En BOLETÍN SEMANAL
​ ¿Qué quiere decir 'tener hambre y sed de justicia? Desde luego no quiere decir que podemos alcanzar esa justicia con nuestros propios esfuerzos.  Esta es la idea mundana de justicia, que se centra en el hombre mismo y lleva al orgullo del fariseo, o afecta al orgullo de una nación frente a otras por considerarse mejor y superior.

​Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados:
Hasta ahora he venido presentando más bien los aspectos negativos; ahora voy a
expresarlo en una forma más positiva. Tener hambre y sed de justicia no es sino
desear ser positivamente santo. No se me ocurre una mejor definición que ésta.
El que tiene hambre y sed de justicia es el que desea vivir las
Bienaventuranzas en su vida diaria. Es el que desea mostrar los frutos del
Espíritu en todas sus acciones, en toda su vida y actividades. Tener hambre y
sed de justicia es ansiar ser como el hombre del Nuevo Testamento, el hombre
nuevo en Cristo Jesús. Esto significa que todo mi ser y toda mi vida serán así.
Más aún. Significa que el deseo supremo que uno tiene en la vida es conocer al
Padre y vivir en intimidad con El, andar con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

‘Nuestra comunión,’ dice Juan, ‘verdaderamente es con el Padre, y con su
Hijo Jesucristo.’ También dice, ‘Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en
él.’ Estar en comunión con Dios quiere decir andar con Dios Padre, Hijo, y
Espíritu Santo en la luz, en esa pureza y santidad benditas. El que tiene
hambre y sed de justicia es el que anhela esto por encima de todo. Y a fin de
cuentas no es nada más que un anhelo y deseo de ser como el Señor Jesucristo.
Mirémoslo; contemplemos lo que los Evangelios dicen de él; contemplémoslo en la
tierra encarnado; veámoslo en su obediencia a la ley santa de Dios; veámoslo
cómo reacciona frente a otros, en su amabilidad, compasión y sensibilidad;
veámoslo en sus reacciones ante sus enemigos y ante todo lo que le hicieron.
Ahí está la imagen, y ustedes y yo, según la doctrina del Nuevo Testamento,
hemos nacido de nuevo y hemos sido hechos otra vez según esa imagen y
semejanza. El que, por tanto, tiene hambre y sed de justicia es el que desea
ser así. Su deseo supremo es ser como Cristo.

Muy bien, si esto es la justicia, consideremos el otro término, ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.’ Esto tiene gran importancia porque nos sitúa frente al aspecto práctico de este asunto. ¿Qué quiere decir ‘tener hambre y sed’? Desde luego que no quiere decir que podemos alcanzar esa justicia con nuestros propios esfuerzos.  Esta es la idea mundana de justicia, que se centra en el hombre mismo y lleva al orgullo del fariseo, o al orgullo de una nación frente a otras por considerarse mejor y superior.

Conduce a esas cosas que el apóstol Pablo enumera en Filipenses 3 y a las que
considera como ‘pérdida,’ la confianza en uno mismo, el creer en sí mismo.
‘Tener hambre y sed’ no puede significar esto, porque la primera
Bienaventuranza nos dice que debemos ser ‘pobres en espíritu’ lo cual es la
negación de cualquier forma de confianza en sí mismo.  Bien, pues, ¿qué
significa? Quiere decir sin duda algunas cosas sencillas como éstas.  Quiere
decir conciencia de nuestra necesidad, de nuestra profunda necesidad. Más aún,
quiere decir conciencia de nuestra necesidad apremiante; quiere decir
conciencia profunda, incluso hasta el dolor, de nuestra gran necesidad. Quiere
decir algo que sigue hasta que se satisface. No quiere decir un sentimiento o
deseo pasajero.

Recordarán cómo Oseas dice a la nación de Israel que siempre, por así decirlo,
viene a arrepentirse para volver luego al pecado. Su justicia, dice, es ‘como
nube de la mañana’ en un minuto desaparece. El camino adecuado lo indica en las
palabras’— y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová.’ ‘Hambre’ y
‘sed’; no son sentimientos pasajeros. El hambre es algo profundo, hondo, que se
sigue sintiendo hasta que se satisface. Duele, causa sufrimiento; es como
hambre y sed verdaderas, físicas. Es algo que sigue en aumento y lo desespera a
uno. Es algo que le hace sufrir y agonizar.

Permítanme emplear otra comparación. Tener hambre y sed es como alguien que
desea una posición. Está inquieto, no puede estar tranquilo; trabaja y se
ajetrea; piensa en ello y sueña con ello; su ambición es la pasión dominante de
su vida. Tener ‘hambre y sed’ es así; el hombre ‘tiene hambre y sed’ de esa
posición. O es como desear una persona. En el amor siempre hay un hambre y sed
muy grandes. El anhelo principal del que ama es estar con el objeto de su amor.
Si están separados no está tranquilo hasta que vuelven a estar juntos. ‘Hambre
y sed.’ No necesito emplear estas ilustraciones. El salmista ha sintetizado
esto a la perfección en una frase clásica: ‘Como el ciervo brama por las
corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene
sed de Dios, del Dios vivo.’ Tiene hambre y sed de El —esto es todo. Permítanme
citar unas palabras del gran J. N. Darby que creo expresan muy bien esto,
‘Tener hambre no basta; debo realmente morir de hambre por saber qué
sentimientos hay en su corazón respecto a mí.’ Luego viene la frase perfecta.
Dice, ‘Cuando el hijo pródigo tuvo hambre fue a alimentarse de bellotas, pero
cuando se sintió morir de hambre, fue a su padre.’

Esta es la situación. Tener hambre y sed quiere decir estar desesperado, morir
de hambre, sentir que la vida se acaba, caer en la cuenta de la necesidad
apremiante de ayuda que tengo. ‘Tener hambre y sed de justicia’ —’como el
ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama— así tiene sed — por
ti, oh Dios, el alma mía.’

Finalmente, veamos brevemente lo que se promete a los que son así. Es una de
las afirmaciones más maravillosas de toda la Biblia. ‘Felices, felices,’
‘bienaventurados, merecen ser felicitados los que tienen hambre y sed de
justicia. ¿Por qué? Bien, porque ‘ellos serán saciados,’ recibirán lo que
desean. Todo el evangelio se encierra en esto.

Ahí entra el evangelio de gracia; es todo el don de Dios. Nunca se hallará la
justicia ni la bienaventuranza aparte de Él. Para conseguirla, sólo se necesita
reconocer la necesidad que se tiene de Dios, nada más.

Cuando reconocemos esta necesidad, esta hambre profunda, esta muerte que hay en
nosotros, entonces Dios nos llena, nos concede este don bendito. ‘El que a mí
viene nunca tendrá hambre.’ Esta es una promesa absoluta, de modo que si
tenemos verdaderamente hambre y sed de justicia seremos saciados. No cabe duda
ninguna.

Asegurémonos de no tener hambre y sed de bienaventuranza, sino hambre y sed de
justicia, anhelar ser como Cristo, y entonces conseguiremos eso y la
bienaventuranza.

¿Cómo sucede? Sucede —y esto es lo glorioso del evangelio— de inmediato,
gracias a Dios. ‘Ellos serán saciados’ de inmediato, de esta forma —que en
cuanto lo deseamos de verdad, Cristo y su justicia nos justifican y la barrera
del pecado y de la culpa entre Dios y nosotros desaparece. Confío en que nadie
se sienta inseguro de esto. Si realmente creen en el Señor Jesucristo, si creen
que en esa cruz murió por nosotros y por nuestros pecados, hemos sido
perdonados; no tienen por qué pedir perdón, han sido perdonados. Han de dar
gracias a Dios por ello, de que se les dé de inmediato la justicia, de que la justicia
de Dios se les impute. Dios los ve en la justicia de Cristo y ya no ve más el
pecado. Lo ve como pecador al que El ha perdonado. Ya no están bajo la ley,
sino bajo la gracia; han sido llenados con la justicia de Cristo en todo este
asunto de su situación frente a Dios y de su justificación —verdad maravillosa
y sorprendente.

El cristiano, por tanto, debería ser siempre alguien que sabe que sus pecados
son perdonados. No debería buscar esto, debería saber que lo posee, que ha sido
justificado en Cristo libremente por la gracia de Dios, y que el Padre lo ve
como justo. Gracias a Dios porque sucede de inmediato.

Pero también es un proceso que continúa. Con esto quiero decir que el Espíritu
Santo, como ya se ha dicho, comienza dentro de nosotros la obra de liberarnos
del poder del pecado y de la contaminación de pecado. Tenemos que tener hambre
y sed de esta liberación del poder y de la contaminación. Si la tenemos lo
obtendremos. El Espíritu Santo vendrá a nosotros y producirá ‘así el querer
como el hacer, por su buena voluntad.’ Cristo vendrá a nosotros, vivirá en
nosotros; y al vivir en nosotros, seremos liberados cada vez más del poder del
pecado y de su contaminación. Podremos más que vencer sobre estas cosas que nos
asaltan, de modo que no sólo conseguimos esta respuesta y bendición de
inmediato; sigue actuando mientras andamos con Dios, con Cristo y con el
Espíritu Santo que vive en nosotros. Podremos resistir a Satanás, el cual huirá
de nosotros; podremos enfrentarle y resistir sus ataques, y durante todo el
tiempo la obra de verse libres de la contaminación proseguirá dentro de
nosotros.

Pero desde luego que esta promesa se cumple en toda su perfección y
absolutamente en la eternidad. Llegará un día en que todos los que están en
Cristo y le pertenecen se presentarán ante Dios sin falta, sin reproche, sin
arruga. Todas las manchas habrán desaparecido. Un hombre nuevo y perfecto en un
cuerpo perfecto. Incluso este cuerpo de humillación será transformado y
glorificado y será como el cuerpo glorificado de Cristo. Estaremos en la
presencia de Dios, absolutamente perfectos de cuerpo, alma y espíritu, el
hombre todo lleno de una justicia perfecta, completa y total que habremos
recibido del Señor Jesucristo. En otras palabras estamos de nuevo frente a una paradoja.
¿Se han dado cuenta de la contradicción evidente que hay en Filipenses 3?
Pablo dice, ‘no que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto,’ y luego unos
versículos más adelante dice, ‘así que, todos los que somos perfectos.’
¿Contradice lo que ha dicho antes? En absoluto; el cristiano es perfecto, y sin
embargo ha de llegar a ser perfecto. ‘Por él,’ dice escribiendo a los
Corintios, ‘estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha hecho por Dios
sabiduría, justificación, santificación y redención.’ En este momento soy
perfecto en Cristo, y con todo me perfecciono. ‘No que lo haya alcanzado ya, ni
que ya sea perfecto; sino que prosigo… prosigo a la meta.’ Sí, se dirige a
cristianos, a quienes ya son perfectos en este asunto de entender en cuanto al
camino de la justicia y justificación. Con todo, su exhortación a los mismos en
un sentido es, ‘sigamos pues hacia la perfección.’

No sé qué piensan en cuanto a esto, pero para mí es fascinador. Vemos al
cristiano como a alguien que tiene hambre y sed y al mismo tiempo es saciado. Y
cuanto más saciado es, tanta más hambre y sed tiene. Esta es la bendición de la
vida cristiana.

Sigue adelante. Se alcanza un cierto nivel en la santificación, pero uno no se
detiene a descansar ahí por el resto de la vida. Se sigue cambiando de gloria
en gloria hasta llegar al puesto que nos corresponde en el cielo. ‘De su
plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia,’ gracia y más gracia. Sigue
siempre adelante; perfecto, pero todavía no perfecto; con hambre y sed, pero saciado
y satisfecho, pero deseando más, sin tener nunca bastante porque es tan
glorioso y maravilloso; plenamente satisfechos por El y con todo con un deseo
supremo de ‘conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus
padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera
llegase a la resurrección de entre los muertos.’

¿Han sido saciados? ¿Son bienaventurados en este sentido? ¿Tienen hambre y sed?
Estas son las preguntas. Esta es la promesa gratuita y gloriosa de Dios a todos
estos: ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos
serán saciados.’

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Extracto del  libro: «El sermón del monte», del Dr.  Martin Lloyd-Jones

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