No me parece que sea juzgar con dureza decir que la característica más obvia de la vida de la Iglesia cristiana de hoy es, por desgracia, su superficialidad. Esta apreciación se basa no sólo en observaciones actuales, sino todavía más en tales observaciones hechas a la luz de épocas anteriores de la vida de la Iglesia. Nada hay más saludable para la vida cristiana que leer la historia de la Iglesia, que volver a leer lo referente a los grandes movimientos del Espíritu de Dios, y observar lo que ha sucedido en la Iglesia en distintos momentos de su historia.
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