En BOLETÍN SEMANAL
​He venido: Jesús no dice: “He nacido, por consiguiente, esto o aquello”. Dice: "He venido". ¿De dónde ha venido? Es alguien que ha llegado a este mundo; no sólo ha nacido, ha venido a él desde algún lugar. Ha venido desde la eternidad, del cielo, ha venido del seno del Padre.

Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. (Mateo 7:28,29).

Así, pues, al contemplar estas dos afirmaciones sorprendentes antes de llegar a su enseñanza detallada, nos sentimos impulsados a preguntar, al igual que debieron preguntarse esta gente; ¿quién es esta Persona que habla así? ¿Quién es este hombre, este carpintero de Nazaret, que nos pide que estemos dispuestos a sufrir por Él, diciendo que seremos bienaventurados de Dios si lo hacemos; ¿quien dice, “Gozaos y alegraos porque vuestro galardón es grande en los cielos si sufrís injusticias y persecuciones por mi causa?” ¿Quién es este? ¿Y quién es éste que dice que puede hacernos sal de la tierra y luz del mundo? La respuesta a la pregunta la da en el versículo 17, donde dice: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir”. Consideremos por un momento esta extraordinaria expresión, ‘he venido’. Habla de sí mismo y de su vida en este mundo como diferente de la de cualquier otro. No dice: “He nacido, por consiguiente, esto o aquello”. Dice: ‘He venido! ¿De dónde ha venido? Es alguien que ha llegado a este mundo; no sólo ha nacido, ha venido a él desde algún lugar. Ha venido desde la eternidad, del cielo, ha venido del seno del Padre. La ley y los profetas habían dicho que iba a venir. Dijeron, por ejemplo. “Nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación”. Siempre hablaban de alguien que iba a venir de afuera. Y aquí dice de sí mismo, “He venido”. No sorprende que estas personas que estaban sentadas escuchando, dijeran: ¿Qué quieres decir; y quién es este hombre, este carpintero que se parece a nosotros?

Siempre dice: “He venido”. Les dice que no pertenece a este reino, sino que ha venido a esta vida, a este mundo, desde la gloria, desde la eternidad. Dice: “Yo y el Padre uno somos”. Se refiere a la encarnación. Qué necedad tan trágica considerar este Sermón como una simple proclama social y no ver en él sino ética y moralidad. Escuchemos lo que dice acerca de sí mismo. “He venido”. No se trata de un maestro humano; se trata del Hijo de Dios.

Pero, además, dice que ha venido para cumplir la ley y los profetas y no para abrogarlos. Esto significa que ha venido para cumplir y guardar la santa Ley de Dios, que Él es también el Mesías. Afirma ahí que es impecable, absolutamente perfecto. Dios dio su ley a Moisés, pero ningún ser humano la ha cumplido jamás, “todo el mundo queda bajo el juicio de Dios”, “No hay justo, ni aun uno”. Todos los santos del Antiguo Testamento habían violado la ley; nadie había podido cumplirla. Pero he ahí Alguien que se levanta y dice: Yo voy a cumplirla, voy a guardarla y honrarla a la perfección. He aquí Alguien que es impecable, absolutamente perfecto. No sólo esto. No vacila en atribuirse lo que Pablo afirma en estas palabras: “el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. En otras palabras, cumple la ley poniéndola en práctica, la honra con la perfección absoluta en su propia vida. Sí, pero también lleva sobre sí el castigo que también se reparte entre los transgresores. Ha satisfecho todas las exigencias de la ley de Dios, ha cumplido la ley para sí mismo y los demás.

Pero también afirma que cumple los profetas. Afirma que es Aquel al que apuntaban todos los profetas del Antiguo Testamento. Habían hablado acerca del Mesías; dice, “Yo soy el Mesías”. Es el que cumple en su propia Persona las promesas. También esto lo sintetiza el apóstol Pablo con estas palabras: “Todas las promesas de Dios son en Él Sí, y en Él Amén”. Todas las promesas de Dios se cumplen en esta extraordinaria Persona que aquí afirma de sí misma que es el cumplidor de la ley y de los profetas. Todo el Antiguo Testamento apunta hacia Él; es el centro de todo.

Éste es el que había de venir, el esperado. Dice todo esto en el Sermón del Monte, este Sermón del que se nos dice que no contiene doctrina, y que gusta a la gente porque no es teológico. ¿Puede acaso existir una ceguera más trágica que ésta que hace que los hombres hablen de una forma tan necia? Toda la doctrina de la encarnación de Cristo, de su Persona y Muerte, todo está ahí. Lo hemos visto a medida que hemos estudiado el Sermón y de nuevo lo volvemos a encontrar.

Otra gran afirmación que apunta hacia la misma dirección es la que se encuentra en 7:21: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos”. No vacila en decir que la gente se dirigirá a Él como Señor y esto significa que es Jehová, que es Dios. Dice ahí, con toda serenidad, que la gente va a decirle, “Señor, Señor”. Lo dice ahora, en cierto sentido, y lo dirán en el gran día. Pero lo que se subraya es el hecho de que ‘me’ lo dirá, se lo dirá al que habla ahí en el Monte. No vacila en atribuirse, en apropiarse, el término más elevado que aparece en toda la Biblia aplicado al Dios eterno, absoluto, bendito.

Incluso fue más allá y proclamó hacia el final del Sermón que Él va a ser el Juez del mundo. “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor”. etc. Adviértase la repetición, “Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Sí, el juicio le corresponderá al Hijo. Afirma que va a ser el juez de todos los hombres y que lo que cuenta es nuestra relación con Él, su conocimiento de nosotros, su preocupación e interés por nosotros. Como alguien dijo muy bien: “El que estuvo sentado en el Monte para enseñar, es el mismo que al final se sentará en el trono de su gloria para que todas las naciones del mundo comparezcan ante Él, y Él emitirá un juicio definitivo sobre ellas”. ¿Se ha dicho alguna vez en este mundo algo más sorprendente, más sobrecogedor? Tratemos de nuevo de imaginar la escena. Contemplemos esa Persona al parecer ordinaria, este carpintero, sentado ahí y diciendo: “Del mismo modo que ahora estoy sentado aquí, me sentaré en el Trono de la gloria eterna, y todas las naciones, todo el mundo comparecerá ante mí, y pronunciaré juicio”. Él es realmente el Juez eterno.

De este modo, hemos reunido las afirmaciones principales que formula acerca de sí mismo en este famoso Sermón del Monte. Al concluirlo, por consiguiente, hago esta sencilla aunque profunda pregunta: ¿Cuál es nuestra reacción ante todo esto? Se nos dice que esa gente quedó admirada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. No se nos dice que reaccionaran de alguna otra manera; pero sí se nos dice que quedaron admirados y sorprendidos ante su forma de enseñar y también ante su doctrina extraordinaria y, sobre todo, ante algunas de estas cosas que dijo acerca de sí mismo. Hay personas que ni siquiera se admiran ante este Sermón. Dios no quiera que así sea en el caso de alguno de nosotros. Pero no basta con simplemente admirarse; nuestra reacción debe ir más allá. No cabe duda de que nuestra reacción ante las palabras que nos dirige el Señor debería ser el maravillarnos de -que el Hijo mismo de Dios nos ha estado hablando en las palabras que hemos examinado; es el mismo Hijo encarnado de Dios. Nuestra primera reacción debería ser reconocer de nuevo la verdad categórica del evangelio, que el Hijo unigénito de Dios ha entrado en este mundo temporal. No nos preocupa aquí una simple filosofía o visión de la vida, sino el hecho de que el predicador era el Hijo del Dios Todopoderoso hecho carne en este mundo.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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