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“De que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo”—Hch. 10:45.

La pregunta que surge con relación a Pentecostés es la siguiente: Ya que el Espíritu Santo impartió la gracia salvadora a los hombres, tanto antes como después de Pentecostés, ¿cuál es la diferencia que causó la llegada del Espíritu Santo?

Un ejemplo puede explicar la diferencia. La lluvia desciende del cielo y el hombre la recoge para saciar su sed. Cuando los habitantes la recogen cada uno en su propia cisterna, llega a cada familia por separado; pero cuando, como en la vida de la ciudad moderna, todas las casas son suministradas a partir del embalse de la ciudad, por medio de matrices y tuberías de agua, ya no hay más necesidad de bombas y cisternas privadas. Supongamos que una ciudad, cuyos ciudadanos han estado bebiendo cada uno desde su propia cisterna por generaciones, propone la construcción de un embalse que abastecerá a todos los hogares. Cuando el trabajo se haya completado, el agua podrá fluir a través del sistema de matrices y tuberías hacia cada casa. Se podrá decir, entonces, que ese es el día en que el agua fue derramada en la ciudad. Hasta este momento, cayó sobre el techo de cada hombre: ahora, mana a través del sistema organizado hacia la casa de cada hombre.

Si se aplica esto al derramamiento del Espíritu Santo, la diferencia que existe entre el antes y el después de Pentecostés, se hará evidente. Las suaves lluvias del Espíritu Santo descendieron sobre el antiguo Israel en gotas de gracia salvadora; pero sólo de tal manera que cada uno recogía de la lluvia celestial para sí mismo, para saciar la sed de cada corazón de forma separada. Así continuó hasta la venida de Cristo. Entonces se produjo un cambio, pues Él recogió, en Su propia Persona, el torrente completo del Espíritu Santo para todos nosotros. Con Él, todos los santos están conectados por los canales de la fe. Y cuando, después de Su ascensión, esta conexión con Sus santos fue completada y Él había recibido el Espíritu Santo de Su Padre, entonces, el último impedimento fue removido, y el torrente completo del Espíritu Santo llegó rápidamente a través de los canales de conexión hacia el corazón de cada creyente.

Anteriormente: el aislamiento, cada hombre para sí mismo; ahora: la unión orgánica de todos los miembros bajo su única Cabeza: esta es la diferencia entre los días previos y los días posteriores a Pentecostés.

El hecho esencial de Pentecostés consistió en que, en ese día, el Espíritu Santo entró por primera vez en el cuerpo orgánico de la Iglesia, y las personas vinieron a beber, ya no cada una por sí mismo, sino todos juntos en unión orgánica. Respecto a la pregunta sobre dónde puede ser encontrado ese sistema de canales de conexión que nos une en un solo cuerpo bajo nuestra Cabeza, no podemos dar respuesta. Esto pertenece a las cosas invisibles y espirituales que escapan a nuestra capacidad de observación, de las cuales sólo podemos tener una representación a través de imágenes. Sin embargo, esto no altera el hecho de que la unión orgánica realmente exista. Para nosotros, la Palabra de Dios es su testigo innegable. La vida orgánica aparece en la naturaleza en dos formas: en la planta, y en el cuerpo del hombre y del animal. Estos son los mismos tipos que Cristo utiliza para ilustrar la unión espiritual entre Él y Su pueblo. Él dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos.” Y San Pablo habla de haber sido plantado con Cristo. Y con frecuencia utiliza la imagen del cuerpo y sus miembros.
Por lo tanto, no puede haber ninguna duda de que existe una unión espiritual entre Cristo y los creyentes, la que funciona por medio de una conexión orgánica que une la Cabeza y los miembros de una manera que resulta invisible e incomprensible para nosotros. Fue a través de esta unión orgánica que el Espíritu Santo fue derramado en Pentecostés, desde Cristo la Cabeza, hacia nosotros, los miembros de Su cuerpo.

Si fuera posible construir las obras hidráulicas de la ciudad en el aire, por encima de la ciudad, el ingeniero jefe podría decir con propiedad: “Cuando abra la llave del agua por primera vez, voy a bautizar a la ciudad con agua.” En sentido similar, se puede decir que Cristo ha bautizado a Su Iglesia con el Espíritu Santo. Pues la palabra de Juan el Bautista, “Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo,” es explicada por Cristo mismo como una referencia al día de Pentecostés (Hch. 1:4-5): “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días”; —una promesa que, sin duda, se refería al milagro de Pentecostés.

Esto concuerda con el hecho de que Jesús, durante Su ministerio, permitió a Sus discípulos continuar con el Bautismo de Juan. Y esto demuestra que, incluso antes de la crucifixión, Juan y Pedro, Felipe y Zaqueo, y muchos otros, recibieron la gracia salvadora del Espíritu Santo, cada uno por sí mismo; pero ninguno de ellos fue bautizado con el Espíritu Santo antes del día de Pentecostés.

Con referencia a los apóstoles, por tanto, debemos distinguir una triple impartición del Espíritu Santo:

En primer lugar, aquella de la gracia salvadora en la regeneración, y su consecuente iluminación: Mt. 16:17.

En segundo lugar, los dones oficiales capacitándolos para la actividad apostólica: Jn. 20:22.

En tercer lugar, el Bautismo con el Espíritu Santo—Hch 1:5 en relación con Hch. 2:1 y siguientes.

Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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