La solemne comisión dada a Isaías concerniente a su generación apóstata (6:9-10) fue aplicada por Cristo a las gentes de su tiempo, diciendo: “De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías” (Mat 13:14-15). Otra vez, en 29:13, Isaías anunció que el Señor diría, “este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí,” mientras que en Mateo 15:7 encontramos al Señor diciéndoles a los escribas y Fariseos, “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí,” etc. Incluso más notable es la reprensión de Cristo a los Saduceos, quienes negaban la resurrección del cuerpo, “Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mat 22:3132). Lo que Dios hablo de inmediato a Moisés desde la zarza ardiente fue igualmente designado para la instrucción y el consuelo de todos los hombres hasta el fin del mundo. Lo que el Señor dijo a una persona en particular, lo dice a todo el favorecido al leer Su Palabra. Por tanto, nos concierne escuchar y prestar atención a la misma, por cuanto por esa Palabra seremos juzgados en el gran día final (Juan 12:48).
El principio fundamental por el cual estamos aquí contendiendo es plenamente expresado otra vez por Cristo en Marcos 13:37, “Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!” Tal exhortación a los Apóstoles está dirigida directamente a todos los santos en toda generación y lugar. Como bien dijo Owen:
“Las Escrituras hablan a cada edad (tiempo), a cada iglesia, a cada persona, no menos de lo que hablaron a aquellos a quienes fueron dirigidas en primera instancia. Esto nos enseña como deberíamos de ser afectados al leer la Palabra: deberíamos leerla como una carta escrita por el Señor de la gracia desde los cielos a nosotros, por nombre [personalmente].”
Si hubiera algún libro en el Nuevo Testamento particularmente restringido, son las “Epístolas Pastorales,” sin embargo la exhortación de II Timoteo 2:19 es general: “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el Nombre de Cristo.” Aquellos que son tan aficionados a restringir la Palabra de Dios dirían que, “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo” (2:3), está dirigida a los ministros del evangelio, y que no pertenece al rango y al legajo de los creyentes. Pero Efesios 6:10-17 muestra (por implicación necesaria) que se aplica a todos los santos, por cuanto la figura militante (bélica) es usada otra vez, y usada sin restricción alguna.
La escuela Bullinger insiste en que Santiago y Pedro – quienes dan advertencias contra aquellos que en los últimos tiempos andarán tras sus propias lujurias impías – escribieron para los creyentes judíos; pero Judas (dirigido a todos los santificados) declara que ellos [los apóstoles] “os decían” (v 17-18). “Y estáis ya olvidados de la consolación que como con hijos habla con vosotros, (diciendo): Hijo mío, no menosprecies el castigo del Señor” (Heb 12:5). Dicha exhortación es tomada de Proverbios 3:11, así que hay mayor evidencia aún de que los preceptos del A.T (como sus promesas) no están confinados a quienes estuvieron bajo la economía Mosaica, sino que aplica con la misma fuerza y franqueza a quienes están bajo el nuevo pacto.
Obsérvese bien el tiempo verbal, “habla”: aunque escrito miles de años atrás, Pablo no dijo “que os ha hablado” – Las Escrituras son Palabra viviente a través de la cual su Autor habla hoy. Nótese también “que… habla con vosotros” – los santos Neo testamentarios: todo lo que reside en el Libro de Proverbios es tanto y tan ciertamente las enseñanzas del Padre para los cristianos como lo son los contenidos de las epístolas Paulinas. A través de ese libro, Dios se dirige a nosotros individualmente como “hijo mío” (2:1; 3:1; 4:1; 5:1); tal exhortación es tan urgentemente necesitada por los creyentes hoy, como lo fue para los creyentes que vivieron en épocas anteriores. Aunque hijos de Dios, seguimos siendo hijos de Adán – obstinados, orgullosos, independientes; requerimos ser disciplinados, estar bajo la vara del Padre, soportándola mansamente, y a ser de ese modo ejercitados en nuestros corazones y conciencias.
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Extracto del libro: “La aplicación de las Escrituras”, de A.W. Pink