En ARTÍCULOS

“Porque si fuimos plantados juntamente con Él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección.”—Rom. 6:5.

Habiendo expuesto el tema de la regeneración como acto de Dios llevado a cabo en un pecador perdido, malvado y culpable, examinaremos ahora un asunto más sagrado y delicado: ¿cómo afecta este acto divino a nuestra relación con Cristo?

Consideramos este punto más importante que el primero, ya que toda concepción de la regeneración que no hace plena justicia a la “unión mística con Cristo” es antibíblica, erradica el amor fraternal y provoca orgullo espiritual.

El santo apóstol declara: “Yo vivo, más no yo, sino Cristo vive en mí, y la vida que vivo ahora en la carne, la vivo por la fe del Hijo de Dios.” [Gál 2:20]  La idea de que un santo pueda tener una vida fuera de la unión mística con Emanuel, no es más que una ficción de la imaginación. El regenerado no puede vivir una vida más que aquella consistente en la unión con Cristo. Dejemos esto firme y fuertemente establecido.

Las expresiones de las Escrituras “fuimos plantados juntamente con Él” y “ramas de la vid,” las cuales se deben tomar en su significado más completo, son metáforas enteramente diferentes a las que usamos. Estamos confinados a metáforas que expresan nuestro entendimiento por analogía; pero no se pueden aplicar ni expresar completamente el ser de la cosa; de ahí viene el concepto del tercer término de la comparación. Pero las figuras usadas por el Espíritu Santo expresan una real conformidad, una unidad de pensamiento divinamente expresado en el mundo espiritual y visible. Por consiguiente Jesús podía decir “Yo soy la vida verdadera”  [Jn 15:1], es decir, “Toda otra vid es sólo una figura. La Vid verdadera soy Yo, y sólo Yo.”

Siendo excesivamente sobrio y selectivo en Su discurso metafórico, el Señor Jesús no dice que una rama se injerta en la vid, simplemente porque eso no ocurre en la naturaleza, es decir, en la creación de Dios. En Juan 15 Jesús ni siquiera toca la cuestión de como uno se convierte en rama. Ese es trabajo del Padre. Mi Padre es el Labrador. En Juan 15:3 Él solamente habla de una persona que, al no permanecer en Él, se marchita y será quemada.

Ni siquiera Romanos 6:5 habla de ir a Jesús, y Romanos 11: 17-25 sólo lo hace parcialmente.

El primero habla de haber sido plantado con Él, pero no dice “cómo”; y ni siquiera se menciona “injertar.” En el último, donde se habla de ramas de olivo quebradas, de olivos silvestres injertados sobre un buen olivo y finalmente de ramas quebradas restauradas al olivo original, no se hace ninguna referencia a la implantación de personas en Cristo, tal como lo vamos a probar pronto.

Aun así, esta figura sólo es aplicable parcialmente. En efecto, en Romanos 11, San Pablo, con su característico discurso y estilo osado, invierte, por un fin comparativo, la obra de Dios en la naturaleza; porque mientras que en la realidad el brote cultivado se injerta en un tronco silvestre, él simula en dicha instancia que el brote silvestre se injerta sobre un pie o tronco bueno. Un golpe audaz sin duda, y muy beneficioso para nosotros, porque hace posible ver de forma clara y distintiva la implantación general en Cristo. Pero eso es todo.

Porque, observa cuidadosamente, que esta figura no se debe forzar demasiado. Es un error tomarla para referirse a la regeneración del pecador individual. Porque una persona una vez implantada en Cristo no puede ser separada de Él. “Nadie puede arrancarlo de mis manos” [Jn 10: 28-29]; “A quienes Él ha justificado, a ellos Él también ha glorificado”  [Rom. 8:30]. Sin embargo, se hace referencia aquí a las ramas que son quebradas y que luego son injertadas nuevamente. Si esto se refiriere a personas particulares, entonces los judíos, quienes durante la vida de San Pablo rechazaron al Señor, deben haber sido personas regeneradas que cayeron y se retornaron antes de que murieran.

Si este hubiera sido el significado dado por San Pablo, los eventos siguientes habrían rebatido sus palabras y revocado todo el tenor de sus otras enseñanzas. Pero él simplemente dice que las tribus de Israel, quienes estaban en el Pacto de la Gracia, habían perdido su posición en ella por sus propias faltas; y que, aun fuera del pacto, ellos debían ser preservados a través de las épocas siguientes, y que en el curso de la historia, el camino sería abierto incluso para ellos, para ser reintroducidos al Pacto de la Gracia. Esto muestra que Rom. 11:17-25 no enseña acerca de la regeneración de personas individuales, y que el buen olivo no habla de Cristo, porque el que es implantado en Cristo, nunca puede ser cortado de Él, y que el que es cortado de Él, nunca le perteneció. ¿Acaso no creemos en la perseverancia de los santos? Puede objetarse que en Juan 15. se hace referencia a las ramas que son descartadas de la vid; a lo cual nosotros respondemos: primero, que esto no quita la dificultad de que los judíos apóstatas de los tiempos de San Pablo nunca fueron injertados nuevamente; y que, en segundo lugar, con Calvino sostenemos que Jesús, hablando de la ramas desechadas, hace referencia a personas que, como Judas, parecían estar implantadas; de otra manera, sus propias palabras, “Nadie puede arrebatarlos de Mi mano,” [Juan 10:28-29] no se sostienen ni por un momento.

Llegamos, por consiguiente, a esta conclusión: que ni en Juan 15 ni en Romanos 11, se hace referencia alguna a la regeneración personal, en su sentido limitado; ya que Romanos 11. habla de llegar a ser implantados, no introduce la idea del injerto, ni hace la menor alusión a la manera en la cual este “llegar a ser implantado” se logra.

Es innecesario decir que no pocos exegetas juzgan como incorrecta la traducción, “implantados con Él,” omitiendo las palabras en cursiva. No expresamos aquí nuestra opinión respecto a este tema, pero se muestra claramente que Romanos 6. no tiene nada que decir respecto a la manera en la cual nuestra unión con Cristo se lleva a cabo.

De hecho, las Escrituras nunca aplican la figura de injerto a la regeneración. Romanos 11 trata sobre la restauración de las personas y naciones al pacto de la gracia. Romanos 6 habla sólo de una íntima unión, y Juan 15 nunca alude a las ramas silvestres que se vuelven buenas por ser implantadas en Cristo. Estas figuras ponen por delante la unión con Cristo, pero no enseñan nada con respecto a la manera en que esta se lleva a cabo. Las Escrituras son completamente silenciosas respecto a esto; y como no hay otra fuente de información, la inventiva humana es completamente inútil. Aun la experiencia cristiana no arroja luz sobre esto, porque no puede enseñar nada que las Escrituras no hayan enseñado ya. Y nuevamente, podemos fácilmente percibir la unión con Cristo donde existe, pero no podemos verla donde no existe, o donde se está formando.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper 

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