Hemos venido contemplando tan sólo al corazón humano. ¿Hay alguien que esté dispuesto a decir a la luz de lo visto, que el hombre puede hacerse cristiano por sí mismo? Se puede ver a Dios sólo cuando se es de corazón limpio, y hemos visto precisamente lo que somos por naturaleza. Es una antítesis completa; nada puede estar más lejos de Dios. Lo que el evangelio quiere hacer es sacarnos de ese abismo terrible y elevarnos hasta el cielo. Es algo sobrenatural. Por tanto examinémoslo en función de la definición. ¿Qué quiere decir nuestro Señor con ‘limpio corazón’? Se suele estar de acuerdo en que la palabra tiene de cualquier modo dos significados.
Uno es que no es hipócrita; significa, si se quiere, ‘sencillo’. Recordarán que nuestro Señor habla acerca del ojo malo un poco más adelante en el Sermón del Monte. Dice ‘así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas.’ Esta pureza externa de corazón, por tanto, equivale a bondad, sencillez. Significa, si se quiere, sin doblez; está al descubierto, nada oculta.
Se puede llamar sinceridad; significa devoción rectilínea. Una de las mejores definiciones de pureza la da el Salmo 86:11, ‘afirma mi corazón para que tema tu nombre.’ El problema es que nuestro corazón está dividido. ¿No es ese mi problema frente a Dios? Una parte de mi corazón desea conocer a Dios, adorarlo y complacerlo; pero otra desea otra cosa. Recuerdan lo que Dice Pablo en Romanos 7; ‘según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.’
Ahora bien, el corazón puro es el que ya no está dividido, y por esto el salmista, habiendo comprendido este problema, oraba al Señor, diciendo, ‘crea en mí, oh Dios, un corazón limpio.’ Parece decir ‘Haz que no se desvíe, quítale el doblez, que sea sincero, que se vea libre de toda hipocresía.’
Pero este no es el único significado de este término ‘limpieza.’ También implica el significado de ‘purificado,’ ‘sin mancha.’ En Apocalipsis 21:27 Juan nos habla de los que van a ser admitidos en la Jerusalén celestial, y dice ‘no entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.’
En Apocalipsis 22:14 leemos, ‘Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira.’ Nada manchado o impuro o que tiene algo contaminado entrará en la Jerusalén celestial.
Pero quizá lo podemos expresar diciendo que ser de limpio corazón significa ser como el Señor Jesucristo mismo, ‘el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca’ — perfecto, sin mancha, puro, íntegro. Si lo analizamos un poco podemos decir que significa que tenemos un amor indiviso que considera a Dios como nuestro bien supremo, y que se preocupa sólo de amar a Dios. Ser de corazón limpio, en otras palabras, significa guardar ‘el primero y mayor de los mandamientos,’ que es ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.’
Significa, en otras palabras, que deberíamos vivir para la gloria de Dios en todos los sentidos, y que ese debería ser el deseo supremo de la vida. Significa que deseamos a Dios, que deseamos conocerlo, que deseamos amarlo y servirlo. Y nuestro Señor afirma ahora que sólo si son así verán a Dios. Por esto digo que esta afirmación es una de las más solemnes de toda la Biblia. Hay un texto paralelo en la Carta a los Hebreos que habla de ‘la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.’ No puedo entender a las personas a quienes no les gusta que se predique de la santidad, (no me refiero a hablar de teorías, sino de la santidad misma en el sentido del Nuevo Testamento), porque tenemos esta afirmación clara, obvia de la Escritura que sin ella ‘nadie verá al Señor.’
Hemos considerado, pues, qué significa realmente la santidad. Pregunto una vez más, por tanto, si hay necedad mayor que la de imaginar que uno puede llegar a ser cristiano por sí mismo. El propósito todo del cristianismo es conducirnos a la visión de Dios, ver a Dios.
¿Qué hace falta entonces para que pueda ver a Dios? Esta es la respuesta. Santidad, limpieza de corazón. Con todo, muchos quisieran reducir esto a una pequeña cuestión de decencia, de moralidad o de interés intelectual por las doctrinas de la fe cristiana.
Pero aquí se trata nada menos que de toda la persona. ‘Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.’ En el terreno espiritual no se puede mezclar la luz con las tinieblas, lo blanco con lo negro, Cristo con Belial. No hay conexión ninguna entre ellos. Es obvio, por tanto, que sólo los que son como El pueden ver a Dios y estar en su presencia. Por esto debemos ser de corazón limpio antes de poder ver a Dios.
¿Qué significa la visión de Dios? ¿Qué se quiere decir con eso de que ‘veremos’ a Dios? También esto ha sido objeto de muchos comentarios a lo largo de la historia de la Iglesia cristiana. Algunos de los Padres y maestros más antiguos de la Iglesia se sintieron muy atraídos por este tema y le dedicaron mucho tiempo. ¿Significaba que en el estado glorificado veríamos a Dios cara a cara o no? Este era el gran problema para ellos. ¿Era objetivo y visible, o puramente espiritual? Me parece que, en último término, esta pregunta nunca se podrá contestar. Sólo puedo presentarles pruebas. En la Escritura hay afirmaciones que parecen indicar lo uno o lo otro. Pero de todos modos podemos afirmar esto. Recuerdan lo que le sucedió a Moisés. En una ocasión Dios lo tomó aparte, lo situó en una montaña y le dijo que iba a dejarse ver de él, pero le dijo que sólo le vería la espalda, indicando, sin duda, que ver a Dios es imposible. Las teofanías del Antiguo Testamento, o sea, las veces en que el Ángel del Pacto se apareció en forma humana, sin duda indican que ver a Dios en un sentido físico es imposible.
Recuerdan también las afirmaciones que el Señor mismo hizo. En una ocasión se volvió a la gente para decirles, ‘Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto’ — sugiriendo que sí tiene ‘aspecto.’ Dijo también, ‘no que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre.’ ‘Ustedes no han visto al Padre,’ vino a decirles, ‘pero yo que soy de Dios sí lo he visto.’ ‘A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.’ Estas son las afirmaciones con las que nos encontramos. Luego recuerdan que en una ocasión dijo, ‘el que me ha visto a mí ha visto al Padre, una de sus afirmaciones más arcanas. Esto es lo que dice la Biblia acerca de este problema, y me parece que, en conjunto, no vale la pena dedicarle más tiempo. Reconozcamos que nada sabemos. El Ser mismo de Dios es tan trascendente y eterno que cualquier esfuerzo por llegar a entenderlo está condenado al fracaso. La Biblia misma, me parece —y lo digo con reverencia— no trata de darnos un concepto adecuado del ser de Dios. Nuestros términos son tan inadecuados, nuestra inteligencia tan pequeña y finita, que los intentos de describir a Dios y a su gloria son peligrosos. Todo lo que sabemos es que hay esta promesa gloriosa de que, en una forma u otra, los de corazón limpio verán a Dios.
Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones