Dios el Padre tiene la iniciativa de la justificación. Jesús tiene la iniciativa de dos acciones: la propiciación, dirigida hacia el Padre y la Redención, dirigida hacia su pueblo. Nosotros, que no tenemos la iniciativa de nada, recibimos la justificación y la Redención. Pero de estas tres palabras clave sólo la Redención describe lo que el Salvador hace por nosotros en la salvación. ¡Nos redime! Por lo tanto, es natural que esta palabra (o la idea que representa) sea la más preciada.
La palabra griega en la raíz de este grupo de palabras que significa «redimir», «redentor» y «redención» es lyó, que significa «aflojar». Se la utilizaba para describir el aflojarse la ropa o quitarse la armadura. Aplicada a los seres humanos, significa aflojar las ataduras para que, por ejemplo, un prisionero pudiera ser libre. A veces se utilizaba con respecto a procurar la liberación de un prisionero por medio de un rescate; en esos casos significaba «liberar por el pago de un rescate».
De este último uso del verbo derivó el sustantivo lutron. Se refería a los medios por los cuales se lograba la redención del prisionero. Significaba propiamente el «precio del rescate». A partir de esta palabra se desarrolló otro verbo nuevo, lutroó. A diferencia del primer verbo, luó, que era simplemente un término cuyo significado general era «aflojarse» y que sólo en pocas ocasiones significaba «rescatar», este verbo parece significar «rescatar por medio del pago de un precio». A partir de allí se derivó la palabra lutrósis («redención», «liberación»), apoluó («liberar», «dejar en libertad», «divorcio», «perdonar») y otros términos relacionados. Como los prisioneros en su mayoría eran esclavos y los esclavos eran, en efecto, prisioneros, estas palabras también estaban relacionadas con la compra de un esclavo con la intención de dejarlo libre después de haberlo comprado. Algo del significado básico de estas ideas está conservado en la idea de rescatar algo de una casa de empeños; el objeto es liberado cuando se paga el precio del rescate.
Hasta aquí todo parece ser bastante simple y directo, ya que cuando la palabra redención se usa con respecto a la obra de Cristo, es obvio que significa la obra por medio de la cual Jesús nos liberó del pecado. Pero es aquí donde comienzan a surgir los problemas. Del mismo modo que algunos académicos se han opuesto al verdadero significado de la propiciación, creyendo que la idea del aplacamiento de la ira de Dios no es digna de un Dios cristiano, algunos también se han opuesto a este significado básico de la palabra redención. La idea de liberación está bien para estas personas, pero la idea de un precio de rescate está mal. «¿Cómo puede Dios pedir un precio por la salvación?», se preguntan. «Si Jesús tuvo que pagar el precio de su muerte para nuestra liberación, ¿no significa eso que Dios en realidad está vendiendo sus favores y que la salvación por lo tanto no es por gracia?» Para desarrollar esta objeción, recientemente los académicos bíblicos han hecho un intento serio de considerar la palabra redención bajo otra óptica, como si fuera una palabra que significara «liberación» pero sin las connotaciones de un rescate. Parte de esta tarea ha sido realizada por los académicos alemanes en cuyo idioma la palabra para redención (Erloesung, pero no Loskaufung) significa sólo liberación. Los académicos ingleses también señalan que el grupo de palabras relacionadas con la redención no siempre implica la idea de un precio de rescate. Por ejemplo, los discípulos que iban camino de Emaús hablaban de sus expectativas mesiánicas con respecto a Jesús, las que no habían sido colmadas, diciendo: «Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel» (Lc. 24:21). Señalan que los discípulos no estaban pensando en ningún rescate del pecado y ni siquiera en nada espiritual. Lo que querían decir es que habían tenido la esperanza de que Jesús fuera quien los habría de liberar de Roma.
Dichos pensadores también señalan otros versículos que hablan de la redención final de nuestros cuerpos. Lucas 21:28 —»Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguios y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca»—. Romanos 8:23 —» y no sólo por (la creación), sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo»—. Efesios 4:30 —»Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención»— ¿Qué puede decirse de esta objeción? Una respuesta inmediata es que los discípulos que iban camino de Emaús obviamente no habían entendido el tipo de redención que Jesús había venido a traer. Otra es que, como en el caso de la propiciación, el precio pagado no es en realidad el precio pagado por otro a Dios, sino que es el precio que Dios se paga a sí mismo. Es Dios quien está saldando nuestra cuenta para que la salvación nos resulte completamente gratuita. Una tercera respuesta es que, también, en un cierto sentido, habrá una redención final que será una liberación de este mundo pecaminoso. Una respuesta completa, sin embargo, involucra un estudio cabal de toda la información lexicográfica. Abarca cuatro áreas.
Primero, las ideas de redención contenidas en el Nuevo Testamento están necesariamente condicionadas por las formas del Antiguo Testamento; en el Antiguo Testamento la idea de un rescate o de un precio por el rescate ocupa un lugar prominente. En el marco de fondo del Antiguo Testamento hay tres palabras que son particularmente significativas. La primera de ellas es gaal («dejar en libertad») o goel (que suele traducirse como «redentor filial»). Se refiere a la obligación que una persona tiene hacia otro miembro de su familia para preservar el honor o las posesiones de la familia. Por ejemplo, si un hombre perdía sus propiedades por causa de una deuda, como fue el caso del marido de Noemí narrado en el libro de Rut, era la obligación del redentor filial (en este caso Booz) volver a comprar la propiedad —para que así volviera a quedar con el nombre de la familia—. Esta obligación también se extendía a comprar un miembro de la familia que hubiera sido hecho esclavo (Lv. 25:47-55).
La segunda palabra es padah. Significa «rescatar pagando un precio», como en el caso de la redención del primogénito, que de lo contrario pertenecía a Jehová (Ex. 13:11-14; Nm. 18:15-16). Difiere de la palabra gaal en que la redención a que se refiere es voluntaria y no tiene el carácter obligatorio que tiene la redención filial.
La tercera palabra es kopher que significa un «precio por el rescate». Supongamos, por ejemplo, que un buey había matado a alguien de una cornada. Este era un crimen que debía pagarse con la muerte del buey y en algunas circunstancias (si hubiera habido negligencia) el dueño del buey debía morir. Tenía que pagar con su vida la vida de aquel que su buey había matado. Pero podía-redimir su vida por kopher. Esto significa que se podía negociar un precio con los parientes del que había muerto, el precio pactado podía pagar el precio de su propia vida (Ex. 21:28-32).
Estas tres palabras, cada una con sus connotaciones y sus leyes, nos indican que la idea de la redención por el pago de un precio no sólo era una práctica común sino que también era en realidad un principio fundamental de la vida social y religiosa de Israel. Por lo tanto, a no ser que se pruebe lo contrario, la redención y no la idea más limitada de liberación debería ser el concepto subyacente en el Nuevo Testamento.
Segundo, las palabras relacionadas con la redención también ocurren junto con la idea del pago de un precio por el rescate en la lengua griega secular del período del Nuevo Testamento, fundamentalmente con referencia a la redención de los prisioneros de guerra o los esclavos. En ese caso, el precio es tan importante que está expresado en fórmulas estándar de manumisión.
Tercero, los pasajes más importantes en el Nuevo Testamento que usan el vocabulario relacionado con la redención, con respecto a la obra de Cristo, casi siempre enfatizan el precio pagado por nuestra liberación. Mateo 20:28 dice: «el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos». En este pasaje el precio de la redención ha sido expresado por el Señor mismo; es su vida. Tito 2:14 nos habla de Jesús que «se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras». La utilización que se hace en este versículo de la terminología relacionada con los sacrificios («iniquidad» y «purificar») nos está señalando que el autor no está pensando en que Jesús hace una entrega de su vida, por ejemplo en el servicio, sino en el hecho que se entregó a sí mismo en la muerte. Nuevamente, resalta el precio de la vida de Cristo. Por último, en 1 Pedro 1:18-19 encontramos el lenguaje más claro, «sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación». En cada uno de estos pasajes (y en muchos otros, además) la redención se logra por el pago del más alto precio que es posible imaginar, la muerte o la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios.
La cuarta área que sirve de apoyo al significado tradicional de la redención es que las palabras más comunes para la redención, las que hemos analizado hasta aquí, no son las únicas que aparecen en el Nuevo Testamento. Hay otras dos, cada una de las cuales también incluye la idea de una liberación despuës del pago de un precio. La idea está inherente en las palabras mismas. La primera es agorazó. Significa «comprar» y ocurre en versículos tales como 1 Corintios 6:19-20; 7:22-23; 2 Pedro 2:1; Apocalipsis 5:9-10; todos hablan de los elegidos como habiendo sido comprados por la muerte de Cristo. La segunda palabra es exagorazó, que se basa en la anterior y significa «comprar la parte de un socio». Como ambas están relacionadas con la palabra ágora que significa el mercado o el lugar de negocios, estas palabras en realidad significan «comprar la parte de un socio en el mercado» de modo que uno cuya parte ha sido comprada no puede volver allí nunca más.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice