Podríamos pensar que la omnisciencia divina sería reconfortante para nuestro estado natural; el creer en la existencia de un conocimiento perfecto (aunque fuera de nuestro alcance) haría del mundo un lugar menos amenazador. Pero la realidad apunta a que lo contrario es lo cierto. Reconocer que existe un Dios que conoce todo sobre todo, es también reconocer que ese Dios nos conoce a nosotros. Y como hay algunas cosas sobre nosotros que no deseamos que sean conocidas, las ocultamos -de los demás, e incluso de nosotros mismos-. Un Dios que nos conoce en lo más profundo de nuestro ser nos trastorna.
Arthur W. Pink señala que el pensar sobre la omnisciencia divina «nos llena de desasosiego». A. W. Tozer observa que «En la omnisciencia divina vemos cómo se confrontan el terror y la fascinación por la Divinidad. Que Dios conozca hasta lo más recóndito de una persona puede ser causa de temor en un hombre que tiene algo que ocultar -algún pecado, algún crimen secreto contra el hombre o contra Dios-«. Pero Tozer no está hablando sólo sobre una u otra persona. Su descripción se extiende a toda la raza, y por lo tanto también a nosotros. Todos nos hemos rebelado contra Dios y tememos ser expuestos.
En años recientes, nadie ha documentado nuestro temor más cuidadosamente que R. C. Sproul en su libro ‘La psicología del ateísmo”. Sproul le dedica un capítulo al tema de ‘Dios y la desnudez’ y analiza el temor que el hombre moderno siente a ser expuesto, primero ante los demás y luego también ante Dios. El primer objeto de su análisis lo constituye la obra de Jean Paul Sartre. Sartre ha hablado sobre el temor de ser cuando se está bajo la mirada de otro. Nosotros podemos mirar fijamente a otro, despreocupadamente. Pero, basta darnos cuenta de que alguien nos está mirando fijamente para que nos sintamos avergonzados, confusos y temerosos, y que nuestro comportamiento se altere. Odiamos esa experiencia y hacemos todo lo posible por evitarla. Si no podemos evitarla, la experiencia se vuelve intolerable.
En la que es posiblemente la obra más conocida de Sartre -‘Sin salida’-, cuatro personajes están encerrados en una habitación y no tienen nada que hacer excepto hablar y mirarse los unos a los otros. Es un símbolo del infierno. En las líneas finales de esta obra dramática esto resulta muy claro cuando Garcin se para frente a un busto de bronce y lo toca. Dice: Sí, ahora es el momento. Estoy mirando este objeto sobre la repisa, y ahora comprendo que estoy en el infierno. Os digo, todo ya ha sido pensado de antemano. Ellos sabían que me pararía frente a esto de bronce, con todos esos ojos fijos en mí. Devorándome. (Gira en redondo repentinamente.) ¿Cómo es esto? ¿Solamente vosotros dos? Creí que erais más; muchos más. (Se ríe.) Entonces esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído. Recordáis todo lo que se nos dijo sobre las cámaras de tortura, el fuego y el azufre, la «marga ardiendo». ¡Son sólo cuentos! No hay ninguna necesidad de atizadores al rojo vivo. El infierno – ¡son los otros!
Las direcciones escénicas finales dicen que los personajes se dejan caer en sus respectivos sillones, la risa se apaga y «se miran fijamente» entre sí.
En la filosofía de Sartre este temor a estar bajo la mirada de otro es razón suficiente para eliminar a Dios; bajo la mirada de Dios somos reducidos a objetos y nuestra humanidad es destruida. El punto que más interesa aquí, sin embargo, es el temor a la exposición. ¿De dónde puede provenir si no es de una culpa real y merecida que surge de nuestra rebelión contra el Único Soberano y Santo Dios del Universo?
Sproul analiza a continuación el libro ‘Lenguaje corporal’ de Julius Fast. Este libro es un estudio sobre cómo los seres humanos se comunican de manera no verbal al asumir distintas posiciones corporales, distintos gestos, movimientos con la cabeza, con las cejas, y otros. Fast señala que es posible mirar fijamente un objeto por un largo período. Una persona puede mirar fijamente un animal. Sin embargo, mirar fijamente a otra persona no es un comportamiento aceptable porque, si la mirada no se desvía y se mantiene por un lapso prolongado, puede provocar hostilidad o vergüenza, o ambas. El hecho de que tengamos puertas, celosías, vestimenta y cortinas en las duchas refleja nuestro deseo y necesidad de privacidad.
En tercer lugar, Sproul estudia el libro The Naked Ape (cuya traducción al español sería «El mono desnudo») de Desmond Morris, otra obra muy popular. El «mono desnudo», por supuesto, es el ser humano. El título del libro como así también su contenido resaltan la singularidad de los humanos en su desnudez. Somos animales desnudos, no tenemos cabello que nos cubra, pero nuestra desnudez nos avergüenza y buscamos ocultamos de la mirada de otras personas.
En cuarto lugar, Sproul menciona al filósofo y escritor danés Soren Kierkegaard, señalando como este filósofo «es extremadamente crítico de la persona que vive solo en el plano ‘estético’ de la vida, o como un ‘espectador’, operando ocultamente detrás de una máscara», mientras que él mismo «se preservó una isla para ocultarse él y todos los demás hombres». Él sabía que «la soledad brinda un lugar para ocultarse, lo cual es necesario para el sujeto humano».
Lo que surge de estas expresiones modernas es una extraña ambivalencia. Por un lado, las personas desean ser conocidas. Una evidencia moderna de esto es la popularidad de las sesiones de terapia, la psiquiatría, las charlas televisivas y las películas de sexo explícito. Pero en un sentido más profundo, los seres humanos temen dicha exposición, porque se avergüenzan de lo que hay para ver -por otras personas y por Dios. Con los demás, siempre hay manera de ponerse a cubierto. Nos vestimos, por ejemplo. En un nivel psicológico, cuidadosamente medimos nuestras palabras para que solamente se conozcan aquellas cosas que nosotros queremos que se sepan sobre nosotros. En ocasiones desplegamos un frente que es totalmente falso. ¿Pero qué haremos con respecto a Dios, frente a quien «todos los corazones están abiertos, y todos los deseos son conocidos»? No hay nada que pueda hacerse. Y como consecuencia de esta toma de conciencia del conocimiento de Dios, como también de su Soberanía y su Santidad, se produce la ansiedad y el espanto en los seres caídos.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice