​Los autores bíblicos escribieron a partir de su propia experiencia. Usaron su vocabulario. El valor literario de los escritos varía. En ocasiones usan fuentes seculares. Son selectivos. De muchas maneras los libros de la Biblia muestras evidencia de haber sido escritos por personas que eran muy humanas y muy de su tiempo.

​Nada en la discusión que precede es para negar el elemento humano genuino en la Escritura. En 2ª Pedro 1:21, Pedro escribe: «porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios, hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo». No podemos enfatizar demasiado, a la luz de algunos malentendidos comunes, que Pedro reconoce que los hombres han participado en la escritura de la Escritura. Dice que «los hombres… hablaron». Pero lo que hace que la Biblia sea distinta a otros libros es que cuando hablaban (o escribían) los autores bíblicos eran impulsados por Dios. Los autores bíblicos escribieron a partir de su propia experiencia. Usaron su vocabulario. El valor literario de los escritos varía. En ocasiones usan fuentes seculares. Son selectivos. De muchas maneras los libros de la Biblia muestras evidencia de haber sido escritos por personas que eran muy humanas y muy de su tiempo.

Sin embargo, los libros del Antiguo y Nuevo Testamento muestran evidencia, de ser algo más que meramente humanos. Pedro dice que estos escritores: «hablaron de parte de Dios» o que «fueron inspirados por el Espíritu Santo». La palabra que aquí se traduce por «inspirado» es significativa. Es usada por Lucas, para describir la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés como «un estruendo de un viento recio» (Hch. 2:2). Más adelante Lucas vuelve a utilizar esta palabra en la narración dramática de la tormenta mediterránea que finalmente destruye la nave que llevaba a Pablo a Roma. Lucas señala que la nave fue arrastrada por el viento. «Y siendo arrebatada la nave, y no pudiendo poner proa al viento, nos abandonamos a Él y nos dejamos llevar» (Hch. 27:15); «arriaron las velas y quedaron a la deriva» (vs. 17). Lucas estaba diciendo que la nave estaba a la merced de la tormenta. No dejaba de ser una nave, pero sí dejaba de tener control sobre su rumbo y su destino.

De manera similar, Pedro nos enseña que los escritores de la Biblia se dejaron llevar en sus escritos para producir las palabras que Dios quería que fueran registradas. Escribieron como personas, pero como personas impulsadas por el Espíritu Santo. El resultado fue la revelación de Dios.

No hay nada en el versículo de 2ª de Pedro que implique un método particular por el cual los escritores bíblicos tomaban conciencia de la palabra de Dios y la transcribían. Los métodos que Dios usó para comunicar su revelación a los escritores bíblicos difieren entre sí. Algunos escribieron como cualquier persona podría escribir hoy en día, recopilando material y organizándolo para mostrar los hechos más significativos. Es este el caso de Juan, el autor del cuarto evangelio, y de Lucas, el autor del tercer evangelio y de los Hechos de los Apóstoles (Jn. 20:30; Le. 1:1-4; Hch. 1:1-2). Dios no les dictó estos libros. Moisés recibió la revelación de la ley en el Monte Sinaí en medio del fuego, el humo y los truenos (Ex. 19:18-19). Dios se le apareció a Daniel en una visión (Dn. 2:19). Isaías nos dice que escuchó la voz del Señor como si hubiera escuchado la voz de una persona. «Esto fue revelado a mis oídos de parte de Jehová de los ejércitos» (Is. 22:14). Los métodos fueron diversos, pero el resultado fue siempre el mismo. El producto final es la revelación específica de Dios.

Muchos de los textos mencionados hasta ahora tienen que ver con el Antiguo Testamento. Pero también hay textos que señalan que la enseñanza del Nuevo Testamento sobre el Antiguo Testamento también es aplicable a los escritos del Nuevo Testamento. Así, Pablo habla del evangelio que ha predicado: «Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes» (1 Ts. 2:13; comparar con Gá. 1:11-12). Pedro, de manera similar, está colocando las cartas paulinas en la misma categoría que el Antiguo Testamento: «como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición» (2 P 3:15-16).

Por supuesto, el Nuevo Testamento no habla de sí mismo con la misma frecuencia y exactamente del mismo modo que lo hace sobre el Antiguo Testamento, ya que los libros del Nuevo Testamento aún no habían sido recogidos en un volumen autorizado en vida de sus escritores. A pesar de ello, en varias ocasiones los escritores del Nuevo Testamento hablan de sus escritos como las palabras de Dios. En algunos casos, cuando un libro del Nuevo Testamento fue escrito con posterioridad a otros escritos del Nuevo Testamento, este libro posterior se refiere a los anteriores en los mismos términos que los cristianos y judíos usaban para referirse al Antiguo Testamento.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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