Ciertamente los has puesto en deslizaderos; En asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se consumieron de terrores. Como sueño del que despierta, Así, Señor, cuando despertares, Menospreciarás su apariencia. Salmo 73
¿Qué es lo que necesitaba ser corregido cuando comenzó a pensar sobre Dios en el sentido correcto? Lo primero fue su actitud con respecto al carácter de Dios, porque, después de todo, lo que el salmista empezó a poner en duda fue el carácter de Dios mismo. Muchos de estos salmistas con extraña y notable honestidad confiesan que fueron tentados en este sentido. Por ejemplo, en el Salmo 77 se expresa claramente. El salmista pregunta: «Desechará el Señor para siempre, y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa? ¿Ha olvidado Dios el tener misericordia?…» Esta es la clase de pregunta que ellos se hacían. Algunos de los grandes hombres de Dios fueron tentados a veces a hacerse estas preguntas cuando las cosas no les iban bien. El salmista de igual manera formuló estas mismas preguntas: ¿Acaso a Dios le importa?, y si le importa ¿por qué no detiene todas estas cosas? ¿Será que no puede hacerlo? Así es que las dudas acerca del carácter de Dios conducen a dudar de su poder.
¡Cuántos se han hecho estas preguntas! ¿Cuántas veces se ha dicho durante la última guerra mundial: «¿Por qué Dios permite que viva un hombre como Hitler? Si es el Dios todopoderoso, por qué no lo destruye de una vez?» Luego la misma pregunta sugiere: ¿Será que Dios no lo puede hacer? o, ¿será que nos hemos equivocado en nuestras ideas acerca de Dios? ¿Hemos estado equivocados en nuestras ideas acerca de su misericordia y bondad? ¿Por qué que no destruye a estas personas que se oponen a Él y a su pueblo? Estas son las preguntas que tienden a agitar nuestras mentes en tiempos de prueba.
Este hombre fue atormentado con estas preguntas, pero aquí encuentra la respuesta. Inmediatamente su modo de pensar se corrige recordando la grandeza y el poder de Dios— «los has puesto en deslizaderos”. No hay nada que esté fuera del control de Dios. Muchos de los Salmos expresan esto, como por ejemplo el Salmo 50. Es por cierto uno de los grandes temas de la Biblia. No hay límites al poder de Dios, es eterno en todo lo que es y lo que hace. «El dijo, y fue hecho” (Sal. 33:9). El creó todo de la nada; suspendió el Universo en el espacio. Leamos los pasajes grandiosos del libro de Job (por ejemplo, capítulo 28) y encontraremos que allí se expresa en una forma maravillosa. De la misma manera comienza la Escritura cuando nos dice:
«En el principio Dios”. Esto es un postulado fundamental; la Biblia lo afirma en todas partes. Cualquiera sea la explicación que se dé a todo lo que está sucediendo en el mundo, no significa que Dios sea incapaz de detenerlo. No es que Dios no pueda frenar estas cosas, porque el poder de Dios, por definición, es ilimitado. Él es absoluto; es eterno, para quien todo lo de este mundo le es como nada. El posee todo, gobierna y controla todo; todas las cosas están bajo su mano. «Jehová reina». Esto fue pues, lo primero que comprendió, y lo comprendió bien.
En segundo lugar, comprendió lo referente a la rectitud y a la justicia de Dios. Este es el orden en que se presentan. Si Dios tiene el poder, ¿por qué no lo ejercita? Si Dios tiene la habilidad de ejercerlo, ¿por qué no lo ejerce? Si Dios tiene la capacidad de destruir a todos sus enemigos, ¿por qué permite que ellos hagan lo que están haciendo? ¿Por qué los impíos florecen? ¿Qué ocurre con la rectitud y la justicia de Dios? La respuesta se encuentra en las palabras de Abraham: «El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?» (Gn. 18:25). Este postulado es tan fundamental como lo es la grandeza, el poder y la majestad de Dios. Dios es eternamente justo y recto. Dios no puede cambiar. Dios no puede (lo digo reverentemente, y es parte de la verdad concerniente a la santidad de Dios), Dios no puede ser injusto. Esto es imposible.
Santiago lo expresa de esta manera: «Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni El tienta a nadie, pues El es Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:13, 17). Si hubiera posibilidad alguna de cambio o modificación en la persona de Dios, dejaría de ser Dios. Dios, tal como Él se reveló a nosotros, es desde la eternidad y hasta la eternidad, siempre el mismo; jamás hay diferencia, jamás modificación alguna. Así, cuando Abraham dice: «El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo” está en lo correcto. No puede hacer otra cosa. Tenemos que darnos cuenta de esto, y cuando somos tentados por el diablo, o por nuestros propios contratiempos, o por cualquier posición que el diablo quiera utilizar para hacernos dudar de la justicia de Dios, podamos entender que lo único que estamos haciendo es sugerir la posibilidad que Dios varíe y cambie. Esto es imposible; porque Dios es Dios, y por lo que Él es, jamás puede haber variación alguna en su justicia o rectitud.
Tenemos, sin embargo, que seguir más adelante. El salmista siguió y llegó al punto donde descubrió que el pacto de Dios y las promesas de Dios, son fieles para siempre, y para siempre seguras. En otras palabras, Dios no es solamente justo y recto, sino que se ha comprometido con el hombre. Ha dado ciertas promesas. Por eso otra gran doctrina de la Biblia es que las promesas de Dios son siempre ciertas y seguras; lo que El ha prometido, segura y ciertamente lo cumplirá. Recordemos las palabras de Pablo a Tito; él se refiere a un «Dios, que no miente» (Tit. 1:2). Y no puede mentir por la sencilla razón que Dios es Dios. Cuando Dios da una promesa, ciertamente la cumplirá. Todas sus promesas son absolutas, y cualquier cosa que El ha prometido, sin lugar a duda, la llevará a cabo.
Esto fue muy importante para el salmista porque siendo él uno de los miembros del pueblo de Dios, conocía el pacto. Conocía las promesas que Dios había hecho a su pueblo, y cómo El se había brindado a ellos. Les dijo que ellos eran su pueblo especial, su pueblo «peculiar», que tomaría especial interés en ellos, que los cuidaría y los bendeciría hasta que los reuniese junto a Él.
Estracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones