1. Dos formas generales.
a. Exponga su conciencia a la luz escudriñadora de la ley de Dios. Ore para que el Espíritu Santo le convenza de pecado a fin de que Él use la ley de Dios para convencerte de la grandeza de tu culpa. Permite que el terror de la ley de Dios penetre profundamente en tu conciencia. Piense en cuán justo sería Dios si castigara cada una de las transgresiones que has cometido contra su santa ley. No permitas que tu corazón engañoso argumente que la ley de Dios no te puede condenar, debido a que «no estás bajo la ley sino bajo la gracia» (Rom.6: 14). Dile a tu conciencia que mientras que el pecado no mortificado permanezca en tu corazón, no puedes tener una seguridad verdadera de ser libre de su poder condenatorio. Dios ha dado la ley para condenar el pecado donde quiera que éste se encuentre. La ley de Dios tiene el propósito de descubrir la culpa del pecado de los creyentes, tanto como lo hace con la culpa y el pecado de los incrédulos. La ley de Dios tiene el propósito de despertar a los creyentes para que vean la culpa de sus pecados y para que se humillen a sí mismos y traten con él. La resistencia a permitir que la ley inquiete tu conciencia no es una buena señal. Más bien, es un triste indicativo de la dureza de tu corazón y de la naturaleza engañosa del pecado. Ten cuidado de pensar que la liberación del castigo de la ley divina, significa que la ley ya no sirve como una guía para tu vida o para exponer tu pecado. Este es un error peligrosísimo que ha arruinado a muchos que profesan ser creyentes. Si afirmas que perteneces al Señor, rehúsa pensar de esta manera. Más bien, persuade a tu conciencia a escuchar cuidadosamente lo que la ley de Dios dice acerca de tus deseos y tus caminos pecaminosos. Si realmente quieres hacer morir tus deseos pecaminosos, permite que la ley de Dios inquiete tu conciencia, hasta que seas convicto de la terrible culpa de tus deseos pecaminosos. No te contentes hasta que puedas decir juntamente con David en su arrepentimiento: «Reconozco mis rebeliones y mi pecado está siempre delante de mí.» (Sal. 5 1:3)
b. Permite que el evangelio condene y mortifique tus deseos pecaminosos. Piensa cuánto le debes al evangelio. Di para ti mismo: «Dios me ha mostrado tanta gracia, amor y misericordia y yo ¿cómo he respondido?» He menospreciado y pisoteado su bondad para conmigo. ¿Es de esta manera como demuestro mi agradecimiento por el amor del Padre y la sangre de su Hijo? ¿Cómo pude contaminar mí corazón el cual Cristo murió para limpiar y en el cual el bendito Espíritu vino a morar? ¿Qué puedo decir a mi querido Señor Jesús? ¿Es mi comunión con El de tan poco valor, que puedo permitir que mi corazón se llene tanto con deseos pecaminosos, que casi ya no queda ningún lugar para El? ¿Cómo puedo entristecer cotidianamente al Espíritu Santo, Quien me ha sellado para el día de la redención? (Ef.4:30) Considere estas cosas cada día y con la ayuda del Espíritu Santo se disgustará con la vileza de sus deseos pecaminosos y deseará mortificarlos.
2. Dos formas específicas.
a. Piense acerca de la infinita paciencia y longanimidad de Dios para con usted. Piense cuán fácilmente Dios le pudiera haber expuesto a la vergüenza y el reproche en este mundo. Y no obstante, en su misericordia El ha encubierto su pecado de los ojos del mundo y frecuentemente le ha detenido de pecar abiertamente. Cuán fácilmente Dios pudiera haber terminado su vida pecaminosa y haberlo enviado al infierno. A pesar de su bondad para con usted en estas maneras, usted ha continuado dejando que sus deseos pecaminosos hagan lo que quieran.
b. Piense acerca de como Dios en su gracia, ha tenido misericordia de usted repetidas veces. Piense que tan seguido la misericordia de Dios le ha salvado de ser endurecido por el engaño de pecado. Piense acerca de cuántas veces usted ha encontrado que su vida espiritual se ha enfriado; piense en los tiempos cuando su deleite en los caminos de Dios, en la oración, en la meditación sobre la palabra y la comunión con el pueblo de Dios casi se han desvanecido. Piense en las ocasiones cuando en varias formas usted se ha alejado de Dios, y sin embargo, Dios le ha rescatado y restaurado. Piense de la muchedumbre de asombrosas providencias que Dios ha obrado en su vida. Piense en las pruebas que Dios ha convertido en bendiciones y las pruebas de las cuales le ha librado. Piense en todas las formas en que Dios le ha bendecido. Después de todas estas muestras de la gracia de Dios hacia usted, ¿Puede continuar permitiendo que los deseos pecaminosos endurezcan su corazón en contra de la gracia? Inquiete su conciencia con la ayuda de tales pensamientos y no se detenga hasta que su corazón sea afectado por su culpa. Hasta que esto suceda, usted nunca hará ningún esfuerzo vigoroso para mortificar el pecado. Hasta que esto sea hecho, no habrá ningún motivo poderoso que le impulse a ocuparse en la próxima regla.
Regla 4: Esfuércese para desarrollar un anhelo continuo por la liberación del poder de sus deseos pecaminosos Este anhelo por la liberación es en sí mismo una gracia que tiene poder para ayudarle a lograr lo que está anhelando. Por ejemplo, cuando el apóstol Pablo describe el arrepentimiento y la tristeza según Dios de los corintios, él usa la expresión «qué ardiente afecto (gran deseo)» (2 Coro 7: 11). Tenga por cierto que, a menos que usted anhele la liberación, usted nunca la obtendrá. Un fuerte deseo es la esencia de la oración verdadera. Un fuerte deseo enfocará su fe y su esperanza en la liberación de Dios. Siga clamando a Dios por esta gracia de un constante anhelo, hasta que reciba la liberación.
Regla 5: Aprenda a reconocer que algunos de sus deseos pecaminosos están arraigados en su propia naturaleza
La tendencia hacia ciertos pecados está arraigada en su naturaleza pecaminosa. Por ejemplo, algunas personas tienen mayor dificultad para controlar su temperamento, más que otras. Algunas personas tienen una tendencia natural a comer demasiado, a la flojera o algún otro comportamiento pecaminoso. Esto significa, que usted necesita saber la tendencia pecaminosa que están arraigadas en su propia naturaleza. Estas tendencias no deberían ser excusadas diciendo: «Así soy» o «Así es mi naturaleza». No, usted debe reconocer la culpa de tener estas tendencias pecaminosas y forzarse para vencerlas.
Un remedio que debería ser aplicado para contrarrestar tales tendencias pecaminosas, es el que el apóstol Pablo usó en 1 Cor.9: 2 7, «Más bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer». En otras palabras, usted pone los apetitos del cuerpo bajo control, con la ayuda de Dios, por medio de la oración y en ocasiones el ayuno. Esto no debería ser confundido con la frase «duro trato del cuerpo» que es condenado por el mismo apóstol en (01.2:23. No, esta es una humillación voluntaria de su alma, usando el medio divino del ayuno y la oración, dependiendo de la bendición del Espíritu de Dios, para debilitar los deseos pecaminosos que están arraigados En su naturaleza.
Regla 6: Vele y guarde su alma contra todas las cosas que usted conoce que estimularían sus deseos pecaminosos
Vea por favor mi libro sobre el tema de la tentación, donde ésta regla es tratada con detalle. Por el momento simplemente nos fijaremos en las palabras del Rey David, «me he guardado de mi maldad.» (SaI.18:23) David velaba todos los caminos y las maquinaciones de sus deseos pecaminosos, para prevenirlos y pelear en su contra. Usted debe hacer lo mismo. Esto significa que usted debería pensar acerca de las circunstancias que normalmente estimulan sus deseos pecaminosos y hacer todo lo posible para evitar tales situaciones. Por ejemplo, si usted sabe que con ciertas compañías sus deseos pecaminosos son estimulados, entonces, usted debe tratar de evitar esa compañía. Si el deber exige que usted tenga contacto con esas personas, debería ser muy cuidadoso.
Si usted sufre de una enfermedad, es muy sabio evitar cualquier cosa que pudiera empeorarle. Ahora, si usted tiene tanto cuidado de su salud física, cuánto más debería tenerlo para su salud espiritual. Recuerde, que aquel que se atreve a jugar con las oportunidades de pecar, también se atreverá a pecar. La manera de evitar el adulterio con una prostituta es: «Aleja de ella tu camino, y no te acerques a la puerta de su casa…» Prov.5:8)
Regla 7: Pelee con sus deseos pecaminosos tan pronto como comiencen
Si usted viera una chispa salir de la chimenea hacia la alfombra, usted la aplastaría inmediatamente. No le daría la oportunidad de prender la alfombra y quemar toda su casa. Trate con los deseos pecaminosos en la misma manera. Considere hasta cual punto un pensamiento impuro puede conducirle. Si este pensamiento no es refrenado, tarde o temprano, los hechos impuros le seguirán. Pregunte a la envidia hacia donde quiere ir. Asegúrese de que la envidia no refrenada, tarde o temprano, le conducirá al homicidio y la destrucción. Si usted no refrena el pecado desde el principio, es muy improbable que pueda frenarlo después. Si usted le da al pecado una pulgada de espacio, entonces le exigirá una milla. Es imposible fijarle límites al pecado. Es como el agua de un río, que una vez que se ha desbordado, tomará su propio curso. «El que comienza la discordia es como quien suelta las aguas; Deja, pues, la contienda, antes que se enrede.» (Proverbios 17: 14)
Extracto del libro: la mortificación del pecado, por John Owen