En BOLETÍN SEMANAL
​Escucharé lo que hablará  Jehová Dios: porque hablará paz a su pueblo y, a sus santos; para que no se conviertan a la locura (Salmo 85:8).
 
Este salmo fue escrito en nombre de toda la congregación de los judíos y para su consuelo, constituyendo tanto una profecía como una petición de su retorno de la cautividad babilónica. También habla del nuevo advenimiento de la antigua gloria, paz, administración de justicia, libertad para las ordenanzas de Dios, de la abundancia y prosperidad que antes habían disfrutado, pero que ahora había perdido durante la cautividad de Babilonia. Este Salmo empieza con una oración, recordando a Jehová con gran insistencia su misericordioso proceder para con el pueblo de Israel en tiempos anteriores.   Terminada su oración, se detiene ahora y escucha para saber qué respuesta vendrá del cielo, adonde su oración había ya llegado: "Escucharé lo que hablará Jehová-; o, corno algunos leen: "Escucho lo que habla Jehová"; porque a veces hay una respuesta que llega rápidamente al corazón del hombre, aun antes de que la oración esté acabada. Y el resumen es éste: "Jehová hablará paz a su pueblo". Esta es la respuesta que se encuentra escrita al final de la petición, pero acompañada de una cláusula de advertencia para el porvenir: "Para que no se conviertan a la locura". Excelente aplicación de tan misericordiosa respuesta.

​UN DEBER DEL PUEBLO DE DIOS
CUANDO ORA

 
El pueblo de Dios ha de observar con diligencia la respuesta de Dios a sus oraciones. Se exponen las razones que existen para ello.
Habiéndose redactado las palabras de este texto bíblico en relación con la respuesta de Dios al salmista, es en este aspecto que me propongo principalmente considerarlas.

Lo que aquí se observa es esto: Que cuando un hombre ha elevado sus oraciones a Dios, no sólo debe tener la seguridad de que Él en misericordia contestará estas oraciones, sino que también ha de escuchar con diligencia, observando cuál sea la respuesta. Ambas cosas se ven en este texto: «Escucharé lo que hablará Dios»; decir, cómo lo hará; y al mismo tiempo expresa confiadamente la seguridad de que «Dios hablará paz». Esta es la oración de la asamblea en Miqueas 7:7: » Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá. «. Estaba a la vez seguro de que Él oiría misericordiosamente («el Dios mío me oirá»), y estaba dispuesto a esperar hasta que Él respondiera, y a observar como lo haría: «A Jehová esperaré»; y en el v. 9: «La ira de Jehová soportaré… hasta que juzgue mí causa». También vemos que Habacuc, habiendo orado contra la tiranía de Nabucodonosor en el primer capítulo, empieza así en el segundo: » Sobre mi guarda estaré, y sobre la fortaleza afirmaré el pie, y velaré para ver lo que se me dirá, y qué he de responder tocante a mi queja. » Al fin llega una respuesta (v2 Y Jehová me respondió); y así como el profeta esperó una visión (pues a veces sus profecías fueron una respuesta a sus oraciones), así también nosotros debemos esperar respuesta a las nuestras.

Razón 1ª.— Porque de lo contrario hacéis vana en vuestros corazones una ordenanza de Dios, al tomar en vano su Nombre. Si no observáis con diligencia la respuesta de Dios es señal de que no creéis que vuestra oración sea un medio eficaz para alcanzar el fin para el que ha sido ordenada, y decís secretamente en vuestros corazones las palabras de Job 21:15: «¿Y de qué nos aprovechará que oremos a Él?» Si usamos un medio, y no esperamos el fin, claramente decimos que dicho medio no sirve para alcanzar aquel fin. Toda oración fiel es ordenada por Dios para ser el medio de obtener lo que deseamos y pedimos, y no será presentada en vano, sino que tendrá respuesta: 1 Juan 5:14, 15: «Y ésta es la confianza que tenemos en Él, que si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye». Cierto es que Dios oye también a un enemigo, pero lo que aquí se indica es que El nos oye en misericordia y gracia; como cuando se dice que cierto favorito es oído por el rey. Si alguno se niega obstinadamente a recibir consejo, decimos que «no quiere oír», aunque de hecho oiga; del mismo modo, en este caso, oír significa inclinación favorable a hacer lo que se ha pedido. Y así se dice que los oídos de Dios están abiertos a las oraciones de ellos; de donde se infiere que «si sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que demandáremos, sabemos que tenemos las peticiones que le hubiéremos demandado”. Tan pronto hemos orado, se dice, tenemos nuestras peticiones (es decir, ya están concedidas), y podemos confiar en que Dios ha dado su consentimiento a ellas. Aunque, en cuanto a la dispensación externa, aun no se haya extendido el decreto de ejecución, se dice que el suplicante tiene lo que desea sólo conque el rey dé la orden para que se haga; bien que tal orden no recibe el sello ni es firmada hasta mucho después. Algo parecido ocurre cuando un hombre impío peca: tan pronto corno el acto ha sido cometido, la sentencia de Dios es dictada contra el trasgresor, mas la ejecución no le alcanza quizás hasta mucho más tarde. El dicho de Salomón en Eclesiastés 8:11: «No se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra», entraña que la sentencia es pronunciada inmediatamente, pero no ejecutada. Lo mismo ocurre cuando un hombre piadoso ora: tan pronto como la oración llega al cielo -lo cual ocurre en un instante -, la petición es concedida. En Daniel 9:23 vemos el aplazamiento de una ejecución efectiva: «Al principio de tus ruego salió la palabra», aunque el ángel que trajo la respuesta no llegó hasta el anochecer (v. 21). De modo que ninguna oración es en vano en cuanto a la respuesta, pues cuando Dios ha dado que el corazón hable, Él tiene oído para oír; y no tener esto en cuenta equivale a considerar inútil un mandamiento Suyo, o lo que es lo mismo, a tomar el nombre de Dios en vano.

Razón 2ª.— No solamente se toma en vano el nombre de Dios, sino también sus atributos, pues es señal de que pensáis que «se ha acortado la mano de Jehová para salvar… se ha agravado su oído para oír», o que su corazón se ha empequeñecido y sus -afectos se han refrenado para no querer; con lo cual le robáis y le despojáis de uno de sus, títulos más regios, aquél con que se llama a sí mismo en el Salmo 65:2: «Dios que oye la oración», y es quien de tal modo la atiende, que en 1 Reyes 8:59 se dice que está «cerca de Jehová nuestro Dios de día y de noche—. Todas las oraciones están ante Él, y las coloca ante sus ojos, como nosotros hacemos con las cartas de nuestros amigos, que, dejamos en sitios visibles para acordarnos de que hemos de contestarlas, o que llevamos encima para tener la seguridad de no olvidarlas. Las peticiones de los suyos no se apartan de su vista hasta que envía respuesta, lo cual aquí es llamado «hablar», pues Dios habla con sus hechos tanto como con su Palabra. Pero vosotros, en vuestra negligencia, hacéis de Él un dios de idólatras, un dios semejante a las vanidades de los paganos, como si «tuviera oídos y no oyera, ojos y no viera» vuestra necesidad. Un dios como el que Elías ridiculizaba: «Gritad en alta voz», decía, «quizá va de camino», etc. (1 Reyes 18:27). Así representáis al Dios de cielos y tierra, al no poner mayor confianza en Él, ni pensáis más en vuestras oraciones a Él, que los paganos en los sacrificios que ofrecen a sus dioses.  Los que suplican favores, no solamente presentan sus peticiones, sino que suelen esperar a la puerta de los grandes hombres, y preguntar, y escuchar por si les fuera posible enterarse de la respuesta que van a recibir. Si ésta es parte de la honra debida a los que están en eminencia, ¡cómo no habremos de esperar también para ver qué responderá Dios, reconociendo así su grandeza, la distancia a que nos hallamos de Él, y cuánto dependemos de Él! «Como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, así nuestros ojos dice David, «miran a Jehová nuestro Dios, hasta que tenga misericordia de nosotros» (Salmo 123:2). Y en el Salmo 130, después de haber orado (v. 2), dice que «espera a Jehová más que los centinelas a la mañana». Así como aquellos que tienen algo grande que hacer por la mañana anhelan el  amanecer y salen a menudo a ver si el día alborea, así también el creyente debe buscar las señales tempranas de una respuesta. Lo mismo encontramos en el Salmo 5:3: «De mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré a ti, y esperaré”, es decir, esperaré una respuesta.

Thomas Goodwin

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