Se llenó de amargura mi alma, Y en mi corazón sentía punzadas. Tan torpe era yo, que no entendía; Era como una bestia delante de ti. Salmo 73
Aceptamos la enseñanza en cuanto al juicio de los impíos y nos gusta leer sobre la gloria y la majestad de Dios, porque esto nos hace sentir que todo está bien con nosotros. El peligro es detenernos en este punto y no seguir más adelante. El salmista, sin embargo, sigue adelante, y al hacerlo, no solamente nos revela su honestidad, sinceridad y veracidad, que eran parte tan esencial de su formación, sino que también —y esto es lo que quiero enfatizar— muestra una comprensión de la naturaleza de la vida espiritual.
Aquí llegamos a otro paso más en la narración de la crisis por la cual pasó el alma del salmista en su andar piadoso. Hemos visto cómo su forma de pensar con respecto a los impíos y a Dios fue corregida.
Ahora entramos a considerar cómo, en un tercer aspecto, su pensamiento acerca de sí mismo fue corregido. Esto lo describe de forma realista y a la vez rigurosa en los dos versículos que estamos considerando. Notemos primero el sorprendente contraste que presenta con lo que anteriormente dijo acerca de sí mismo en los versículos 13 y 14. Allí dijo: «¡En vano he limpiado mi corazón y lavado mis manos en inocencia! Pues he sido azotado todo el día, y castigado todas las mañanas». Se tiene mucha lástima. Es muy correcto, un hombre muy bueno Se le está presionando mucho, se le trata injustamente, y aun Dios mismo parece ser injusto con él. Esto es lo que pensó de sí mismo cuando estaba fuera de santuario. Sin embargo, dentro del santuario todo cambió:
«Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti”. (¡Qué transformación!) ¡Qué concepto totalmente diferente de sí mismo. Y todo como resultado de que su forma de pensar fue corregida y hecha verdaderamente espiritual.
Esto es un asunto muy importante y el punto más sobresaliente en todo el desarrollo de la enseñanza de este Salmo. Seamos bien sinceros y honestos y admitamos que somos muy propensos a detenernos antes de llegar a este punto. Estamos satisfechos con leer acerca de los impíos —y no conozco a nadie que se haya incomodado por un sermón que muestra cómo los impíos han sido puestos en lugares resbaladizos. También tenemos esta gran y exaltada doctrina acerca de Dios: «Jehová reina». A todos nos gusta escuchar acerca de ella. Aceptamos la enseñanza en cuanto al juicio de los impíos y nos gusta leer sobre la gloria y la majestad de Dios, porque esto nos hace sentir que todo está bien con nosotros. El peligro es detenernos en este punto y no seguir más adelante. El salmista, sin embargo, sigue adelante, y al hacerlo, no solamente nos revela su honestidad, sinceridad y veracidad, que eran parte tan esencial de su formación, sino que también —y esto es lo que quiero enfatizar— muestra una comprensión de la naturaleza de la vida espiritual.
En estos dos versículos tenemos un relato de su arrepentimiento. Nos enteramos de lo que dijo de sí mismo y, en particular, acerca de su reciente conducta. Es, por cierto, un clásico ejemplo de un honesto examen de conciencia. Les invito a considerar esto conmigo por la importancia que tiene en la disciplina cristiana. Este arrepentimiento, este estado en el cual el hombre se detiene y habla consigo mismo, es uno de los aspectos más esenciales y vitales en lo que comúnmente se llama disciplina de la vida cristiana. No me disculpo por enfatizar este punto nuevamente, porque es algo que ha sido seriamente descuidado en estos días. ¿Con cuánta frecuencia oímos acerca de la disciplina en la vida cristiana? ¿Cuántas veces hablamos de esto? ¿Cuántas veces lo encontramos realmente en el centro del andar cristiano?
Hubo un tiempo en la Iglesia Cristiana cuando ocupaba un lugar central, y creo verdaderamente que el estado actual de la Iglesia se debe a nuestro descuido de esta disciplina. Realmente, no veo esperanza alguna de un verdadero avivamiento y un verdadero despertar hasta que volvamos a esta disciplina.
Al abordar este tema, quisiera comenzar diciendo que existen dos peligros principales, y como es habitual, están en extremos opuestos. Nosotros somos criaturas dadas a excesos, tomando posiciones ya sea en un extremo o en el otro. La dificultad está en caminar en la posición correcta, evitando las reacciones violentas; porque la verdadera posición en la vida cristiana está generalmente en el centro, entre los dos extremos. Un peligro bastante común ha sido la morbosidad y la introspección. Yo diría que no es una dificultad muy común entre cristianos hoy en día, aunque hay algunos que todavía están sujetos a ello. En algunas partes de Gran Bretaña, como por ejemplo, las regiones montañosas de Escocia, se encontrará todavía esta tendencia a que me estoy refiriendo. En un tiempo esto era muy común entre los celtas de esa región y en otras partes. Yo también fui criado en un ambiente religioso dado a esta tendencia, donde las personas pasaban gran parte de sus vidas analizándose y condenándose, sólo conscientes de su indignidad e incapacidad. Como resultado de esta actitud se volvían introspectivas, y se encerraban en sí mismas. Vivían continuamente tomándose el pulso y la temperatura espiritual, casi sumergidas en este proceso de condenación de sí mismas.
Les contaré la historia de una de las escenas más patéticas que he tenido que presenciar. Estuve al lado del lecho de muerte de uno de los hombres más santos y píos que he tenido el privilegio de conocer. En el cuarto estaban sus dos hijas, siendo ambas de edad madura. E1 anciano padre sabía que se estaba muriendo, y lo que más le preocupaba era que sus hijas no eran miembros de una Iglesia, y que nunca habían participado de la Santa Cena. Era realmente un caso asombroso, porque sería difícil encontrar dos mujeres tan santas y tan activas en la vida de la Iglesia. Sin embargo, no eran miembros de la Iglesia. ¿Por qué nunca habían participado de la Santa Cena? Porque no se sentían merecedoras de la misma; sentían que no estaban en condiciones de venir a la mesa, tan conscientes estaban de sus fracasos, de sus pecados y de sus defectos. Dos excelentes mujeres cristianas que por su introspección y encierro en sí mismas, creyeron no tener derecho de participar de la vida íntima de la Iglesia.
Esto era muy común en un tiempo. Algunos se levantaban en las reuniones de Iglesia para decir cuan pecadores eran y enfatizar cuánto habían fracasado. Tenían la esperanza de llegar al cielo, sí, pero no podían entender cómo criaturas tan indignas podían lograrlo. Ustedes seguramente estarán familiarizados con esta actitud por lo que han leído. Sin duda era una tendencia en las vidas de los santos Juan Fletcher y Henry Martyn. Estos no eran casos extremos, pero evidentemente tenían esta tendencia, y era una fase de la piedad de aquella época.
Este no es, en ninguna manera, el peligro de hoy en día, particularmente aquí en Londres y en los círculos en donde la mayoría de nosotros nos movemos. En verdad, el peligro entre nosotros es totalmente diferente; es el peligro contra el cual el profeta Jeremías nos amonesta cuando habla de aquellos que «curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz y ‘no hay paz’. Es el extremo Opuesto a la otra tendencia. Es la ausencia de una real y santa tristeza por el pecado, con la inclinación a disculpamos y de considerarnos a nosotros, a nuestros pecados, nuestras faltas y nuestros fracasos, muy livianamente… (continuará…)
Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones