Llegamos así a una conclusión natural: que debemos buscar y adorar al Dios verdadero. Este capítulo se basa en su mayor parte en Éxodo 3:14, donde Dios revela a Moisés el nombre con que desea ser conocido. Esta revelación vino en el albor de la liberación del pueblo de Israel de Egipto. En su revelación en el Monte de Sinaí, después del éxodo, Dios aplicó su revelación previa como el Dios verdadero a la vida religiosa y la adoración de la nación liberada.
Dios dijo: «Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos» (Ex. 20:2-6). Estos versículos plantean tres puntos, todos basados en la premisa de que el Dios que se revela a sí mismo en la Biblia es el Dios verdadero:
1. Debemos adorar a Dios y obedecerle.
2. Debemos rechazar la adoración de cualquier otro dios.
3. Debemos rechazar la adoración del Dios verdadero por cualquier medio que no sea digno de Él, como el uso de láminas o imágenes.
A primera vista, resulta bastante extraño que aparezca tan al comienzo de los Diez Mandamientos, los diez principios básicos de la religión bíblica, una prohibición sobre el uso de imágenes en la adoración. Pero esto no resulta tan extraño cuando recordamos que las características de una religión son un reflejo de la naturaleza del dios de esa religión. Si el dios no es digno, la religión tampoco será digna. Si el concepto de Dios es del orden más elevado, la religión también será del orden más elevado. Lo que Dios nos está diciendo en estos versículos es que cualquier representación física de Él lo está deshonrando. ¿Por qué? Por dos razones:
Primero, su Gloria se oscurece, porque no hay nada visible que la pueda representar.
Segundo, puede desviar a los que le adoran.
Estos dos errores fueron cometidos por Aarón cuando construyó el becerro de oro, como lo menciona Packer en su discusión de la idolatría. En la mente de Aarón, al menos, aunque posiblemente no en la mente del pueblo, el becerro era una intención de representar a Jehová. Él pensó, sin duda, que la figura de un becerro (aunque pequeña) podía comunicar la idea de la fuerza de Dios. Pero, por supuesto, no lo hacía de manera total. Y tampoco transmitía de ningún modo el resto de sus atributos: su Soberanía, su equidad, su misericordia, su amor y su justicia. Por el contrario, los oscurecía.
Y todavía más, la figura del becerro confundía a los adoradores. Muy fácilmente la asociaron con los dioses y las diosas egipcias de la fertilidad y su adoración se convirtió en una orgía. Packer concluye diciendo:
Con toda seguridad, si nos creamos el hábito de concentrar nuestros pensamientos en una imagen o en una lámina de Aquél a quien vamos a adorar, lo concebiremos y le estaremos adorando según la representación de la imagen que nos hemos hecho. De alguna manera nos estaremos «inclinando» y estaremos «adorando» nuestra imagen creada; y como la imagen no puede transmitir toda la verdad sobre Dios, no estaremos adorando a Dios en verdad. Es por esta razón que Dios prohíbe que tú o yo hagamos uso de imágenes o láminas en nuestra adoración.
Sin embargo, no adorar imágenes y no utilizar imágenes en la adoración del Dios verdadero no constituye por sí solo la adoración. Debemos reconocer que el Dios verdadero es el Ser Eterno, auto existente y autosuficiente, el Ser inconmensurable que trasciende nuestros más elevados pensamientos. Debemos humillarnos delante de Él y aprender de Él, permitiéndole que Él se nos presente tal como es y nos muestre lo que ha hecho por nuestra salvación. ¿Hacemos lo que Él nos ordena? ¿Estamos seguros de que en nuestra adoración estamos realmente adorando al Dios verdadero que se reveló a sí mismo en la Biblia?
Hay sólo una manera de contestar esta pregunta con sinceridad. Debemos preguntarnos: ¿Conozco la Biblia con certeza, y adoro a Dios basado en las verdades que encuentro en ella? Esta verdad gira en torno al Señor Jesucristo. Allí el Dios invisible se hace visible, lo inescrutable se hace cognoscible, el Dios Eterno se manifiesta en el espacio y el tiempo. ¿Contemplo a Jesús para conocer a Dios? ¿Pienso en los atributos de Dios cuando veo lo que Jesús me manifiesta de ellos? Si no hago esto, estoy adorando una imagen de Dios, una imagen según mi propia imaginación. Si contemplo a Jesús, entonces puedo saber que estoy adorando al Dios verdadero, como Él se reveló a sí mismo. Pablo nos dice que, aunque algunos conocieron a Dios, «no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias» (Ro. 1:21). Nos debemos proponer que esto mismo no nos suceda a nosotros.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice