¿Cuál es el problema? Han vivido de sus propias actividades. Se puede estar tan ocupado predicando y trabajando que no se alimente la propia alma. Se olvida tanto la propia vida espiritual que al final uno se encuentra que ha vivido para sí mismo y para sus propias actividades y al detenerse, o al ser detenido por las enfermedades o circunstancias, encuentra que la vida está vacía, que no se poseen recursos.
Esto no se limita, claro está, a la vida cristiana. A menudo oímos hablar de hombres de negocios o profesionales que han tenido mucho éxito y que han gozado de buena salud toda su vida. Luego deciden retirarse y todo el mundo se sorprende cuando, al cabo de unos seis meses, oyen que han fallecido repentinamente. ¿Qué ha sucedido? A menudo la verdadera explicación es que lo que los mantenía en vida, lo que les proporcionaba el estímulo para vivir y el propósito para la vida, de repente desapareció, y se derrumbaron. O pensemos en la forma en que tantas personas se mantienen solamente gracias a los entretenimientos y placeres. Cuando de repente se ven apartados de los mismos no saben qué hacer con ellos mismos; se sienten completamente aburridos y desvalidos. Han estado viviendo para sus propias actividades y placeres. Y lo mismo puede suceder en la vida cristiana. Por esto es bueno que todos nosotros, de vez en cuando, nos detengamos a descansar y a examinarnos a nosotros mismos para preguntarnos “¿Para qué cosas estoy viviendo?” ¿Qué sucedería si de repente se nos prohibieran las reuniones a las que asistimos con tanta frecuencia y regularidad; cómo nos sentiríamos? ¿Qué sucedería si la salud nos fallara y no pudiéramos leer ni disfrutar de la compañía de otros, o si nos quedáramos solos? ¿Qué haríamos? Debemos dedicar tiempo a hacernos estas preguntas, porque uno de los peligros mayores del alma es vivir de sus propias actividades y esfuerzos. El estar muy ocupados es una de las sendas que nos pueden llevar al autoengaño.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones