​La Biblia trata temas espirituales, y por lo tanto, se requiere de la actividad del Espíritu Santo para poder entenderlos. El Espíritu Santo es el maestro de los cristianos. Él es quien hace brotar la nueva vida en aquellos que escuchan el evangelio.

Por último, tenemos el testimonio interior del Espíritu que nos testifica sobre la verdad de la Palabra de Dios. En este punto las Escrituras hablan de forma precisa. No sólo el Espíritu Santo intervino activamente en la redacción de los libros bíblicos, sino que también participa activamente en transmitir la verdad de la Biblia a las mentes de aquellos que la leen. Pablo escribe: «Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual» (1 Co. 2:12-13). La Biblia trata temas espirituales, y por lo tanto, se requiere de la actividad del Espíritu Santo para poder entenderlos. El Espíritu Santo es el maestro de los cristianos. Él es quien hace brotar la nueva vida en los que escuchan el evangelio.

Debemos orar cuando estudiamos las Escrituras, y debemos pedirle al Espíritu Santo que ilumine nuestras mentes y corazones. La presencia del Espíritu no está para que un estudio cuidadoso y diligente de la Palabra de Dios sea innecesario. Está para que nuestro estudio sea eficaz. Dios habla en la Biblia. Debemos permitirle hablar, y debemos escuchar lo que nos dice. Un día, en plena Reforma, a Martín Lutero se le solicitó su autógrafo en la contraportada de una Biblia, como solía suceder después de la publicación de su traducción. Tomó la Biblia y escribió la cita de Juan 8:25. «¿Tú quién eres? … Lo que desde el principio os he dicho». Y Lutero agregó:

Ellos desean saber quién es El y no consideran lo que Él nos dice, mientras que Él desea que los hombres primero le escuchen; y luego sabrán quién Él es. La regla es: escuchar y permitir que la Palabra sea quien comience; luego vendrá el conocimiento. Sin embargo, si no escuchamos, nunca conoceremos nada. Ha sido decretado: Dios no puede ser visto, conocido o entendido sino sólo mediante su Palabra. Por lo tanto, cualquier cosa que uno tome por salvación fuera de la Palabra de Dios es en vano. Dios no responderá a eso. No lo aceptará. No lo tolerará de ninguna manera. Por lo tanto, encomiendo este Libro, en el que Él habla con nosotros; ya que Él no permitió que fuera escrito sin ningún propósito. No quería que lo dejáramos descansando en el olvido, como si estuviera hablando con los ratones debajo del banco o con las moscas en el pulpito. Debemos leerlo, meditar, hablar sobre él, y estudiarlo, convencidos de que Él mismo (no un ángel o una criatura) está hablando con nosotros.

Aquel que lee la Biblia poniendo su lectura en oración, con meditación y con el corazón abierto, descubrirá que es la Palabra de Dios y que es «útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Ti. 3:16-17).

Está claro que necesitamos algo más que un conocimiento teórico de Dios. Sólo podemos conocer a Dios en la medida en que Él se nos revela en las Escrituras, y no podemos conocer las Escrituras hasta que estemos dispuestos a ser transformados por ellas. El conocimiento de Dios sólo tiene lugar cuando también reconocemos nuestra profunda necesidad espiritual y cuando somos receptivos a lo que Dios ha provisto para nuestra necesidad mediante la obra de Cristo y la aplicación de esa obra en nosotros por medio del Espíritu de Dios.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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