En BOLETÍN SEMANAL
Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no hemos hecho esto y lo otro?” No hay que exagerar la fuerza y vigor de esta palabra ‘muchos’, pero sí es una palabra que conlleva un significado bien concreto. No dice ‘alguno que otro’, sino ‘muchos’: el autoengaño es un peligro para ‘muchos’ y las advertencias del Señor contra ellos son frecuentes.

​No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:21-23).

Ya hemos examinado el mensaje general que contienen estos versículos tan solemnes. Al volver a los mismos es importante tener presente que en este pequeño párrafo nuestro Señor se ocupa de aquellos que son ortodoxos. Nada dice de los heterodoxos, de los que sostienen falsas enseñanzas o doctrinas. En este caso, la enseñanza es correcta. Profetizan en su nombre; en su nombre arrojan demonios; y en su nombre llevan a cabo muchas obras maravillosas. Y, sin embargo, nos dice, al final se condenan. Por esta razón estas palabras en muchos aspectos son más solemnes y, de hecho, alarmantes que cualesquiera otras que encontramos en toda la Sagrada Escritura.

Después de ese recorrido preliminar, podemos proceder a sacar ciertas lecciones y deducciones del mismo. No cabe duda de que nada puede ser más importante que esto. Nuestro Señor sigue repitiendo estas advertencias al exhortar a hombres y mujeres a que entren por la puerta estrecha y a que anden por el camino angosto y, en este caso, vuelve a ponernos sobre aviso en cuanto a los terribles peligros y posibilidades que se nos plantean. La lección más importante que hay que aprender de este pasaje es el peligro del autoengaño, y esto se subraya de varias maneras. Por ejemplo, nuestro Señor emplea la palabra ‘Muchos’. “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no hemos hecho esto y lo otro?” No hay que exagerar la fuerza y vigor de esta palabra ‘muchos’, pero sí es una palabra que conlleva un significado bien concreto. No dice ‘alguno que otro’, sino ‘muchos’ — el autoengaño es un peligro para ‘muchos’ y las advertencias del Señor contra ellos son frecuentes.

Se encuentra en la metáfora que sigue, acerca de los que edifican sus casas sobre la arena. Es la misma advertencia que se encuentra también en la parábola de las diez vírgenes. Las cinco vírgenes necias son un caso evidente de autoengaño y nada más. Vuelve a presentarse en ese cuadro final de Mateo 25, donde Cristo describe el juicio final y habla de los que vendrán a Él confiados para decirle las cosas que han hecho por Él. En todos estos casos se da la misma advertencia; es la advertencia contra el terrible peligro del autoengaño. En otras palabras, al leer lo que dice aquí, recibimos la impresión de que esas personas a las cuales se refiere se sorprenderán en el día del juicio, “aquel día”. Como hemos visto, todas estas palabras se pronuncian teniendo en mente claramente el día del juicio. De hecho, todo el capítulo, como hemos visto constantemente, trata de subrayar el hecho de que el cristiano debe vivir toda su vida a la luz de ese día venidero. Al leer el Nuevo Testamento observamos con cuánta frecuencia se habla de “aquel día”. “El día lo declarará”, dice Pablo, como diciendo: no importa. Prosigo con mi ministerio, todo lo hago con la vista puesta en ese día; la gente quizá me critique y diga esto o aquello acerca de mí, pero no voy a permitir que esto me preocupe, me he puesto a mí mismo y a todo mi futuro eterno en las manos del Señor, mi Juez, y el día de su juicio lo pondrá todo de manifiesto.

Es evidente, según las palabras de este pasaje, que estas personas, según nuestro Señor, van a sorprenderse en el día del juicio. Han dado por supuesto que están seguros y parecen muy tranquilos respecto a su propia salvación. ¿Con qué fundamentos? Porque decían, ¡Señor, Señor! Eran ortodoxos; decían lo que había que decir; eran fervorosos; eran celosos; profetizaban en su nombre; arrojaban demonios; hacían muchas obras maravillosas. Y recibían alabanzas de los hombres; se los consideraba de hecho como servidores destacados. Por ello, se sentían perfectamente satisfechos de sí mismos, seguros de su posición y ni por un segundo sospechaban que hubiera algo erróneo en ellos. Podrían presentarse ante el Señor en el día del juicio para decirle: “claro está, Señor, que conoces nuestra historia. ¿No te acuerdas de todo lo que dijimos e hicimos en tu nombre?” No dudaban acerca de sí mismos; eran perfectamente felices, estaban completamente seguros. Nunca había cruzado por su mente ni siquiera la posibilidad de que no fueran sino personas cristianas y salvadas, herederos de la gloria y de la bienaventuranza eterna. Pero lo que nuestro Señor les dice es que están perdidos. Les ‘declararé’ juega con las palabras en este caso, ellos declaran y El a su vez declarará: “Nunca os conocí; no tengo nada que ver con vosotros. Aunque siempre decíais ‘Señor, Señor’, y hacíais cosas en mi nombre, nunca os reconocí, nunca hubo contacto entre nosotros. Os habéis estado engañando a vosotros mismos todo el tiempo. Apartaos de mí, hacedores de maldad”.

No puede haber duda acerca de ello; el día del juicio va a ser un día de muchas sorpresas. ¡Cuan a menudo les dice nuestro Señor a su pueblo, a sus contemporáneos y a nosotros por medio de ellos, que Él no juzga como ellos juzgan! “Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación”. Esta clase de juicios falsos se encuentra a veces tanto en la iglesia como en el mundo. A menudo nuestros juicios son carnales. Escuchemos los comentarios que hace la gente cuando salen de un lugar de culto. A menudo son acerca del hombre, acerca de su apariencia física o de lo que llaman ‘personalidad’, y no acerca del mensaje. Ésas son las cosas que atraen. Nuestros juicios son muy carnales. Por eso nuestro Señor nos enseña que tengamos cuidado con esa posibilidad terrible y alarmante de engañarnos a nosotros mismos. Todos tenemos ideas claras acerca de la hipocresía consciente. Esta hipocresía consciente no es problema; es obvia y evidente. Lo que es mucho más difícil de discernir es la hipocresía inconsciente, cuando alguien no sólo engaña a otros sino que se engaña a sí mismo, y se persuade a sí mismo erróneamente acerca de su propia personalidad. De esto trata nuestro Señor aquí, y debemos de repetirlo de nuevo, que si creemos que el Nuevo Testamento es verdadero, entonces no hay nada más importante que examinarnos a nosotros mismos a la luz de una afirmación como ésta.

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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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