Si el Reinado de Cristo es real para el creyente, y si es verdad que el cristiano participa en la unción de Cristo de manera que él como rey batalla contra el diablo y todas sus huestes en este mundo (P. 32, Cat. Heid.), debe haber alguna evidencia clara de que esta batalla está sucediendo. Restringir esta batalla al área del alma, al conflicto interno contra las artimañas del diablo, y a la mortificación del viejo hombre, es una noción injustificada. Y además, afirmar que este conflicto entre los dos reinos llega a expresarse plenamente en el testimonio individual que Cristo demanda de aquellos que sean sus discípulos es una conclusión ilegítima. En la gran batalla espiritual las fuerzas de las tinieblas están organizadas contra el Señor y su Ungido. Cualquier organización que afirme ser neutral, como lo hacen las escuelas públicas y algunos sindicatos, están por la misma razón negando las demandas de Cristo de señorío absoluto sobre todas las cosas. Como tales están sirviendo a la causa del anticristo. Negar esto es o ceguera deliberada o lamentable ignorancia de las estratagemas del diablo y de las afirmaciones de Cristo.
Puede ser bastante cierto que uno no puede distinguir la diferencia entre un coche o una casa construida por un obrero no cristiano y una producida por los confesores de Cristo, aunque ciertamente este es un asunto debatible si uno lo considera idealmente; pero la cultura total de un pueblo no está determinada por el número de coches que se fabrican, sino por la motivación espiritual y los ideales que gobiernan las vidas de los constructores y usuarios de vehículos. Está claro que un sindicato laboral no cristiano es totalmente humanista en sus metas e ideales, siendo su propósito simplemente mejorar las condiciones de trabajo para los hombres, pero, más que nada persigue obtener todo lo que se pueda y dar tan poco como sea posible.
Tal es la mentalidad de los líderes de los sindicatos impíos, que han proliferado a tal extremo y cantidad que el editor de la revista LIFE, Luce, advierte a sus compañeros americanos que a menos que tengan un cambio de mentalidad y busquen producir por causa de la excelencia, América pronto perderá su lugar dominante en el mundo. Esta es la era de la “vagancia” en la que el trabajo es solo hecho a medias y todos buscan más tiempo libre. Como resultado las tasas de salario se han incrementado “casi dos veces más rápido que la productividad”. LIFE más adelante cita a Daniel Bell de la revista Fortune, quien halla que los trabajadores Americanos hoy están obsesionados por un deseo de evadir el trabajo, y sugiere que aunque los motivos puritanos y calvinistas para el trabajo duro han disminuido, el sentido común puede suplir razones casi tan fuertes. ¡Pero este es precisamente el punto en discusión! Es el argumento de este libro que la apostasía religiosa y la decadencia de la energía espiritual resultarán en decadencia y desmoralización cultural. Y la búsqueda de la excelencia, que está siendo propuesta como una meta complementaria a la búsqueda de la felicidad por el informe Rockefeller sobre Educación, y que es cordialmente secundada por el editor de LIFE, es una parodia más bien que un sustituto del temor del Señor, el cual conmovió a nuestros puritanos y peregrinos calvinistas.
Si Cristo verdaderamente es Rey, entonces sus súbditos deben afirmarle como su Señor, y reconocer aquel Reinado, no solo en la Iglesia y un día a la semana en su vida de devoción y en sus actos de adoración, sino en el campo de las relaciones laborales y en el trabajo de cada día. Por supuesto, esto no significa que un cristiano no pueda trabajar para un no cristiano, como Pablo claramente enseña, porque si no, dice él, tendrías que salirte de este mundo (I Cor. 5:10). Pero trabajar para no creyentes y con no creyentes es algo bastante diferente de hacerse socios voluntariamente de una organización que ignora las afirmaciones de Cristo y establece ideales totalmente humanistas y humanitarios. Esto coloca al cristiano en una desventaja distintiva, y su testimonio para Cristo es debilitado por el hecho de que es contado con los enemigos de la cruz de Cristo. En el Antiguo Testamento Dios advirtió en contra de esto cuando envió al profeta Jehú a Josafat diciendo, “¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová?” (II Crón. 19:2).
Pero Pablo da un precepto más específico cuando manda, en el nombre del Rey ascendido, “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” (II Cor. 6:14, 15). El Dr. Warfield, aquel eminente teólogo y agudo apologista de la fe, interpreta esto como queriendo decir que no podemos aceptar el yugo del no creyente en el sentido de estar unidos como con arneses a la misma filosofía impía. Pero no significa que si el no creyente opera bajo nuestras presuposiciones y no pone objeción a nuestra interpretación de la realidad en la que se realiza el trabajo ordinario (proyectos culturales y cualquiera de las labores ordinarias del hombre bajo el sol), un cristiano no pueda trabajar con o vivir con los hombres del mundo. Es simplemente un asunto de no tener compañerismo con las obras infructuosas de las tinieblas en las que están involucrados los sindicatos impíos de nuestro tiempo. Y por esto no quiero decir nada más que la violencia y la profanación del Sabbath, sino la base de operación que niega al Cristo de Dios y sus demandas al servicio y amor de la humanidad.
En contra de esta interpretación se ha alegado que uno no puede simplemente citar literalmente la Escritura como si aquello fuese el fin del asunto. Se afirma que esta es una aproximación totalmente simplista. Y con el golpe mortal de que esto es biblicismo y fundamentalismo, la oposición te libra de una seria consideración de las demandas de Cristo. Pero si uno no puede citar a Pablo de esta manera, cuando el texto en cuestión está totalmente en línea con la analogia Scripturae (la enseñanza total de la Palabra de Dios), entonces ¿de qué utilidad es la Palabra como lumbrera al camino de uno y como lámpara a nuestros pies? ¿Y qué ocurre con el uso que nuestro Señor mismo hizo de las Escrituras cuando ahuyentó a Satanás con sus tres veces repetido, “Escrito está”? Es de temerse que este temor al fundamentalismo va a afincarse en las Iglesias Reformadas en el campo liberal donde es tabú leer la Biblia y hacer una aplicación literal. Sin embargo, es un fenómeno extraño que, en tanto que los liberales quieren usar la Biblia para sus sistemas éticos y sus ideales humanitarios, no puedan escaparse de leer las palabras de Jesús literalmente.
Una vez más, se dice que la idea del Reinado de Cristo, tal y como es confesado por los calvinistas, que requiere una organización en el campo laboral, es una importación de los Países Bajos, y se presume que es una planta indígena que no crecerá en ninguna otra parte. Sin embargo, esto es asumir la verdad del punto antes de la discusión. El argumento, en realidad, es que debido a un desarrollo histórico es posible en los Países Bajos tener partidos políticos y sindicatos que expresan ideologías basadas en principios cristianos, pero dado que el desarrollo histórico de América ha sido diferente, excluyendo tales coloridos religiosos de los asuntos laborales y políticos, no podemos ahora introducirlos sin crear disonancia en nuestra cultura nacional. Ahora, ¡este es exactamente el punto en discusión! La introducción de principios cristianos en el cuadro laboral producirá discordia y probablemente causará una crisis porque no hay verdadera neutralidad con respecto al Cristo de Dios. Los así llamados sindicatos neutrales están en contra de los principios bíblicos de verdad y justicia. La misma idea de que ninguna consideración religiosa es permisible en el establecimiento de un sindicato laboral o en la afiliación a tal organización es del anticristo. La renuncia a cualquier otra alianza para ser fiel a los votos hechos a los demás miembros de la organización también señala a un compromiso religioso básico, lo cual niega las afirmaciones de Cristo. Pero esta es exactamente la predicción del Espíritu, hablando a través de Simeón, que el Redentor-Renovador de la cultura sería una señal que sería contradicha (Luc. 2:34). Y este repudio no viene meramente desde el lado de los eruditos judíos modernos, quienes tratan de justificar el crimen de sus antepasados al crucificar al Señor de gloria sobre la base de que él era una amenaza a la cultura Judía. Hay muchos entre los miembros nominales de la Iglesia en nuestro día quienes, basándose en que Cristo rehusó ser un repartidor de tierras, sostienen que él era o anti-cultural o culturalmente neutral. Sin embargo, nuestro Señor proclamó una cura para los males de una cultura materialista cuando afirmó que la vida de un hombre no consiste de la abundancia de los bienes que posee (Luc. 12:15).
Tampoco el énfasis de Cristo en el Reino de los cielos, que requiere amor a Dios y al prójimo, abstrae a la religión de la ética y de la vida social del hombre. Más bien Él estableció el único fundamento duradero para una comunidad verdaderamente humana, una en la que el hombre es restaurado al servicio a Dios según la ordenanza cultural de la Creación.
En este punto es instructivo e interesante consultar a T. S. Eliot, quien al menos le ha dado a este problema el beneficio de algunos pensamientos penetrantes para determinar los verdaderos motivos y sentimientos de uno. Para él la diferencia entre una sociedad pagana y una neutral es de menor importancia, pero advierte que la concepción pagana de la vida está ganando rápidamente importaancia. Este es uno de los resultados del liberalismo religioso, que trata de alejarse de la religión y trata de establecer una cultura sin su fundamento apropiado, contribuyendo así al desarraigo de la civilización Occidental. “La noción liberal de que la religión era un asunto de creencia privada y de conducta en la vida privada, y de que no hay razón por la cual los cristianos no sean capaces de acomodarse ellos mismos a cualquier mundo que les trate bien de manera natural, se está volviendo menos y menos sostenible”, afirma. Eliot procede a señalar que un cristiano que ignora el problema de llevar una vida cristiana en una sociedad no cristiana está siendo progresivamente des-cristianizado por toda clase de presiones inconscientes que operan sobre él a través de los medios masivos de comunicación de la cultura. Pero Eliot no está satisfecho con permanecer a la defensiva; él establecería una sociedad cristiana en la que el ethos general del pueblo esté guiado por categorías cristianas. “Debemos abandonar la noción de que el cristiano debería estar contento con la libertad de cultura… No importa cuán intolerante pueda sonar el anuncio, el cristiano no puede estar satisfecho con nada menos que con una organización cristiana de la sociedad… lo cual no es la misma cosa que una sociedad que consista exclusivamente de cristianos devotos”. En tal sociedad, esta debe estar dirigida por una filosofía cristiana de la vida y la democracia debe ser transformada por un contenido religioso. No es el entusiasmo sino el dogma lo que distingue al cristianismo del paganismo. Según Eliot, la Iglesia no puede mantenerse evangelizando al mundo sin cambiar su cultura. Es la responsabilidad de la Iglesia el “batallar por una condición de la sociedad que dé a los otros el máximo de oportunidades para volverse cristianos”. Aquí lo tenemos en resumidas cuentas. Eliot, quien tiene la larga tradición de la Iglesia de Inglaterra y su credo calvinista, está pensando siguiendo las mismas líneas de los calvinistas Holandeses quienes buscaron establecer las doctrinas de la Escritura como fueron interpretadas por Calvino y Agustín. Sin embargo, Eliot coloca el carro delante del caballo cuando dice que el hombre recibe la gracia de Dios por la humildad, la caridad y la pureza. Y hay muchos otros aspectos de su pensamiento que este escritor no aprobaría, pues Eliot aún permanece en la tradición liberal con respecto a la importancia de la doctrina y el asunto de suscribirse a la fe ortodoxa. Pero sobre la cuestión formal de la necesidad de una cultura cristiana, para que la fe cristiana pueda sobrevivir y para que la civilización pueda sobrevivir, uno no puede reñir con él.
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Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)