Un cristiano no puede darle en herencia la gracia de Dios a su hijo, ni unir a su esposa con su propia santidad; pero debe hacer todo lo posible para atraerlos al Padre. Dios mandó que toda la casa de Abraham se circuncidara para poder acercarse más al deseo de su corazón para ellos. La gracia transforma el amor por la familia en un canal espiritual que nos hace orar y trabajar para su eterno bien.
¿Qué es lo que ensalza el amor cristiano por encima del mundano? ¿Acaso los paganos no apartan una herencia para sus hijos? ¿No cuidan a sus empleados como los demás? Nuestro amor debe ir más allá. Agustín se quejaba cuando sus amigos encomiaban la diligencia de su padre al educarle: “Pero mi padre no me educó para Dios. Su proyecto era hacerme un orador elocuente, no un cristiano”.
Hermano, si Dios es todo para ti, ¿no debería conocerle también tu familia? Ahora convives con ellos en una casa; ¿no quieres estar unido a ellos en un Cielo por toda la eternidad? ¿Puedes pensar sin temblar en la pena que sentirías si los que aquí forman tu familia fueran separados de ti por la muerte, yendo algunos al Cielo y otros al Infierno?
Por la ley de Licurgo, el padre que dejara de educar a su hijo en su juventud perdía el derecho a la ayuda filial en su vejez. No ratifico la justicia de esta ley, pero sí diré que los que no enseñan a sus hijos la relación correcta con Dios pierden la reverencia y honor debidos de sus hijos.
Líbrate de las trampas
Algunas familias son rebeldes porque no hacen más que tentarse unos a otros, aumentando mutuamente la corrupción de año en año. ¿Cómo llamaremos a estos hogares, sino infiernos terrenales?
Satanás siempre está dispuesto a aprovechar las pasiones familiares para crear problemas, provocando la contaminación mutua hasta de los miembros piadosos. El temor de Abraham le puso lazo a Sara, que se dejó persuadir fácilmente a mentir por el marido que tanto amaba (cf. Gn. 12:13). El vehemente afecto de Rebeca por Jacob, junto con la reverencia de este hacia ella, lo cambió de un hombre llano en un sutil tramposo, para engañar a su padre y su hermano. Al principio el pecado era demasiado grande para aceptarlo: “Quizá me palpará mi padre, y me tenga por burlador, y traeré sobre mí maldición y no bendición” (Gn. 27:12). Pero la hábil presión de su madre hizo que este pecado abultado entrara hasta lo más íntimo de la vida de Jacob, aunque al principio le costase tanto pasarlo. Recuerda que eran santos que tropezaron y cayeron.
Cuidado no hagas tú pecar a tu familia. Sería trágico ver a tu hijo sufrir y sangrar por una herida infligida por tu mano. Pero hasta una aflicción así sería mejor que una infección de pecado y de culpa causada por ti.
Ahora te recuerdo que pongas el mismo cuidado en protegerte del posible contagio por tus familiares, que de contagiarlos a ellos. Amas mucho a tu esposa, y eso está bien. Pero no permitas que te haga más deseable la fruta de la tentación, cuando sus manos te la tiendan. Tienes en poco a ti mismo y a Dios si pecas por causa de ella. Aun si vosotras esposas os sometéis a vuestros maridos, obedecedles “en el Señor”: no pongáis el séptimo mandamiento antes que el primero. Obedece a Dios antes que a tu marido. Puede que tengas que cuestionar a tu alma para hacerlo: “¿Me es posible guardar el mandamiento de Dios obedeciendo los deseos de mi marido?”.
En un negocio se pagan primero las deudas vencidas más elevadas. ¿Estás más en deuda con Dios, o con tu marido? Ve hasta donde puedas con tus familiares en compañía de Dios, pero no más allá, porque no debes dejar atrás la santidad y la justicia. Ni familiares ni nadie podrá pagarte la pérdida de esos tesoros.
Recibe la enseñanza de familiares santificados
Un padre santificado, un cónyuge creyente, hasta una criada o un jardinero piadoso: el provecho de su santidad es como ungüento precioso que se percibe adonde vaya. Cristiano, si hay una persona santa en tu familia, aprende lo que puedas observando su comportamiento bajo la aflicción, su adoración y su aceptación de las misericordias de Dios, así como su conducta en la vida diaria.
Eliseo le pidió a la viuda que llevara todas las vasijas que encontrase o tomara algunas prestadas para echar en ellas el aceite que salía de la vasija de su casa. Los pobres en la gracia deben aprovechar el ungüento santo de la virtud que gotea de los labios y vidas de sus parientes santificados. Abre tu memoria, tu conciencia, tu corazón y tus sentimientos para recibir todas las expresiones de santidad que salen de ellos.
Guarda en tu memoria las enseñanzas, amonestaciones y consuelos sacados de la Palabra de Dios por estos cristianos; y que tu conciencia las aplique a tu alma hasta destilar afecto y enamorarte más de la santidad de Cristo. Es triste ver lo que hace el corazón malvado con las virtudes y dones de su familia, envidiando y calumniando a los cristianos. En lugar de sacar provecho de ellos, se vuelve peor. Cuando José relató su sueño profético a sus hermanos, los rescoldos de su envidia se prendieron y ardieron con crueldad desnaturalizada contra “ese soñador”. Fue lo único que hicieron con la profecía.
Cristiano, esto es entonces lo que puedes hacer con el hálito justo del Espíritu en los santos con quienes vives. Anota los pasajes de su vida santa como si fueran un libro excelente que te han prestado. Nuestros amigos y parientes nos han sido prestados por un tiempo, y tanto si aprendemos como si hacemos caso omiso de ellos, Dios los recogerá pronto.
Un ministro de Dios, el Rvdo. Bolton, reunió a sus hijos en torno a su lecho de muerte para darles una última palabra de sabiduría: “Hijos míos, no os reunáis conmigo en el gran día ante el tribunal de Cristo sin la gracia del Señor”. Podemos estar seguros de que Dios lleva cuentas exactas de todos los medios que nos da para la salvación, y las vidas de sus siervos no son los menores. Has visto que la Palabra menciona con particular exactitud el tiempo que vivieron sus fieles en la tierra. Seguramente una razón para ello es que está echando cuentas con los que vivieron con ellos: cada año, hasta cada día y hora que pasaron en compañía de los profetas: padres santificados, madres, hermanos, hermanas, etc.
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall