En BOLETÍN SEMANAL

El hecho de que en muchos casos los métodos usados por los padres para lograr el bienestar espiritual de sus hijos no tienen éxito, es una triste realidad comprobada por abundantes evidencias que se siguen acumulando. ¡No estoy hablando de aquellas familias donde no existe la piedad doméstica, ni la enseñanza, ni un altar familiar, donde tampoco se oyen las oraciones familiares, ni las amonestaciones de parte de los padres! ¡Esta negligencia cruel, maligna, mortal, de los intereses inmortales de los hijos sucede en familias que profesan ser cristianas! ¡Inconstancia monstruosa! ¡Sorprendente abandono de sus principios! Con razón los hijos se desvían. Esto es fácil de explicar. Algunos de los peores inmorales que conozco han venido de tales hogares. Sus prejuicios en contra de la fe cristiana y su antipatía por sus prácticas son mayores que los de los hijos de padres mundanos. Los que profesan ser creyentes y son inconstantes, hipócritas y negligentes, con frecuencia generan en sus hijos e hijas una aversión y desilusión contra la piedad imposible de cambiar, y parece producir en ellos una firme determinación de apartarse lo más lejos posible de su influencia.

Hablaré ahora del fracaso de una educación religiosa donde se ha llevado a cabo en alguna medida, de la cual abundan ejemplos… Vemos con frecuencia a niños que han sido objeto de muchas oraciones y muchas esperanzas y que, aun así olvidan las enseñanzas que han recibido, y siguen al mundo para hacer el mal. Lo que menos quiero hacer es agregar aflicciones a las aflicciones diciendo que esto se puede rastrear en todos los casos a la negligencia de los padres. No quiero echar, por decir así, sal y vinagre a las heridas sangrantes con que la impiedad de los hijos ha lacerado la mente de algún padre. No quiero causar que algún padre dolorido exclame: “El reproche me ha quebrantado el corazón, ya herido por la mala conducta de mi hijo”. Sé que en muchos de los casos no se les puede adjudicar culpa alguna a los padres. Es únicamente por la depravación del hijo que nada fuera del poder del Espíritu Santo puede subyugar, que lo llevó a un resultado tan triste. En algunos casos, los mejores métodos de educación cristiana, cumplidos sensatamente y mantenidos con la mayor perseverancia, han fracasado totalmente. Dios es soberano y tiene misericordia de los que Él quiere (Rom. 9:15). No obstante, en la educación cristiana existe la tendencia de querer asegurar el resultado deseado. Por lo general, Dios sí bendice con su influencia salvadora a tales esfuerzos. “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Pr. 22:6). Por regla general, esto se cumple, aunque hay muchas excepciones.

Presentaré ahora los obstáculos que considero los principales para lograr el éxito en la educación cristiana.

  1. Negligencia

Primero: Con frecuencia se realiza con negligencia y arbitrariamente, aun cuando no se omite totalmente. Es obvio que, si se quiere realizar, se debe hacer con seriedad, con un orden sistemático y con permanente regularidad. No debe realizarse de un modo aburrido, desagradablemente pesado, sino como algo profundo y de placentero interés. El corazón del padre debe estar entera y obviamente dedicado a ella. Una parte de cada domingo debe dedicarse a la enseñanza de sus hijos bajo su cuidado. Su dedicación tiene que notarse en toda su conducta como padres. El padre puede dirigir los momentos devocionales del culto familiar. La madre debe acompañarle, enseñando a los hijos la doctrina, los himnos y las Escrituras. Pero si esto no va acompañado de serias amonestaciones, visible ansiedad y un vigoroso esfuerzo por motivar a sus hijos a pensar seriamente en la fe cristiana como un asunto de importancia infinita, poco puede esperarse. Un sistema de enseñanza cristiana frío, ceremonioso e inestable, más bien generará un prejuicio contra la fe cristiana, en lugar de una predisposición por ella.

Además, la educación cristiana debe ser consecuente. Tiene que incluir todo lo que pueda ayudar en la formación del carácter… Debe tener en cuenta las instituciones educativas, las compañías, las diversiones, los libros juveniles. Porque si no hace más que enseñar palabras sanas para que las comprendan y las recuerden, y descuida el impacto sobre el corazón y la formación del carácter, poco puede esperarse de sus esfuerzos. No se puede esperar que un puñado de semillas, desparramadas de vez en cuando en la tierra sin orden o perseverancia, pueda producir una buena cosecha. De la misma manera, no se puede esperar que una educación cristiana tibia, inestable, produzca una piedad auténtica. Si no es evidente que el padre toma esto en serio, no se puede esperar que lo haga el niño. Todo padre cristiano reconoce en teoría que la fe cristiana es lo más importante en el mundo. Pero si en la práctica parece mil veces más ansioso de que su hijo sea un buen alumno en la escuela que un verdadero cristiano, y la madre tiene más interés en que su hija sepa bailar bien o tocar música que ser un hijo o una hija de Dios, pueden enseñar lo que quieran sobre la sana doctrina, pero no esperen una piedad genuina como resultado. Esto puede esperarse únicamente donde se enseña e inculca como lo más indispensable.

  • 2. El descuido de la disciplina doméstica

Segundo: El descuido de la disciplina doméstica es otro obstáculo en el camino hacia una educación cristiana exitosa. Los padres son investidos por Dios con un grado de autoridad sobre sus hijos, que no pueden dejar de ejercer sin ser culpables de pisotear las instituciones del cielo. Cada familia es una comunidad, un gobierno que es estrictamente despótico, aunque no tirano. Cada padre es un soberano, pero no un opresor. Es el legislador, no meramente el consejero. Su voluntad debe ser ley, no sólo consejo. Debe ordenar, refrenar, castigar; los hijos tienen que obedecer. Él, en caso necesario, tiene que amenazar, reprender, disciplinar; y ellos tienen que someterse con reverencia. Él tiene que decidir qué libros leerán, qué amigos pueden tener, qué actividades pueden realizar y lo que harán con su tiempo libre. Si ve algo incorrecto, no debe responder con una protesta tímida, débil, ineficaz como la de Elí: “¿Por qué hacéis cosas semejantes?” (1 S. 2:23), sino con una firme, aunque cariñosa prohibición. Tiene que gobernar su propia casa y, por medio de toda su conducta, hacer que sus hijos sientan que tiene derecho a exigirles su obediencia.

Dondequiera que existe la falta de disciplina, ésta va acompañada de confusión y anarquía doméstica. Si falta la disciplina todo anda mal. El jardinero puede sembrar las mejores semillas, pero si no quita las malezas y poda el crecimiento excesivo no puede esperar que sus flores crezcan ni que su jardín florezca. De la misma manera, el padre puede presentar las mejores enseñanzas. Si no desarraiga el mal carácter, corrige los malos hábitos, reprime las corrupciones evidentes, no puede esperar nada excelente. Puede ser un buen profeta y un buen sacerdote, pero si no es también un buen rey, todo lo demás es en vano. Cuando un hombre rompe su cetro y deja que sus hijos lo usen como un juguete, puede renunciar a sus esperanzas de ser exitoso con la educación cristiana… La desgracia en muchas familias es que la disciplina es inconstante e inestable, a veces realizada con tiranía y otras, tan descuidada que hasta parece que se ha suspendido la ley. En estos casos, los hijos, a veces tiemblan como esclavos y, otras veces, se sublevan como rebeldes; a veces gimen bajo la mano de hierro, otras veces se amotinan en un estado de libertad sin ley. Éste es un sistema maligno y sus efectos son, generalmente, lo que se puede esperar de él.

En algunos casos, la disciplina comienza demasiado tarde. En otros, termina demasiado pronto. El oficio del padre como autoridad dura casi lo mismo que la relación paternal. El niño, en cuanto puede razonar, tiene que aprender que debe ser obediente a sus padres. Si llega a la edad escolar antes de estar sujeto al control cariñoso de la autoridad paternal, probablemente se resista al yugo, como lo resiste el toro que no ha sido domado. Por otro lado, mientras los hijos sigan bajo el techo paternal, tienen que estar sujetos a las reglas de una disciplina doméstica. Muchos padres se equivocan grandemente por abdicar el trono a favor de un hijo o hija porque está llegando a ser un hombre o una mujer. Es realmente lamentable ver a un chico o chica de quince años… a quien le dejan sembrar las semillas de la rebeldía en el hogar y actuar en contra de la autoridad paternal de un padre demasiado conformista, que hasta pone las riendas del gobierno en las manos de sus hijos o cae en alguna otra conducta que muestra que se conforma porque considera que sus hijos son independientes. No tiene que haber ninguna lucha por el poder. Donde un hijo ha estado acostumbrado a obedecer, aun desde la primera infancia, el yugo de la obediencia será generalmente ligero y fácil de llevar. Si no, y un carácter rebelde comienza a notarse tempranamente, el padre sensato tiene que estar en guardia y no tolerar ninguna intrusión en sus prerrogativas como padre. A la misma vez, el creciente poder de su autoridad, tal como sucede con la presión creciente de la atmósfera, debe ser sentida sin ser vista. Esto la hará irresistible.

  • 3. Una severidad indebida

Tercero: Por otro lado, una severidad indebida es tan perjudicial como una tolerancia ilimitada. La transigencia desatinada ha matado sus diez miles, la dureza innecesaria también ha destruido sus miles. Una autoridad que es infalible nos ha dicho que las cuerdas del amor son los lazos que unen a los seres humanos. Hay un poder formativo en el amor. La mente humana fue hecha de manera que cede con gusto a la influencia del cariño. Es más fácil guiar a alguien a cumplir su deber que forzarlo a hacerlo… El amor parece un elemento tan esencial en el carácter paternal que hay algo repugnante, no sólo en un padre cruel, en un padre hiriente o severo, sino también en un padre de corazón frío. Estudie el carácter paternal como lo presenta ese exquisitamente conmovedor retrato moral que es la Parábola del Hijo Pródigo. No se puede esperar que la formación cristiana prospere cuando un padre gobierna enteramente por medio de una autoridad fría, estricta, mísera, meramente con órdenes, prohibiciones y amenazas, con el ceño fruncido sin suavizarlo con una sonrisa; cuando el amigo nunca está combinado con el legislador, ni la autoridad modificada con amor; cuando su conducta produce sólo un temor servil en el corazón de sus hijos, en lugar de un afecto generoso; cuando le sirven por temor a los efectos de la desobediencia, en lugar de un sentido de placer en la obediencia; cuando en el círculo familiar temen al padre porque parece estar siempre de mal humor, más bien que considerarlo el ángel guardián de sus alegrías; cuando aún alguna acción accidental desata una tormenta o las faltas producen un huracán de pasiones en su pecho, cuando los ofensores se ven obligados a disimular o mentir con la esperanza de no ser objeto de las severas correcciones que al enterarse de ellas siempre generan en sus padres; cuando se hacen interrupciones innecesarias a los inocentes momentos de diversión; cuando de hecho no pueden ver nada del padre, pero si todo del tirano. La formación cristiana no puede prosperar en un ambiente así, de la misma manera como uno no puede esperar que una planta tierna de invernadero prospere en los rigores de una helada eterna.

Es inútil que un padre así pretenda enseñar bíblicamente. Enfría el alma de sus alumnos. Endurece sus corazones. Los prepara para que corran con premura a su ruina, en cuanto se hayan librado del yugo de su esclavitud y puedan dar rienda suelta a su libertad que expresan con una gratificación descontrolada.

Por lo tanto, los padres deben combinar su conducta de legisladores con la de amigos, atemperar su autoridad con gentileza… Deben actuar de tal manera que los hijos lleguen a la convicción de que su ley es santa y sus mandatos santos, y justos, y buenos, y que ser gobernados de esta manera es ser bendecidos.

  • 4. Una conducta inconstante de los padres

Cuarto: La conducta inconstante de los padres mismos es, frecuentemente, un obstáculo poderoso para obtener el éxito en la educación cristiana…¿Cómo, pues, tiene que ser la influencia del ejemplo de los padres? Ahora bien, como me estoy dirigiendo a padres de familia cristianos, doy por hecho que demuestran, en alguna medida, la realidad de la fe cristiana… Los hijos pueden captar algo de ésta en la conducta de sus padres. Pero cuando ésta incluye tantas pequeñas contradicciones, tal bruma de imperfecciones, ¡qué poco aporta a que formen una buena opinión o que la estimen más! En algunos cristianos hay tanta mundanalidad, tanto conformarse a las necedades de moda, tanta irregularidad en la piedad doméstica, tantos arranques de ira que nada tienen de cristianos, tanto dolor inconsolable y quejas lastimeras bajo las pruebas de la vida, tantas frecuentes actitudes negativas hacia sus hermanos cristianos que sus hijos ven la fe cristiana como algo sumamente desagradable. La consecuencia es que rebaja su opinión de la piedad o inspira en ellos puro disgusto.

Padre de familia, si quieres que tus enseñanzas y amonestaciones a tu familia tengan éxito, hazlas respetar por el poder de un ejemplo santo. No basta que seas piadoso en general, sino que debes serlo totalmente; no sólo debes ser un verdadero discípulo, sino uno excelente; no sólo un creyente sincero, sino uno consecuente. Tus normas religiosas tienen que ser muy altas. Me atrevo a dar este consejo a algunos padres: Hablad menos acerca de tu fe cristiana a tus hijos, sino demuestra más de tu influencia. Deja a un lado la oración familiar, sino dejas a un lado los pecados familiares. Ten cuidado de cómo actúas porque todas tus acciones son vistas en el hogar. Nunca hables de la fe cristiana si no es con reverencia. No corras para hablar de las faltas de tus hermanos cristianos. Cuando se presente el tema, que sea en un espíritu caritativo hacia el ofensor y de un decidido aborrecimiento por la falta. Muchos padres han dañado irreparablemente la mente de sus hijos por su tendencia a averiguar, comentar y casi alegrarse de las inconstancias de otros que profesan ser cristianos. Nunca pongas reparos triviales ni trates de encontrar faltas en las actividades de tu pastor. En cambio, elogia sus sermones, a fin de que tus hijos quieran escucharlos con más atención. Guía tus pensamientos hacia los mejores cristianos. Destaca la hermosura de una piedad ejemplar. En resumen, en vista de que tu ejemplo puede ayudar o frustrar tus esfuerzos por lograr la conversión de tus hijos, considera el imperativo: “Debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir” (2 P. 3:11).

  • 5 Una conducta desenfrenada de alguien mayor

Quinto: Otro obstáculo para lograr el éxito en la educación cristiana se encuentra, a veces, en la conducta desenfrenada de alguien mayor en la familia, especialmente en el caso de un hijo libertino.En general, los hijos mayores tienen una influencia considerable sobre los demás y, muchas veces, establecen el tono moral entre ellos. Sus hermanos y hermanas menores los admiran. Traen amigos, libros, diversiones a la casa y con ello forman el carácter de los menores. Por lo tanto, es muy importante que los padres presten particular atención a sus hijos mayores. Si por desgracia, los hábitos de éstos son decididamente contraproducentes para la formación cristiana de los otros, deben ser separados de la familia, si es factible hacerlo. Un hijo disoluto puede llevar a todos sus hermanos por mal camino. He visto algunos casos dolorosos de esto. El padre puede vacilar en echar de casa a un hijo libertino por temor de que empeore más, pero ser bueno con él de esta manera, es una crueldad hacia los demás. La maldad es contagiosa, especialmente cuando la persona con esta enfermedad es un hermano.

  • 6. Las malas compañías

Sexto: Las malas compañías fuera de casa neutralizan toda la influencia de la enseñanza cristiana del hogar. El padre creyente tiene que mantenerse siempre atento para vigilar las amistades que sus hijos tienden a tener. He dicho mucho a los jóvenes mismos sobre este tema en otra obra. Pero es un tema que también concierne a los padres. Un amigo mal escogido por sus hijos puede tirar por tierra todo lo bueno que has estado haciendo en tu casa. Nunca podrás ser demasiado cuidadoso en esto. Desde la primera infancia de tus hijos, anímalos a verte como el seleccionador de sus compañías. Enséñales la necesidad de que tu eres quien los forma y que deben consultarte en todo momento. Nunca alientes una amistad que difícilmente tenga una influencia positiva en el carácter cristiano de ellos. Nunca como ahora ha sido necesaria esta advertencia. Los jóvenes y niños se unen mucho gracias a los grupos cristianos que ahora se forman… Sin embargo, es demasiado ingenuo creer que todos los amigos activos de las Escuelas Dominicales, las Sociedades Juveniles Misioneras, etc., son compañeros adecuados para nuestros hijos y nuestras hijas.

  • 7. Las divisiones que surgen a veces en nuestras iglesias

Séptimo: Las divisiones que surgen a veces en nuestras iglesias y que causan enemistad entre cristianos tienen una influencia muy negativa sobre la mente de los niños y jovencitos. Ven en ambas partes tantas cosas que son contrarias al espíritu y carácter distintivo del cristianismo que eso tiene un impacto profundo sobre sus opiniones y sentimientos acerca de una de las partes, de manera que su atención deja de centrarse en lo esencial de la fe cristiana, o brota un prejuicio contra ella. Considero esto como una de las consecuencias más dolorosas y malas de las controversias en las iglesias…

  • 8. El espíritu de independencia filial

Por último: El espíritu de independencia filial, sancionada por las costumbres, si no las opiniones de esta época, es el último obstáculo que mencionaré, sobre el tema de lograr buenos resultados en la educación cristiana. La tendencia, demasiado aparente en esta época, de aumentar los privilegios de los hijos por medio de reducir la prerrogativa de sus padres, no es para bien de unos ni de otros. La rebeldía contra una autoridad constituida correctamente nunca puede ser una bendición; todos los padres sabios, junto con todos los niños y jóvenes sabios, coinciden en que la autoridad paternal es una bendición. Algunos chicos precoces pueden sentirla opresiva, pero otros cuya madurez es más natural y lenta reconocerán que es una bendición. Los hijos que sienten que el yugo de los padres es una carga, raramente considerarán a Cristo como un beneficio.

Mis queridos amigos, pienso que éstos son los obstáculos principales para lograr el éxito en los esfuerzos que muchos hacen para lograr la formación cristiana de sus hijos. Considéralo seriamente y, habiéndolo hecho, procura evitarlos… A la vez, no descuides ninguno de los otros medios que promueven el bienestar, reputación y utilidad de ellos en este mundo, concéntrate en emplear tus mejores energías para poner en práctica un plan bíblico y sensato de educación de tus hijos en la fe cristiana.

Tomado de The Christian Father’s Present to His Children (El regalo del padre cristiano a sus hijos), reimpreso por Soli Deo Gloria, una división de Reformation Heritage Books, www.heritagebooks.org.

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John Angell James (1785-1859): Predicador y autor congregacional inglés; autor de Female Piety, A Help to Domestic Happiness and An Earnest Ministry (La piedad femenina, Una ayuda para la felicidad doméstica y Un ministerio ferviente) y muchos más. Nació en Blandford, Dorsetshire, Inglaterra.

El sauce crece con rapidez y lo mismo sucede con los creyentes jóvenes. Si quieres ver hombres eminentes en la iglesia de Dios, búscalos entre los que se convirtieron en su juventud… nuestros Samuel y Timoteo surgen de los que conocen las Escrituras desde su juventud. ¡Oh Señor! Envíanos muchos así cuyo crecimiento y desarrollo nos sorprenda tanto como lo hace el crecimiento de los sauces junto a los ríos.     —Charles Spurgeon

Los padres deben pulir la naturaleza ruda de sus hijos con buenos modales.

                                                                                     —Thomas Boston

Quiera el Señor enseñarles a todos cuan precioso es Cristo y qué obra poderosa y completa ha realizado en pro de nuestra salvación. Estoy seguro de que entonces usaréis todos los medios para traer a vuestros hijos a Jesús para que vivan por medio de Él. Quiera el Señor enseñaros todo lo que necesitáis para que el Espíritu Santo renueve, santifique y vivifique vuestras almas. Estoy seguro de que entonces instareis  a vuestros hijos a que oren sin cesar por tener a Jesús, hasta que haya entrado en sus corazones con poder y los haya convertido en nuevas criaturas. Quiera el Señor conceder esto y, si así sucede, tengo la esperanza de que realmente instruiréis bien a vuestros hijos —que los instruiréis bien para esta vida y los instruiréis  bien para la vida venidera, los instruiréis bien para la tierra y los instruiréis bien para el cielo; los instruiréis para Dios, para Cristo y para la eternidad.     —J. C. Ryle

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