En BOLETÍN SEMANAL
​​y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (Romanos 8:28)   En este texto tenemos en la forma más resumida, lo que quizá sea la respuesta más contundente para todas nuestras dudas y quejas en tiempos de prueba y aflicción. El apóstol estaba escribiendo a hombres y mujeres que sufrían tribulación y experimentaban pruebas y privaciones. Estas cosas estaban probando su fe. Se preguntaban por qué debían sufrirlas y estaban más perplejas aún al tratar de reconciliar estas cosas con las promesas expuestas en el evangelio.

Eso es lo que Pablo trata en este gran pasaje. En la primera parte de este capítulo Pablo ha estado elaborando sobre los resultados y frutos del evangelio en la vida personal de cada creyente. Ha demostrado que como resultado de la obra del Espíritu Santo, el creyente puede ser más que vencedor en los ataques de la carne y el pecado. Luego, procede a demostrar cómo el Espíritu Santo también nos da la seguridad de ser hijos, testificando a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y por tanto, sus herederos, y coherederos con  Cristo. Repentinamente en el versículo 18 intercala la afirmación: »Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse». ¿Por qué dice esto? Seguramente porque imagina que alguien en Roma argumentaría de la siguiente forma: «¡Está bien para ti señalarnos esa gloriosa visión y decimos que somos herederos de Dios y coherederos con Cristo. Pero mira nuestra situación, mira las cosas que nos están ocurriendo y lo que nos amenaza en el futuro! ¿Indican que Dios toma un interés especial en nosotros? ¿Nos auguran un futuro lleno de promesas? Todo parece sernos contrario.

Lejos de ocupar la conocida posición de herederos, diariamente nos enfrentamos con tribulación, tristeza, persecución, hambre, desnudez, peligro y espada. ¿Cómo podemos reconciliar estas cosas con las grandes y preciosas promesas de que nos escribes y hablas? ¿Tenemos alguna garantía de que a pesar de todo lo que nos ocurre, lo que dices finalmente se llevará a cabo?» Siendo esta la dificultad real o concebible en las mentes de los cristianos en Roma,  Pablo procede a responderla. Este es, por cierto, uno de los pasajes más magníficos que se pueden encontrar en sus escritos. Como pieza literaria es espléndida. Como apología, es una magnífica, elocuente y a la vez razonada afirmación del caso. Pero, además, a través de todo el pasaje fluye un espíritu de devoción y adoración. No es una disquisición académica o teórica de un problema.

El escritor mismo ha experimentado incontables dificultades y pruebas. Frecuentemente ha estado en la cárcel, ha sido castigado con azotes sobremanera, varias veces se ha enfrentado con la muerte, ha recibido de los judíos cinco veces cuarenta azotes menos uno, ha sido castigado con varas y apedreado, tres veces sufrió naufragio y estuvo en profundidades del mar »un día y una noche», estuvo «en peligros de ríos, en peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez» (2 Co. 11 :26, 27). Esa fue su experiencia y él escribe a hombres y mujeres que si bien no habían sufrido del mismo modo, sin embargo, estaban pasando por momentos muy difíciles..

En un sentido sería necesario considerar este pasaje en su totalidad, pero nuestro texto enfoca la atención sobre los principios centrales que se enseñan no sólo aquí sino en todo el Nuevo Testamento. Este pasaje es típico del método del Nuevo Testamento de consolar y confortar a los creyentes. Es de vital importancia que observemos cuidadosamente y con precisión lo que dice a la vez lo que no dice. Debemos tener cuidado que la elocuencia del autor no nos cautive y nos contentemos meramente con un sentir general. Debemos analizar la afirmación y ver exactamente lo que dice. Pero antes debemos tomar debida nota de algo igualmente importante.

Debemos observar no sólo la afirmación en sí sino la manera en que se hace. 0, bien, el método de la teodicea es tan importante como los detalles de la misma.   Expresado de otra manera, debemos comprender los principios sobre los cuales se basa la afirmación, además de los detalles en sí. En verdad, si no hacemos esto, el efecto que estas palabras puedan producir en nosotros será falso, y ajeno a lo que el apóstol tenía en mente.

PRINCIPIOS BÁSICOS SOBRE LA CONSOLACIÓN
Hay dos principios básicos que son absolutamente vitales para comprender correctamente la enseñanza del Nuevo Testamento con respecto a este tema de la consolación.

El primero es que el consuelo que imparte siempre es teológico. Esta afirmación bien puede hacer surgir sentimientos de sorpresa y quizá de enojo en muchos, pues es contrario a lo que esperaríamos naturalmente y por cierto es el extremo opuesto a lo que ha sido la actitud popular hacia la religión durante mucho tiempo. Nos hemos referido varias veces durante nuestra consideración de este tema general de la teodicea, a la oposición que existe hacia la teología y hacia la enseñanza sistemática. La experiencia y los resultados han sido exageradamente exaltados y todo intento de enfatizar la importancia vital de un fundamento verdadero ha sido rechazado, y descartado por considerarse que indica un enfoque racional o legalista.

Pero aparte de la oposición general a la teología, hay muchos que están sorprendidos y apenados al pensar que la teología tenga un lugar tan vital en esto del consuelo. Su posición es que aceptan la importancia de tener una base para la vida, y que sin duda se necesita la teología y la definición. «Esto», argumentan, «bien puede ocupar nuestro tiempo y atención durante tiempos de paz y tranquilidad, pero en tiempos de prueba y aflicción, en tiempo de crisis y tensión», siguen diciendo, «lo que uno necesita no es una tesis teológica o una afirmación razonada sino ser consolados y confortados.

Cuando los nervios están tensionados y las mentes cansadas, cuando los sentimientos están heridos y los corazones quebrantados, es cruel enfrentar a los hombres y las mujeres con algo así como un compendio teológico. Es necesario hacerles sentirse más alegres y contentos; necesitan ayuda para olvidar sus problemas y sus preocupaciones. Necesitan ser tranquilizados y aliviados. Términos teológicos en tales momentos son una impertinencia, no importa cuán correctos sean en tiempos normales».

Este sentir es muy generalizado. Lamentablemente es errado, y está totalmente en desacuerdo con el Nuevo Testamento como lo demuestra claramente este gran pasaje. En verdad es uno de los pasajes de la Biblia más teológicos. Veamos algunos de los términos que se utilizan: ¡»Presciencia», «predestinación», «justificación», «glorificación», «los elegidos»! Estas son las grandes palabras características de la teología, las palabras que han odiado y repudiado tan vigorosamente los que demandan e insisten sobre una «religión que hace algo».

Sin embargo, son estas las palabras que usa como parte integral de su mensaje este apóstol amante, quien había sufrido tanto, cuando escribe a hombres y mujeres que estaban expuestos a sufrimientos y pruebas que apenas podemos imaginar. Les expresa su consolación en este pasaje que probablemente contiene teología más pura y que quizá ha causado más discusiones y disputas que cualquier otro pasaje individual de toda la Biblia. ¿Por qué hace esto? ¿Qué significa? La respuesta es doble.

Significa que el Nuevo Testamento jamás aisla el problema de la felicidad y jamás 10 trata como algo separado y especial que debe considerarse solo. Nosotros, al desear la felicidad como lo hacemos, tendemos a hacer lo opuesto. Afrontamos la felicidad directa e inmediatamente. No nos damos cuenta que la felicidad según el Nuevo Testamento es siempre el resultado de otra cosa, y lo que determina, por tanto, si es verdadero o falso es la naturaleza del agente que la produce. Según el Nuevo Testamento hay sólo una felicidad o gozo real, y es la que se basa sobre una relación verdadera con Dios, y la felicidad que es el resultado de la justicia que Dios nos da mediante Jesucristo, su Hijo. Es porque tenemos nociones falsas de felicidad y porque  la basamos en fundamentos falsos e inseguros, que constantemente experimentamos en forma alternada períodos de júbilo y abatimiento, de gozo y desesperación.

El único gozo que jamás falla es el que el mismo Señor nos da de acuerdo a su promesa. La manera de obtenerlo y retenerlo es, por tanto,  comprendiendo y entendiendo las condiciones sobre las cuales el lo da, y esto implica pensamiento y teología.

La otra razón por la cual San Pablo ofrece su consuelo de esta manera es que estaba deseando que comprendieran el método por el cual él se consolaba y reconfortaba a sí mismo, para poder aplicarlo a ellos mismos cuando y donde surgiera la necesidad en el futuro. No estaba tratando de consolarlos y de hacerlos sentir más felices sólo mientras leían la carta, o mientras estuviesen bajo la influencia de su personalidad. Esto significaría que tendría que escribirles a intervalos regulares. Posiblemente él no estaría vivo para hacerlo, o podrían estar dispersos y echados en prisiones y sin acceso a cartas.

Su deseo, por tanto, es presentarles el método que se puede aplicar siempre, en todo lugar, y a pesar de todas las circunstancias y condiciones. Quería que vieran que la felicidad del cristiano no es algo que se produce artificialmente y que depende de circunstancias y entornos cambiantes. Debe ser el resultado de la aceptación de ciertas verdades y el producto de un aumento lógico, razonado en base a las mismas.   No es algo vago, general, e intangible que varia según el humor y sentimientos de uno o según la situación precisa en que uno se encuentra. No depende de asistencia regular a la casa de Dios y del efecto del ambiente que disfrutamos allí, ni de la predicación de sus predicadores. Debe ser el resultado, el fin y la conclusión de una serie de lógicas posiciones que cualquier creyente puede y debe resolver para sí mismo. Si dependemos de otra cosa que no sea una comprensión de la verdad  estamos destinados a la desilusión y a la infelicidad. En cambio, si aceptamos la verdad y entendemos sus enseñanzas, podremos aplicarlas a nuestras necesidades en todo tiempo y en todo lugar. La responsabilidad principal de la Iglesia con respecto a los creyentes es enseñarle las doctrinas de la fe y no sólo procurar consolar o ilusionar de forma general.

Extracto del libro: “¿Por qué lo permite Dios?” del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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