En BOLETÍN SEMANAL
​En el lecho de muerte: La muerte pone fin a todos nuestros planes y esperanzas terrenas y nos separa de aquellos que amamos y que han vivido con nosotros. A menudo viene después de un largo y doloroso sufrimiento físico. La muerte nos abre las puertas del juicio y de la eternidad.


«Escudriñad las Escrituras» «¿Cómo lees?» (Juan 5:39; Lucas 10:26).

La muerte es un hecho cierto para todo hombre; no puede evitarse; es el rio que todos debemos cruzar. Yo que escribo, y tú que lees, los dos tendremos que morir. A menudo se cree «que todos son mortales menos uno mismo.” Deseo que todo hombre sepa cómo vivir, pero también cómo morir. La muerte es un suceso solemne. La muerte pone fin a todos nuestros planes y esperanzas terrenas y nos separa de aquellos que amamos y que han vivido con nosotros. A menudo viene después de un largo y doloroso sufrimiento físico. La muerte nos abre las puertas del juicio y de la eternidad; del cielo o del infierno. Después de la muerte ya no hay tiempo ni oportunidad para el arrepentimiento. Hay errores que en vida pueden enmendarse y ser corregidos, pero no es así con los errores que se cometen en el lecho de muerte. Allí donde cae el árbol, allí yace. No hay posibilidad de conversión en el féretro, ni posibilidad de nuevo nacimiento después del último suspiro. En torno nuestro está la muerte; quizá esté muy cerca. El tiempo de nuestra partida es incierto; pero tarde o temprano moriremos, ¡y moriremos solos! ¡Cuán serias son todas estas consideraciones!

Aún para el creyente en Cristo, la muerte es un acontecimiento solemne. Es cierto que para éste el aguijón de la muerte ha sido quitado (1 Corintios 15:55), y que por estar en Cristo, el morir le es un privilegio; viviendo o muriendo, es del Señor. Para él el vivir es Cristo y el morir ganancia (Filipenses 1:21). La muerte libra al creyente de muchas pruebas: de un cuerpo débil, de un corazón corrupto, de tentaciones del diablo, de las burlas y persecuciones del mundo. En la muerte el creyente descansa de «todos sus trabajos», y entra a participar de incontables goces; la esperanza de una gozosa resurrección se convierte en realidad, y pasa a disfrutar de la compañía de los santos espíritus redimidos; pasa a estar «con Cristo.” Todo esto, repetimos, es cierto, pero aun así, para el creyente la muerte es algo solemne; la sangre y la carne, naturalmente, se estremecen; abandonar a todos los que amamos es algo que retuerce y agita nuestros sentimientos. Aunque nos venga a desatar para estar con Cristo, aun así la muerte es algo que el creyente no puede dejar de considerar seria y solemnemente.

Las cosas placenteras y agradables de este mundo no pueden confortar al hombre en la hora de la muerte. El dinero puede conseguir el mejor cuidado médico y la mejor medicina para el cuerpo; pero el dinero no puede comprar la paz de conciencia y la tranquilidad de espíritu. Ni los familiares ni los amigos queridos pueden confortar a una persona en la hora de la muerte. Con su afecto pueden hacer más blanda la almohada al moribundo; y aguantar su cuerpo tambaleante; pero no pueden calmar el dolor espiritual de un corazón, ni acallar los martillazos acusadores de una conciencia que tiembla ante los ojos de Dios.

Los placeres del mundo tampoco pueden confortar al hombre en la hora de la muerte. El iluminado salón de baile, la sala de fiestas, el palco de la ópera, las voces de los cantores, las diversiones mundanas, los placeres de la carne, los espectáculos deportivos, etcétera, de nada sirven para confortar al moribundo. Ni los libros, ni los periódicos podrán dar aliento al moribundo. Los más brillantes escritos de Macaulay o Dickens se esfumarán en sus oídos. El mejor artículo del Times no tendrá para él interés alguno. La profesión o vocación que durante tantos años ocupó sus pensamientos y requirió sus esfuerzos, ante la muerte se convertirá en un recuerdo vano.

Sólo hay una fuente de consuelo en la hora de la muerte: la Biblia. Textos de la Biblia, capítulos de la Biblia, frases de la Biblia y todo lo que provenga de la Biblia, constituirá el único bálsamo de consolación para el moribundo. Pero si en vida la persona no ha evaluado y amado la Biblia, mucho me temo que aún en el lecho de la muerte tampoco le será de provecho. He estado junto a muchos lechos de muerte y lo he podido comprobar por mí mismo. Pocas son las personas que se han convertido en sus últimos momentos de vida; por lo general es ya demasiado tarde. Con todo, repito, el único consuelo verdadero en la hora de la muerte proviene de la Palabra de Dios. Cuán verdadera es aquella confesión del erudito Selden: «Fuera de la Biblia no hay ningún otro libro en el cual podamos descansar en la hora de la muerte.”

La persona que piensa que podrá morir en paz sin tener el consuelo de la Biblia, se equivoca. Lo único que puede confortar en la hora de la muerte es este Libro del cual te estoy hablando. Es muy importante, pues, saber lo que haces con este Libro. Vives en un mundo que se pasa, y tarde o temprano también pasarás a la eternidad. ¿A qué consuelo te acogerás en la hora de la muerte? Te ruego y te suplico, por última vez, que contestes sinceramente a esta pregunta: ¿Qué estás haciendo con la Biblia? ¿La lees? Y si la lees, ¿CÓMO LA LEES?

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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