En BOLETÍN SEMANAL
​Identificando al falso maestro: El falso profeta es un hombre que no tiene ‘puerta estrecha’ ni ‘camino angosto’ en su evangelio. No hay en él nada que ofenda al hombre natural; sino que agrada a todos. Va con ‘vestidos de ovejas’, es atractivo, agradable a la vista.

​Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. (Mateo 7:15,16).

El falso profeta es alguien que viene a nosotros y al principio tiene aspecto de ser todo lo que se podría desear. Es agradable y placentero; parece ser muy cristiano, y parece decir lo que hay que decir. Su enseñanza en general está muy bien; utiliza muchos términos que cualquier maestro cristiano verdadero debería usar y emplear. Habla acerca de Dios, habla acerca de Jesucristo, de la cruz, enfatiza el amor de Dios, parece decir todo lo que un cristiano debería decir. Obviamente, lleva vestimenta de oveja y su forma de vivir parece armonizar con ello. En consecuencia nadie sospecha que haya algo malo en él; no hay nada que atraiga de forma inmediata la atención o despierte la sospecha, nada abiertamente malo. ¿Qué hay pues de malo, o que pueda ser malo en una persona así? Sugiero que en último término esta persona esté quizás equivocada tanto en su enseñanza como en su forma de vida porque, como veremos, estas dos cosas siempre andan indisolublemente juntas. Lo dice nuestro Señor, “Por sus frutos los conoceréis”.

La enseñanza y la conducta en la vida humana se pueden separar, y donde hay enseñanza errónea, de cualquier forma que sea, siempre conduce a una vida equivocada en algún aspecto. ¿Cómo se pueden describir estas personas? ¿Qué hay de malo en su enseñanza? La forma más adecuada de contestar es decir que no hay puerta estrecha en ellos, que no hay ‘camino angosto’. Lo que dicen está bien, pero no incluye esto. Es una enseñanza, cuya falsedad hay que detectarla por lo que no dice más bien que por lo que dice. Y precisamente por esto caemos en la cuenta de la sutileza de la situación. Como ya hemos visto, cualquier cristiano puede detectar al que dice cosas abiertamente equivocadas; pero ¿es injusto y poco caritativo decir que la gran mayoría de los cristianos de hoy no detectan al hombre que parece decir cosas buenas pero que no dice cosas vitales? En cierto modo, hemos hecho nuestra la idea de que el error es sólo lo manifiestamente equivocado; y parece que no entendemos que la persona más peligrosa de todas es la que no enfatiza las enseñanzas adecuadas.

Esta es la única forma de entender este cuadro de los falsos profetas. El falso profeta es un hombre que no tiene ‘puerta estrecha’ ni ‘camino angosto’ en su evangelio. No hay en él nada que ofenda al hombre natural; agrada a todos. Va con ‘vestidos de ovejas’, es atractivo, agradable a la vista. Presenta un mensaje atractivo, confortable y consolador. Agrada a todo el mundo y todo el mundo habla bien de él. Nunca lo persiguen por su enseñanza, nunca lo critican con rigor. Tanto los liberales como los modernistas lo alaban, lo alaban los evangélicos, todo el mundo lo alaba. Se hace todo a todos, en este sentido; en sus palabras y acciones no se encuentra la ‘puerta estrecha’, en su mensaje no está el ‘camino angosto’, no hay nada del ‘tropiezo de la cruz’.

Si esa es la descripción del falso profeta en general, podemos ahora preguntarnos: ¿qué queremos decir exactamente con esta ‘puerta estrecha’ y ‘camino angosto’? ¿Qué queremos decir al afirmar que en su predicación no hay nada que ofenda? La mejor forma de responder a esto es con una cita del Antiguo Testamento. Recordarán cómo arguye Pedro en el capítulo segundo de su segunda Carta. Dice, “Hubo también falsos profetas entre el pueblo (los hijos de Israel en el Antiguo Testamento), como habrá entre nosotros falsos maestros”. Debemos, pues, recurrir al Antiguo Testamento y leer lo que dice acerca de los falsos profetas, porque el modelo no cambia. Siempre estuvieron presentes, y cada vez que aparecía un verdadero profeta, como Jeremías o algún otro, los falsos profetas siempre dudaban de él, le resistían, y lo acusaban y ridiculizaban. ¿Pero cómo eran ellos? Así es como se les describe: “Curaron la herida de la hija de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz”. El falso profeta siempre es un predicador muy consolador. Al escucharlo da siempre la impresión de que no hay muchas cosas malas. Admite, desde luego, que algo malo hay; no es lo bastante necio para decir que no hay nada malo. Pero dice que todo va bien y todo irá bien. “Paz, paz”, dice. “No escuchen a alguien como Jeremías”, exclama; “es de mente estrecha, es un cazador de herejías, no tiene espíritu cooperador. No lo escuchéis, todo está bien”. “Paz, paz”. Cura “la herida de la hija de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz”. Y, como agrega el Antiguo Testamento de forma aplastante y diciendo una verdad tan aterradora respecto a la gente religiosa de entonces y de ahora, “mi pueblo así lo quiso”. Porque nunca los perturba y nunca los hace sentir incómodos. Uno sigue como está, todo está bien, no hay que preocuparse acerca de la puerta estrecha ni del camino angosto, ni de esta doctrina específica o de aquella. “Paz, paz”. Muy consolador, muy tranquilizante; siempre es así el falso profeta, en su vestido de oveja; siempre inofensivo y agradable, siempre, invariablemente atractivo.

¿De qué manera se manifiesta esto en la práctica? Diría que se manifiesta en general en una ausencia casi total de doctrina en el mensaje. Siempre habla con vaguedades y de forma general; nunca desciende a detalles doctrinales. No le gusta la predicación doctrinal; siempre es muy vaga. Pero alguien quizá pregunte: “¿Qué quiere decir con esto de descender a detalles doctrinales y cómo se relaciona esto con la puerta estrecha y el camino angosto?” La respuesta es que el falso profeta muy raras veces nos dice algo acerca de la santidad, la justicia y la ira de Dios. Siempre predica acerca del amor de Dios, y nunca menciona las otras cosas. Nunca hace temblar a nadie cuando habla de este Ser Santo y Augusto con el que todos debemos enfrentarnos. No dice que no crea en estas verdades. No; no es esa la dificultad. La dificultad es que no dice nada acerca de ellas. No las menciona en absoluto. En general, subraya solamente una verdad acerca de Dios, y es el amor. No menciona las otras verdades que figuran de forma igualmente destacada en la Biblia; y ahí está el peligro. No dice las cosas que son obviamente verdaderas y justas. Y por esto es falso profeta. Ocultar la verdad es tan reprochable y condenable como proclamar una herejía completa; y por esto, el efecto de tal enseñanza es el de un ‘lobo hambriento’. Es muy agradable, pero puede conducir al hombre a la destrucción porque nunca se le plantea el problema de la santidad, ni de la justicia, ni de la ira de Dios.

Otra doctrina que el falso profeta no enfatiza nunca es la del juicio final y el destino eterno de los condenados. En los últimos cincuenta o sesenta años, no se ha predicado mucho acerca del juicio final, y tampoco acerca del infierno y de la destrucción eterna de los malvados. No, a los falsos profetas no les gustan las enseñanzas como las que contiene la segunda Carta de Pedro. Han tratado de negar su autenticidad porque no cuadran con su doctrina. Dicen que ese capítulo no debería estar en la Biblia. Es demasiado fuerte y agresivo; pero ahí está. Y no es un caso aislado. Hay otros. Leamos la Carta de Judas, leamos el así llamado suave apóstol del amor, el apóstol Juan, en su primera Carta, y encontraremos lo mismo. Pero también está aquí en este Sermón del Monte. Sale de la boca del Señor mismo. Él es quien habla acerca de los falsos profetas con vestimenta de oveja que son como lobos rapaces; Él es quien los describe como árboles corruptos y malos. Trata del juicio exactamente de la misma manera en que Pablo lo hizo cuando predicó a Félix y a Drusila acerca de “la justicia, el dominio propio y el juicio venidero”.

La enseñanza del falso profeta tampoco subraya la condición radicalmente pecaminosa del pecado y la incapacidad total del hombre para hacer algo por su propia salvación. A menudo, ni siquiera cree en el pecado y, ciertamente, no subraya su naturaleza vil. No dice que todos somos perfectos; pero sí sugiere que el pecado no es grave. En realidad, no le gusta hablar acerca del pecado; sólo habla acerca de pecados individuales o específicos. No habla acerca de la naturaleza caída, ni dice que el hombre mismo en su totalidad está caído, perdido y depravado. No le gusta hablar acerca de la solidaridad de todo el género humano en el pecado, y el hecho de que todos hemos pecado y estamos “destituidos de la gloria de Dios”. No enfatiza esta doctrina de la “malicia total del pecado”, como se encuentra en el Nuevo Testamento. No enfatiza el hecho de que el hombre está muerto “en delitos y pecados”, de que no tiene esperanza y es totalmente incapaz. No le gusta esto; no ve la necesidad de hacerlo. Lo que el Señor trata de subrayar es que el falso profeta no dice estas cosas, de modo que el creyente inocente que lo escucha da por supuesto que cree en ellas. La pregunta que se plantea respecto a tales maestros es ¿creen en estas cosas? La respuesta, obviamente, es que no, de lo contrario se sentirían impulsados a predicarlas y enseñarlas.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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