El salmista está diciendo, en primer lugar, que él desea a Dios mismo, no solamente lo que Dios da, o lo que hace. Esta es una declaración muy importante, por esta razón: La verdadera esencia del problema del salmista, en un sentido, es que él había colocado lo que Dios da, en el lugar que debe ocupar Dios mismo. Esto es lo que estaba detrás de su problema con relación a los impíos. A todos les iba bien; ¿por qué él lo estaba pasando mal? ¿Por qué había sido "azotado todo el día?" ¿Por qué piensa: "en vano he limpiado mi corazón y lavado mis manos en inocencia"?
El problema es que él estaba más interesado en las cosas que Dios da, que en Dios mismo, y porque pensaba que no tenía las cosas que él deseaba, comenzó a dudar del amor de Dios. Pero llegó a un punto donde honestamente puede decir que desea a Dios mismo por lo que es y no sólo por lo que da y hace. Lo expresaré en forma más enfática. La prueba final del cristiano radica en que sinceramente pueda decir que desea a Dios aun antes que el perdón. Todos deseamos el perdón, y con toda razón; pero esto es uno de los grados más elementales de la experiencia cristiana. La cúspide de la experiencia cristiana es cuando uno pueda decir: «Sí, pero aun más que el perdón, deseo a Dios, Dios mismo». Muchas veces deseamos poder, capacidad y otros dones. Hay un sentido en que es correcto desearlos. Pero si ponemos estas cosas antes que Dios, estamos proclamando nuevamente que somos cristianos muy pobres Como cristianos desearnos bendiciones de varias clases y oramos a Dios por ellas, pero al hacerlo, a veces podemos insultar a Dios, porque damos a entender que no tenemos interés en Él sino sólo en el hecho de que Él puede darnos esas bendiciones. Deseamos las bendiciones pero no nos detenemos a gozar de su bendita Persona. El salmista experimentó todo esto y llegó a ver que la mayor de todas las bendiciones es justamente conocer a Dios y estar en su presencia.
Hay muchos ejemplos de esto en la Biblia. El Salmo 42: 1 y 2 lo expresa perfectamente: «Como el ciervo brama por las corrientes de aguas, así clama por ti, oh Dios, mi alma». Aquí el salmista está clamando por un conocimiento directo de Dios, una inmediata experiencia de Dios. Su alma «clama», «tiene sed de Dios, del Dios vivo». No de Dios como una idea, no de Dios como una causa, o fuente de bendición, sino del Dios vivo en persona. ¿Conocemos esto?
¿Estamos hambrientos y sedientos de Él? ¿Le anhelan nuestras almas? Esto es muy profundo, y es terrible pensar que es posible pasar nuestra vida orando cada día y nunca darnos cuenta que lo supremo en la experiencia cristiana es encontrarnos cara a cara con Dios, adorándole a Él espiritualmente. ¿Nos damos cuenta que estamos relacionados directamente con el Dios vivo? ¿Conocemos su presencia? ¿Es real en nosotros? Lo expresaré en un nivel inferior: ¿Estamos deseando y buscando esto? ¿Estamos insatisfechos hasta obtenerlo? ¿Es el mayor deseo de nuestros corazones y nuestra más alta ambición, sobre toda otra bendición y experiencia, saber que estamos ante Él y que lo conocemos y nos gozamos en Él? Esto es lo que el autor del Salmo 42 desea; esto es lo que el autor del Salmo 73 había llegado a disfrutar.
El Apóstol Pablo dice exactamente esto en Filipenses 3:10. «Si me preguntan», dice Pablo, «cuál es mi mayor deseo, es este: ‘conocerle'». Notemos su suprema ambición. No me interpreten mal al exponer esto claramente. Su más alta ambición no fue ser un gran ganador de almas. Fue una de sus ambiciones, y muy buena. No era ni siquiera ser un gran predicador. No; por encima de todo e incluyendo esto, era «conocerlo». Porque como el apóstol nos recuerda en otra parte, si ponemos las otras cosas primero, quizá seamos reprobados, en cierto sentido, aun como predicadores. Pero cuando ponemos el deseo que tuvo Pablo en el centro, no hay peligro. Pablo vio la faz del Cristo vivo, del Cristo resucitado. Sin embargo, aún no está satisfecho y desea este más profundo y más íntimo conocimiento de Él, un conocimiento personal, una revelación personal del Señor viviente en el sentido espiritual.
No hay nada más sublime que esto, Fijémonos en el anciano Juan escribiendo su carta de despedida a los cristianos. Su mayor deseo, les dice en 1 Juan 1:4, es «… que vuestro gozo sea cumplido”. ¿Cómo es que se cumple? «… para que también vosotros tengáis comunión con nosotros…», compartiendo con nosotros esta experiencia bendita que gozamos. ¿Y qué es esto? «. Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo». No significa que solamente estamos involucrados en la obra de Dios. Quiere decir esto por supuesto; pero es el nivel inferior. El nivel más alto es realmente conocer a Dios mismo. »Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3). En verdad, tenemos la autoridad de nuestro Señor mismo, y no solamente en la declaración que acabo de mencionar. Cuando uno le preguntó cuál era el más grande mandamiento, dijo: «… .Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente». «… Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt. 22:37, 39). Lo primero, lo más importante en la vida, es que conozcamos a Dios y que le amemos con todo nuestro ser. Estar satisfechos con algo menos que esto es no entender el fin, el objeto y el propósito de la salvación cristiana. No nos detengamos en el perdón. No nos detengamos en las experiencias. La meta es conocer a Dios, y nada menos. El salmista puede decir que ahora sólo desea conocer a Dios por lo que Él es, y no por lo que da y hace.
Lo expresaré de otra manera. Este hombre no solamente desea a Dios mismo, sino que no desea otra cosa aparte de Dios. Es exclusivo en su deseo y lo detalla. Primero dice que no desea otra cosa en el cielo sino a Dios. ¡Qué declaración! «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?” Quisiera formular una pregunta, y creo que son estas simples preguntas las que realmente nos dicen toda la verdad acerca de nosotros mismos. ¿Qué es lo que deseamos y esperamos en el cielo? Haré una pregunta que quizá venga antes que ésta: ¿Realmente anhelamos estar en el cielo? Me agrada la forma en que Matthew Henry lo dice: «Nunca se nos ha dicho en las Escrituras que deseemos el cielo». Si una persona desea la muerte no es porque desea el cielo». Si una persona desea la muerte es porque quiere quitarse la vida debido a sus problemas. Esta no es una actitud cristiana sino pagana. El cristiano tiene un deseo positivo del cielo, y por lo tanto pregunto: ¿Deseamos estar en el cielo? Pero, aun más, ¿qué es lo que deseamos cuando lleguemos al cielo?, ¿es el descanso?, ¿es el estar libres de nuestras pruebas y tribulaciones?, ¿es la paz del cielo?, ¿es el gozo del cielo? Todas esas cosas se encontrarán allí, ¡gracias a Dios!; pero esto no es lo que debemos buscar en el cielo. Es la faz de Dios lo que debemos buscar. «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. La visión espléndida, el Summum Bonum es estar en la misma presencia de Dios contemplar y contemplar a Dios. ¿Deseamos esto? ¿Es esto el cielo para nosotros? ¿Es esto lo que deseamos por encima de todas las demás cosas? ¿Es esto lo que queremos y deseamos con ansias?…
Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones