​En gran medida, Calvino recogió la cosecha de lo que Lutero había sembrado. Pero cuando se hace la pregunta: ¿Quién tuvo el entendimiento más claro del principio reformador, quién lo elaboró más completamente y quién lo aplicó de la manera más extensa?, entonces la historia señala a Calvino y no a Lutero.

Dos objeciones a destacar. En primer lugar, uno podría preguntar si no estoy reclamando honores por el calvinismo que pertenecen al protestantismo en general. Mi respuesta es negativa. Cuando reclamo para el calvinismo el honor de haber restablecido la comunión directa con Dios, no estoy subestimando el significado general del protestantismo. En el dominio protestante, en el sentido histórico, solo el luteranismo está al lado del calvinismo. No quiero quedarme detrás de nadie en mis alabanzas de la iniciativa heroica de Lutero. Fue en su corazón, más que en el corazón de Calvino, donde se peleó el conflicto amargo que llevó a la brecha histórica. Lutero puede ser interpretado sin Calvino, pero no Calvino sin Lutero.

Tanto Lutero como Calvino lucharon por una comunión directa con Dios; pero Lutero lo tomó del lado subjetivo, antropológico, y no del lado objetivo, cosmológico, como lo hizo Calvino. El punto de partida de Lutero fue el principio especial-soteriológico de la fe que justifica; mientras el principio mucho más extenso de Calvino estuvo en el principio general cosmológico de la soberanía de Dios. Como resultado natural de ello, Lutero también siguió considerando a la iglesia como el «maestro» representativo y autoritativo que se interponía entre Dios y el creyente; mientras Calvino era el primero que buscaba la iglesia en los creyentes mismos. Hasta donde podía, Lutero seguía apoyándose en el punto de vista romano acerca de los sacramentos, y en el culto romano; mientras Calvino era el primero en dibujar la línea que se extiende inmediatamente de Dios al hombre, y del hombre a Dios. Además, en todos los países luteranos, la Reforma se originó desde los príncipes y no desde el pueblo, y por tanto pasó bajo el poder del magistrado, el cual asumió su posición oficial en la iglesia como su sumo obispo, y por tanto fue incapaz de cambiar la vida social o política de acuerdo con su principio. El luteranismo se restringió a sí mismo a un carácter exclusivamente eclesiástico y teológico, mientras el calvinismo puso su sello dentro y fuera de la iglesia sobre todo departamento de la vida humana. Por tanto, en ninguna parte se habla del luteranismo como el creador de una forma peculiar de vida; aún el nombre de «luteranismo» no se menciona casi nunca; mientras los estudiantes de historia reconocen con una unanimidad creciente al calvinismo como el creador de un mundo enteramente propio de vida humana.

La segunda objeción es esta: Si es cierto que cada forma general del desarrollo de la vida tiene que tener su punto de partida en una interpretación particular de nuestra relación con Dios – ¿entonces cómo explicamos que el modernismo también llevó a un tal concepto general, aunque se originó en la Revolución Francesa, la cual por principio rompió con toda religión? – La pregunta se responde a sí misma. Si excluimos de nuestros conceptos todo reconocimiento del Dios Viviente, como lo implica el grito «Ningún dios ni maestro», ciertamente llevamos al frente una interpretación propia y claramente definida de nuestra relación con Dios. Un gobierno que retira a su embajador y rompe toda comunión oficial con algún otro país, declara con ello que su relación con el gobierno de este país es tensa, lo que generalmente desemboca en una guerra. Este es el caso aquí.

Los líderes de la Revolución Francesa, al no conocer ninguna relación con Dios excepto aquella que existía por la mediación de la iglesia romana, aniquilaron toda relación con Dios porque quisieron aniquilar el poder de la iglesia; y como resultado declararon la guerra a toda confesión religiosa. Pero esto, por supuesto, implica una interpretación fundamental y especial de nuestra relación con Dios. Esta era la declaración que desde ahora Dios era considerado como un poder hostil, o incluso como muerto, aunque todavía no para el corazón, pero por lo menos para el Estado, para la sociedad y para la ciencia. De cierto, al pasar de Francia a Alemania, el modernismo no se pudo contentar con una mera negación; el resultado demuestra como desde aquel momento se vistió o bien de panteísmo o de agnosticismo; pero bajo cualquiera de estos disfraces mantuvo la expulsión de Dios de la vida práctica y teórica, y su enemistad contra el Dios Trino siguió su curso.

Por tanto yo mantengo que es la interpretación de nuestra relación con Dios lo que domina cada cosmovisión general, y que para nosotros este concepto es dado en el calvinismo, gracias a su interpretación fundamental de una comunión inmediata de Dios con el hombre y del hombre con Dios. A esto yo añado que el calvinismo nunca inventó ni concibió esta interpretación fundamental, sino que Dios mismo la implantó en los corazones de sus héroes y sus heraldos. No nos enfrentamos aquí con el producto de un intelectualismo astuto, sino con el fruto de una obra de Dios en el corazón; o, si Ud. desea, con una inspiración de la historia. ¡Este punto tiene que ser enfatizado! El calvinismo nunca quemó su incienso sobre el altar de algún genio, no erigió ningún monumento a sus héroes, apenas los llama con nombre. Solo una piedra en un muro en Ginebra permanece como recuerdo de Calvino. Su misma tumba está olvidada. ¿Fue esto ingratitud? De ninguna manera. Pero si Calvino fue apreciado, aun en los siglos XVI y XVII la impresión estaba viva de que era uno más grande que Calvino, Dios mismo, quien había hecho allí Su obra.

Por tanto, ningún movimiento general en la vida es tan libre de una concertación deliberada; ninguno tan inconvencional en su manera de extensión. Simultáneamente,el calvinismo se había levantado ya en todos los países de Europa Occidental. Y no apareció en estas naciones porque la Universidad estaba en su apogeo, ni porque unos eruditos guiaban al pueblo, ni porque un magistrado se puso a la cabeza; sino que se levantó desde los corazones del pueblo mismo, con artesanos y campesinos, con comerciantes y siervos, con mujeres y jóvenes; y en cada instante mostró la misma característica: una fuerte seguridad de la Salvación eterna, no solo sin la intervención de la iglesia, sino incluso en oposición contra la iglesia oficial. El corazón humano había llegado a la paz eterna con su Dios: fortalecido por esta compañía divina, descubrió su llamado santo y sublime a consagrar cada área de la vida y toda su energía a disposición de la gloria de Dios; y entonces, cuando estos hombres y mujeres que se habían convertido en participantes de esta vida divina, fueron obligados a abandonar su fe, resultó imposible que pudieran negar a su Señor; y miles y miles fueron quemados en la hoguera, no quejándose, sino exaltando a Dios, con gratitud en sus corazones y con salmos en sus labios.

Calvino no era el autor de esto, sino Dios quien por medio de Su Santo Espíritu había obrado en Calvino lo que había obrado en ellos. Calvino no estaba por encima de ellos, sino como un hermano a su lado, compartiendo con ellos la bendición de Dios. De esta manera, el calvinismo llegó a su interpretación fundamental de una comunión inmediata con Dios, no porque Calvino lo hubiera inventado, sino porque en esta comunión inmediata Dios mismo concedió a nuestros padres un privilegio; y Calvino era solamente el primero que claramente se dio cuenta de ello. Esta es la gran obra del Espíritu Santo en la historia, por la cual el calvinismo fue consagrado, y que nos interpreta su energía maravillosa.

Hay tiempos en la historia cuando el pulso de la vida religiosa es débil; pero en otros tiempos su latido es resonante, y esto fue el caso en el siglo XVI en las naciones de Europa Occidental. El asunto de la fe dominaba cada actividad en la vida pública. La historia de aquellos tiempos nuevos parte de esta fe, igual como la historia de nuestros tiempos parte de la incredulidad de la Revolución Francesa. No podemos decir a qué ley obedece este movimiento de la vida religiosa, pero es evidente que hay una ley como tal, y que en los tiempos de alta tensión religiosa la obra del Espíritu Santo en los corazones es irresistible; y esta gran obra interior de Dios fue la experiencia de nuestros hermanos calvinistas, puritanos y padres peregrinos.

No sucedió en todos los individuos en el mismo grado, porque nunca es así en ningún gran movimiento; pero aquellos que formaron el centro de la vida en aquellos tiempos, que eran los promotores de este cambio poderoso, ellos experimentaron este poder superior al máximo; y ellos eran hombres y mujeres de distintas clases sociales y de distintas nacionalidades, que por Dios mismo fueron admitidos en la comunión con la majestad de Su Ser eterno. Gracias a esta obra de Dios en el corazón, la persuasión de que el todo de la vida de un hombre tiene que ser vivido como en la presencia de Dios, fue la idea fundamental del calvinismo. Por esta idea decisiva, o mejor dicho por este hecho poderoso, el calvinismo se dejó controlar en cada área de su dominio entero. Es de este pensamiento que surgió la cosmovisión del calvinismo que lo abarca todo.

Estas exposiciones fueron expuestas en la Universidad de Princeton en el año 1898 por  Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue Teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.

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