En ARTÍCULOS

Resulta evidente que, si una persona ha sido creada por Dios para hacer buenas obras, hará esas buenas obras aunque no tengan nada que ver con el hecho de cómo esa persona ha sido salvada en primer lugar.

Según mi entender, esta es hoy una de las enseñanzas más descuidadas (pero sin embargo una de las más esenciales) en la iglesia evangélica de los Estados Unidos de América. Ya he contrastado la teología protestante con la teología tradicional católica, mostrando cómo los protestantes enseñan que:

«Fe = Justificación + Obras»

el punto de vista que estoy desarrollando,
mientras que los católicos enseñan que:

«Fe + Obras = Justificación».

No estoy de acuerdo con la teología católica en este punto. ¿Pero qué hemos de decir de una teología, como la que predomina en el mundo evangélico en la actualidad, que no tiene ningún lugar para las buenas obras? ¿Qué hemos de decir de una enseñanza que postula la justificación desligada de la santificación, y el perdón sin una transformación de vida? ¿Qué pensaría Jesús mismo sobre esa teología?

Cuanto estudiamos las enseñanzas de Cristo no tardamos en descubrir que nunca titubeó en insistir sobre la conducta transformada. Él enseñó que la salvación sería por medio de su obra en la cruz y dijo: «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mr. 10:45).

Pero también dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Le. 9:23).

Añadió: «¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca. Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa» (Lc. 6:46-49).

Le dijo a sus discípulos: «El que persevere hasta el fin, éste será salvo» (Mt. 10:22). Le dijo a los judíos de su tiempo: «Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y los fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt. 5:20).

Estos versículos nos están enseñando que una persona salva debe hacer buenas obras y seguir haciéndolas hasta el fin de sus días.

Además, como resulta evidente hasta de esta selección elemental de las palabras de Cristo, no se trata sólo de demostrar una conducta genuinamente transformada y hacer buenas obras si somos justificados. También tiene que ser cierto que nuestras buenas obras son superiores a las buenas obras de los demás, lo que es obvio si consideramos que las buenas obras del cristiano brotan del carácter de Dios dentro del cristiano. «Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» significa que «si vosotros que decís llamaros cristianos, que profesáis haber sido justificados sólo por la fe y por lo tanto confesáis que no tenéis nada que contribuir a vuestra justificación, si no os comportáis de una manera superior al comportamiento de las mejores personas que esperan salvarse por sus obras, no entraréis en el reino de Dios, porque en realidad, no sois cristianos».

John H. Gerstner ha llamado a esto acertadamente, creo, «una apología inherente». Se debe a que nadie excepto Dios podría concebir una religión como esta. Siempre que encontramos a una persona a quien le importa mucho la moralidad y su conducta, y espera que esta sea irreprochable, invariablemente esta persona supone que puede justificarse por sus obras. Por otro lado, cuando encontramos una persona que se deleita en la gracia, que conoce la vanidad de intentar lograrlo por sí misma y que no le alcanzan las palabras para hablar sobre la sangre de Jesús y la salvación, completa y gratuita, esta persona tiene una tendencia inherente a no tener nada que ver con las obras de ningún tipo. Cuando vemos una persona que le importa mucho la moralidad, inevitablemente cae dentro del foso de la salvación meritoria. Y, por otro lado, cuando una persona entiende el principio de la gracia, tiene una tentación inherente a caer en una antinomia. Pero la religión cristiana, si bien postula la gracia en toda su pureza, la gracia no adulterada por ninguna contribución meritoria que nosotros podamos hacer, al mismo tiempo requiere de nuestra parte la conducta más ejemplar que sea posible concebir…. Ni por un solo instante se puede decir otra cosa que no sea: «Nada en mis manos traigo, me aferró sólo a tu cruz». Somos justificados sólo por la fe. Pero no somos justificados por una fe solitaria. Por lo tanto, si realmente nos aferramos a esa cruz, si realmente hacemos lo que decimos que hacemos, estaremos llenos de las obras del Señor y llevaremos vidas con conductas excepcionales.


Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice

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