho antes que él mismo declarara ante el tribunal de su propia conciencia. Mucho antes de que él creyera, fue justificado completamente ante el tribunal de Dios para ser justificado por la fe ante su propia conciencia.
Pero, no importando cuán magnífico e insondable sea el misterio de la elección—y ninguno de nosotros será capaz jamás de contestar la pregunta de por qué uno ha sido elegido para ser un vaso de honra y otros para ser dejados como vasos de ira— en el tema de la regeneración no enfrentamos ese misterio en absoluto. El que Dios regenere a unos y no a otros ocurre según una regla fija e inalterable. Él aplica la regeneración a todos los elegidos, pero en cuanto a los no elegidos, Él pasa de largo. Por tanto, este acto de Dios para regenerar es irresistible. Ningún hombre tiene el poder de decir, “Yo no voy a nacer de nuevo,” o de impedir la obra de Dios, o de poner obstáculos en su camino, o de hacerlo tan difícil que la regeneración no pueda realizarse.
Dios efectúa su divina obra a Su manera, es decir, Él actúa con tal poder, que todas las criaturas juntas no podrían robarle ni a uno de sus elegidos. Si todos los hombres y demonios llegaran a conspirar para arrancarle a uno de los elegidos, todos esos esfuerzos serían en vano. Tal como hacemos a un lado una telaraña, de tal forma Dios se reiría de todos los esfuerzos del mal. El poderoso taladro perfora la plancha de acero de forma no más silenciosa ni con menos esfuerzo con el que Dios silenciosa y majestuosamente penetra el corazón de quienquiera de acuerdo a Su Voluntad, cambiando la naturaleza de Su elegido.
La palabra de Isaías respecto a la noche estrellada—“Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién creó estas cosas; Él saca y cuenta Su ejército; a todos llama por sus nombres y ninguno faltará. Tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio.” (Isaías 40:26) puede aplicarse al firmamento en el cual los elegidos de Dios brillan como estrellas: “Porque por la grandeza de Su fuerza y poder, ninguno faltó.” Todos los que han sido ordenados para la vida eterna son avivados a la divina hora asignada.
Esto implica que el trabajo de regeneración no es un trabajo moral, es decir no se realiza por medio de consejos o exhortaciones. …Por esta razón es tan necesario examinar la regeneración (en su sentido limitado) en un infante y no en un adulto, en quien es necesario incluir la conversión. El siguiente razonamiento no puede discutirse:
- Todo hombre, incluidos los infantes, nacen muertos en trasgresión y pecado.
- De estos infantes, muchos mueren antes que sean conscientes de sí mismos.
- De estas flores recogidas, la Iglesia confiesa que muchos son salvos.
- Estando muertos en el pecado, no pueden ser salvados sin haber nacido de nuevo.
- Por tanto, la regeneración efectivamente ocurre en personas que no son conscientes de sí mismas.
Siendo estas aseveraciones indiscutibles, es evidente, por lo tanto, que la naturaleza y carácter de la regeneración puede determinarse más correctamente examinándolo en estas personas aún inconscientes. Tal infante nonato es totalmente ignorante del lenguaje humano; no tiene ideas, no ha escuchado el Evangelio, no puede recibir enseñanza, alertas o exhortaciones. Por consiguiente, la influencia moral está fuera de cuestión; y esto nos convence de que la regeneración no es un acto moral, sino un acto metafísico de Dios, tanto como la creación del alma de un infante nonato que se lleva a cabo independientemente de la madre. Dios regenera al hombre completamente sin su conocimiento previo.
¿Qué es lo que constituye el acto de regeneración?, no se puede saber. Jesús mismo lo dice así: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu” (Juan 3:8). Y por lo tanto, es adecuado investigar este misterio con la mayor discreción. Aun en el reino natural el misterio de la vida y sus orígenes están casi enteramente más allá de nuestro conocimiento. Los más letrados médicos son totalmente ignorantes respecto a la manera en que la vida se hace presente. Una vez presente, él puede explicar su desarrollo, pero de la instancia que precede a todas las demás él no conoce absolutamente nada. Respecto a esto, es tan ignorante como el más inocente de los niños campesinos. El misterio no puede ser penetrado, simplemente porque está más allá de nuestra observación, es perceptible sólo cuando la vida ya existe.
Esto se aplica con mayor fuerza al misterio de nuestro segundo nacimiento. Un exámen post-mortem puede detectar la localización del embrión, pero espiritualmente incluso esto es imposible. Las manifestaciones siguientes son instructivas hasta cierto punto, pero aun entonces mucho es incierto e indeterminado. ¿Por medio de qué infalible estándar podemos determinar cuánto de la vieja naturaleza forma parte de las expresiones de la nueva vida? ¿No hay hipocresía? ¿No hay condiciones inexplicadas? ¿No hay obstáculos al desarrollo espiritual? Por consiguiente, las experiencias al respecto no pueden aprovecharse; aunque de forma pura y simple, sólo puede revelar el desarrollo de lo que es y no es el origen de la vida no nacida.
La única fuente de verdad en esta materia es la Palabra de Dios y en esa Palabra el misterio no sólo permanece sin ser revelado sino que está velado, y por buenas razones. Si fuéramos a llevar a cabo la regeneración, si pudiéramos agregarle o quitarle, si pudiéramos adelantarlo u obstaculizarlo, entonces las Escrituras seguramente nos habrían instruido suficientemente respecto a ello. Pero como Dios se ha reservado esta obra completamente para sí mismo, el hombre no necesita resolver este misterio, como tampoco el de su primera creación o aquel de la creación de su alma.
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper