En BOLETÍN SEMANAL
En el camino: ​¿Hemos tomado alguna decisión respecto a ese camino de vida? ¿Nos hemos dedicado por completo a él? ¿Lo hemos escogido? ¿Es eso lo que queremos ser? ¿Es esto lo que tratamos de ser? ¿Es esa la vida por la que tenemos hambre y sed?

​Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan (Mateo 7:13,14).

Antes de concluir el tema tratado en estos versículos, hay otro principio que deberíamos examinar. Hemos decidido entrar por la puerta estrecha y hemos visto las razones para hacerlo así. Hay, sin embargo, ciertos problemas que se mencionan muy a menudo cuando se examina este texto. Uno es que la teología de esta enseñanza contiene una piedra de tropiezo para ciertas personas. La primera dificultad es ésta. ¿Enseña nuestro Señor aquí que hay una especie de posición neutral en la vida? Se nos describe como si estuviéramos en una bifurcación, con una puerta ancha y otra estrecha frente a nosotros. ¿Hay alguna vez en la vida del hombre algo que no es ni bueno ni malo? ¿Nacemos todos inocentes y neutrales? ¿Entramos voluntariamente por una u otra? Parece enseñar esto. La respuesta, desde luego, es que siempre debemos comparar un texto de la Biblia con los demás y tomar cualquier texto específico a la luz del todo. La Biblia nos enseña claramente que todos hemos nacido en este mundo como hijos de pecado y de  ira. Todos hemos nacido, como descendientes de Adán, con la culpa y la vergüenza; hemos nacido en pecado y hemos sido formados en iniquidad, hemos nacido, realmente, ‘muertos en delitos y pecados’. La realidad es que todos nacemos en el camino ancho. ¿Por qué, pues, nuestro Señor lo presentó así? Por esta razón: aquí está enseñando la importancia de entrar en su camino de vida. Y utiliza un ejemplo. Dramatiza y objetiva la situación y nos pide considerarla como si se nos planteara la elección de uno de estos dos caminos. En otras palabras, pregunta: ¿Estás entregado para siempre a esta vida mundana en la cual has nacido o vas a dejarla para venir a mí? Es una técnica didáctica perfecta y uno no puede imaginar una ilustración mejor que ésta. Con todo, cualquier ejemplo tiene sus límites. Le preocupa la entrega de nosotros mismos, y por ello lo presenta así. En consecuencia, no contiene ninguna enseñanza que contradiga lo que la Biblia inculca claramente respecto a que todos debemos nacer de nuevo, todos necesitamos una nueva naturaleza, todos somos hijos de este mundo, e hijos de Satanás, hasta que llegamos a ser hijos de Dios. Nuestro Señor mismo enseña esto.  Él da poder a todos los que lo reciben para ‘ser hechos’ hijos de Dios. Ésta es la enseñanza que se encuentra en los Evangelios, al igual que en las Cartas. Por tanto, si lo consideramos así, vemos que es sólo un ejemplo para subrayar un punto.

Pero hay otra pregunta. ¿Enseña nuestro Señor que es nuestra decisión y acción lo que nos salva? “Entrad por la puerta estrecha”, parece decir, “y si lo hacéis, y andáis por el camino angosto, llegaréis a la vida; mientras que si entráis por la otra acabaréis en la destrucción”. ¿Enseña, entonces, que el hombre se salva a sí mismo gracias a su decisión y acción?

También este problema lo examinamos de la misma manera. Siempre debemos comparar unos textos de la Biblia con otros, y darnos cuenta de que nunca se contradicen entre sí. Y la Biblia enseña que todos somos justificados por la fe, y salvados por la muerte del Señor Jesucristo quien murió en nuestro lugar. Él vino “a buscar y a salvar lo que se había perdido”. “No hay justo, ni aun uno”. Todos son culpables delante de Dios. Nadie con sus propios actos se puede salvar a sí mismo; su justicia no es sino ‘trapos de inmundicia’. Todos nos salvamos por la gracia del Señor Jesucristo y no por algo que nosotros podamos hacer. Entonces, preguntaría alguien, ¿qué dice este texto? La respuesta se podría dar así. No me salvo a mí mismo entrando por la puerta estrecha, sino que al hacerlo así doy a conocer el hecho de que soy salvo. El único que entra por la puerta estrecha es el que es salvo; los únicos que se encuentran en el camino angosto son los que son salvos; de lo contrario no estarían ahí. “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios”; “La mente carnal (natural) es enemistad contra Dios”, y, en consecuencia, contra el camino angosto. “No se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”. En consecuencia nadie, por sí mismo, va a escoger jamás entrar por la puerta estrecha; porque sería una necedad para él hacerlo. No; lo que nuestro Señor dice aquí es esto. No es porque me haga a mí mismo ‘pobre de espíritu’ por lo que soy ‘bienaventurado’; sino que cuando me vuelvo pobre de espíritu como consecuencia de la acción del Espíritu Santo en mí, soy verdaderamente bienaventurado. Al ser así y hacer estas cosas, proclamamos lo que somos, anunciamos alegre y voluntariamente que somos suyos. Sólo los cristianos se encuentran en el camino angosto y uno no se hace cristiano entrando en él. Se entra en él y se camina por él porque ya se es salvo.

Lo podríamos decir de forma contraria. ¿El fracaso de vivir la vida cristiana plenamente, demuestra que estamos en el camino ancho? Hemos dedicado tiempo a examinar las características de los caminos angosto y ancho, y tenemos un cuadro claro de la vida cristiana en todo el Sermón del Monte. Pero fallamos de muchas maneras; no presentamos la otra mejilla, y así sucesivamente. ¿Significa esto, por consiguiente, que seguimos todavía en el camino ancho? La respuesta es ‘No’. Ninguna metáfora se debe tomar en todos sus detalles, de lo contrario, como hemos visto tantas veces, se vuelve ridícula. Las preguntas que han de hacerse a la luz de este texto son éstas: ¿Hemos tomado alguna decisión respecto a ese camino de vida? ¿Nos hemos dedicado por completo a él? ¿Lo hemos escogido? ¿Es eso lo que queremos ser? ¿Es esto lo que tratamos de ser? ¿Es esa la vida por la que tenemos hambre y sed? Si lo es, puedo asegurarles que se encuentran en ella. Nuestro Señor mismo dijo, “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. El hombre que tiene hambre y sed de justicia no es absolutamente perfecto y sin pecado. En esta vida no se encuentran personas así. Lo que nuestro Señor dice de hecho es, “Mi pueblo es el pueblo que desea seguirme, los que tratan de seguirme”. Han entrado por la puerta estrecha y caminan por el camino angosto. A menudo fallan y ceden a la tentación, pero siguen estando en el camino. Los fracasos no significan que hayan regresado al camino espacioso. Se puede caer en el camino angosto. Pero si uno se da cuenta de que ha caído, e inmediatamente confiesa y reconoce su pecado, el Señor es ‘fiel y justo’ para perdonar el pecado y purificar toda injusticia. Juan nos lo ha presentado de forma completa en el primer capítulo de su primera Carta: “Si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado”. “No hay ningunas tinieblas en Él”, pero caemos en el pecado y rompemos la intimidad y comunión. Seguimos estando en el camino, pero hemos perdido la comunión. Sólo nos queda confesarlo, y de inmediato la sangre de Jesucristo nos purificará de ese pecado y de cualquier otra injusticia. Se restaura la comunión y seguimos andando con Él. Esta metáfora del camino estrecho tiene como fin subrayar e inculcar este gran principio: nuestro deseo, nuestra ambición, nuestra dedicación, nuestra decisión, nuestra hambre y sed de ser como Él, y de andar con Él.

El último punto es éste. “Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”. Dirá alguien, “¿significa esto que sólo unos pocos se salvarán? ¿Va a condenarse la gran mayoría del género humano?” Para responder a esto no tengo sino que presentar lo que nuestro Señor mismo respondió a esta pregunta. Los que tenían curiosidad por problemas teológicos, y que a menudo habían discutido este punto entre sí, acudieron a nuestro Señor un día (Lc. 13:23), y le preguntaron, como a muchos todavía les gusta también preguntar: “¿Son pocos los que se salvan?” Recordemos la respuesta de nuestro Señor. Les mira a los ojos a esos filósofos, a estos que gustaban de especular, y les dice: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta”. Hay que dejar estas preguntas a Dios; Dios y sólo Dios, sabe cuántos van a salvarse. No es asunto nuestro descubrir cuántos van a salvarse. Nuestra responsabilidad es tratar de entrar, asegurarnos de que estamos en el camino, y si nos aseguramos de esto, un día en la gloria, pero no hasta entonces, descubriremos cuántos compañeros tenemos. Y muy bien podría ser que tengamos una gran sorpresa. Pero por ahora no es asunto nuestro. Nuestra responsabilidad es entrar por esta puerta, esforzarnos para entrar en ella, asegurarnos. Entremos, y nos encontraremos entre los salvos, entre los que van a ser glorificados, entre los que miran a Jesús, ‘el autor y consumador de la fe’.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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