En BOLETÍN SEMANAL
Juzgados por Dios: Pasamos ahora a las razones que nuestro Señor da para no juzgar. También aquí no podemos sino sentir, al leerlos, que su alegato es irrefutable, su lógica ineludible. Al mismo tiempo, experimentaremos nuestra condición pecadora y veremos la fealdad del pecado.

​»No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano» (Mateo 7:1-5).

Hemos examinado ya el mandato de nuestro Señor, “No juzguéis” y lo que implica en la práctica. Ahora pasamos, en los versículos 1-5, a las razones que da para no juzgar. También aquí no podemos sino sentir, al leerlos, que su alegato es irrefutable, su lógica ineludible. Al mismo tiempo, experimentaremos nuestra condición pecadora y veremos la fealdad del pecado.

Veamos las razones que da. La primera es: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. No juzguéis, para que vosotros mismos no seáis juzgados. Se trata de una razón muy práctica y personal, pero ¿qué significa exactamente? Hay quienes quisieran hacernos creer que significa algo así. No hay que juzgar a otras personas si uno no quiere que lo juzguen a uno. No juzguemos a otras personas si no queremos que ellas, a su vez, nos juzguen. Afirman que lo que realmente significa es que, lo que uno hace a los otros, se lo harán ellos a uno, o, como dice la expresión, recibirá uno el pago con la propia moneda que pague. Dicen que equivale a esto, que la persona que siempre critica y censura a los demás, es una persona que casi siempre se atraerá críticas. Y claro que esto es verdadero y perfectamente justo. También es cierto que no hay personas más sensibles a la crítica que las que siempre están criticando a los demás. Les disgusta y se quejan cuando les sucede; pero no parecen recordarlo cuando lo hacen a otros. Debemos estar de acuerdo, pues, en que esta afirmación es cierta, que la persona que siempre critica es a su vez criticada, y que, en consecuencia, si se quiere evitar críticas, hay que ser menos crítico y censurador de los demás. Y, por otra parte, se puede decir con certeza que la persona que critica menos es más querida, y no se ve sometida a tantas críticas como las personas que critican mucho.

Pero sería completamente erróneo interpretar esta afirmación como si sólo significara esto. Si bien debemos aceptarlo en general, parece que nuestro Señor va mucho más allá. Decimos esto, no sólo basados en lo que contiene este capítulo, el cual, como hemos visto, tiene como fin enfrentarnos con el juicio de Dios, sino también debido a otras afirmaciones bíblicas paralelas a ésta, y que la explican y, por tanto, la refuerzan. Sin duda que significa esto: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” — por Dios—. Hay muchos cristianos evangélicos que de inmediato reaccionan en contra de una exposición tal en función de la gran enseñanza de la Biblia respecto a la justificación sólo por fe. Señalan que Juan 5:24 enseña que, si creemos en el Señor Jesucristo, hemos pasado por el juicio y del juicio a la vida. Agregan que el primer versículo de Romanos 8 dice, “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Esto significa sin duda, expresan, que por ser cristianos ya hemos sido sacados por completo del terreno del juicio. Basados en esa enseñanza arguyen que ya no hay juicio para el hombre que es verdaderamente cristiano.

Esta crítica requiere nuestra atención y respuesta, y queremos hacerlo así. Recordamos otra vez que las palabras que estamos examinando se dirigen a creyentes, no a incrédulos. Se dirigen a personas en quienes se cumplen las Bienaventuranzas, a aquellos que son hijos de Dios y nacidos de nuevo del Espíritu. Está bien claro, por tanto, que en cierto sentido esas personas siguen estando sometidas a juicio.

Pero, además de esto, debemos enfocar el problema también en función de la enseñanza de otros pasajes. Quizá la mejor forma de tratar esto es plantearlo así. En la Biblia se nos enseña que hay tres clases o tipos de juicio, y es el no aislar y distinguir estas tres clases lo que produce esta confusión. Debería de preocuparnos este tema por muchas razones. Una es que muchos de nosotros, que decimos ser cristianos evangélicos, no sólo somos culpables de volubilidad en estos asuntos, sino que carecemos también de lo que se solía llamar ‘temor de Dios’. Algunos de nosotros tenemos una ligereza, una desidia, una superficialidad, que me parece estar muy lejos de lo que debe ser el verdadero cristiano, pueblo religioso, como se ve que ha sido en la Biblia y en la Iglesia a lo largo de los siglos. En nuestro anhelo de crear la impresión de que somos felices, a menudo carecemos de reverencia y de lo que la Biblia quiere decir con ‘reverencia y temor religioso’. La idea toda del ‘temor del Señor’ y de la piedad se ha ido perdiendo de una forma u otra entre nosotros. Esto se debe en parte a este fracaso en caer en la cuenta de la enseñanza bíblica respecto al juicio. Deseamos tanto dejar bien sentada la doctrina de la justificación por fe sola, que con frecuencia, nos hacemos culpables de tener en menos las otras doctrinas bíblicas, que son igualmente parte de nuestra fe y, en consecuencia, igualmente verdaderas. Por ello es importante entender esta doctrina acerca del juicio.

Ante todo, hay un juicio que es definitivo y eterno, es el juicio que determina el estado del hombre y su posición frente a Dios. Este juicio decide la gran separación entre el cristiano y el no cristiano, entre las ovejas y las cabras, entre los que van a la gloria y los que van a la perdición. Este es una especie de primer juicio, como un juicio básico que establece la gran línea divisoria entre los que pertenecen a Dios y los que no le pertenecen. Esto se enseña claramente en muchos pasajes de la Biblia, desde el principio hasta el fin. Ese es el juicio que determina y fija el destino final del hombre, su condición eterna, si va a estar en el cielo o en el infierno.

Pero ese no es el único juicio que se enseña en la Biblia; hay un segundo juicio, el juicio al que estamos sometidos como hijos de Dios, y por ser hijos de Dios.

Para entender esto, deberíamos leer 1 Corintios 11, donde Pablo expone la doctrina respecto a la Santa Cena. Dice, “Cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí” (versículos 27-29). Luego —”Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen (lo cual significa ‘muchos han muerto’). Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (versículos 30-32).

Esta afirmación es muy importante y significativa. Indica claramente que Dios juzga a sus hijos de esta forma, que si somos culpables de pecado, o de vivir mal, es probable que Él nos castigue. El castigo, dice Pablo, puede tomar la forma de enfermedad. Hay quienes están enfermos por su mal vivir. No quiere decir necesariamente que Dios les ha enviado la enfermedad, pero probablemente significa que Dios retira su protección de ellos y permite que el demonio los ataque con la enfermedad. La misma clase de afirmación la tenemos en la misma Carta cuando habla de entregar un hombre a Satanás para que esté lo corrija de esa forma (capítulo 5). Es una doctrina sumamente grave e importante. En realidad, Pablo va más allá y dice que algunos de esos corintios habían muerto debido a su mala vida, el juicio que había caído sobre ellos de esa forma. Habla del juicio de Dios, y por consiguiente lo podemos interpretar así, que Dios permite a Satanás, el cual controla el poder de la muerte, llevarse a estas personas debido a su negativa a juzgarse a sí mismos y a arrepentirse y a volver a Dios. La exhortación que hace, por consiguiente, es que debemos examinarnos a nosotros mismos, debemos juzgarnos a nosotros mismos y condenar lo malo que hay en nosotros mismos a fin de que podamos eludir ese otro juicio. Se equivoca, pues, el cristiano que pasa superficialmente por la vida diciendo que cree en el Señor Jesucristo y que, por tanto, nada tiene que ver con el juicio, que todo va bien. En absoluto; debemos andar con cautela y circunspección, debemos examinarnos y hurgar en nuestra conciencia para que esta clase de juicio no venga sobre nosotros.

Todo esto se confirma en Hebreos 12, donde la doctrina se plantea de esta forma: “El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo”. El argumento en este caso tiene como fin confortar y alentar a los cristianos hebreos que se hallaban en tiempos difíciles. Dice así: debemos tener cuidado de ver las pruebas a la luz adecuada. En cierto sentido el hombre debería tener más temor si nada le va mal en la vida en este mundo, que si las cosas le van mal, porque ‘el Señor al que ama disciplina’. Conduce a sus hijos a la perfección, y en consecuencia los disciplina en este mundo. Juzga sus pecados y sus imperfecciones en este mundo para prepararlos para la gloria. Los que no son tan santos son ‘bastardas’ y les deja que prosperen. Se encuentra lo mismo en el salmo 73, en que encontramos al salmista muy perplejo ante este hecho. Dice: “No entiendo los caminos de Dios. Vean todas esas personas impías y malas. Los ojos se les saltan de gordura; no tienen congojas por su muerte; siempre parecen prosperar. Verdaderamente en vano he lavado mis manos”. Pero llegó a comprender que esta forma de pensar estaba equivocada, porque estaba viendo la vida de los impíos sólo en este mundo. Quizá disfruten en esta vida; pero es todo lo que obtienen, y de repente el juicio descenderá sobre ellos, y será definitivo y eterno. Dios juzga a su pueblo en este mundo a fin de ahorrarles eso. “Si nos examinamos a nosotros mismos,” dice Pablo, “no seremos condenados con el mundo”. Ésta, pues, es la segunda forma de ver el juicio, y es una perspectiva muy importante. Estamos siempre bajo la mirada de Dios, y Dios vigila nuestra vida y juzga nuestros pecados, todo para beneficio nuestro.

Pero debemos examinar la tercera clase de juicio que se enseña en la Biblia, el juicio que a menudo se denomina ‘juicio de recompensa’. No importa que este nombre sea adecuado o no, pero hay un juicio para el pueblo de Dios después de la muerte; se enseña bien claramente en la Biblia. Lo encontramos en Romanos 14 donde Pablo dice, “Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo”. No juzguemos a los demás acerca de estos asuntos de observar ciertos días, de comer ciertos manjares, y así sucesivamente, dice el apóstol, porque todo hombre deberá enfrentarse con su propio juicio, y es responsable delante de Dios — “porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo”. Tenemos lo mismo en las cartas a los Corintios. Está el pasaje en 1 Corintios 3 donde dice: “La obra de cada uno se hará manifiesta” y “el día la declarará”. Todo lo que el hombre ha edificado sobre el fundamento —oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca— será juzgado por fuego. Parte de ello quedará completamente destruido, la madera, el heno, la hojarasca, etc., pero el hombre mismo se salvará, “aunque así como por fuego”. Todo esto indica juicio, juicio de nuestras obras desde que llegamos a ser cristianos, y, sobre todo en este pasaje, desde luego, de la predicación del evangelio y la obra de los ministros en la iglesia.

Luego, en 2ª de Corintios 5, el juicio se presenta claramente no sólo para los ministros sino para todos —”Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”. “Conociendo, pues” dice Pablo, “el temor del Señor, persuadimos a los hombres”. No se dirige a no creyentes; se dirige a creyentes cristianos. Los creyentes cristianos tendrán que presentarse delante del tribunal de Cristo, y ahí serán juzgados de acuerdo a lo que han hecho en el cuerpo, sea bueno o sea malo. No será así para decidir nuestro destino eterno; no es un juicio que decida si iremos al cielo o al infierno. No, ya hemos pasado por eso. Es un juicio que va a afectar nuestro destino eterno, pero no mediante la decisión de si será en el cielo o en el infierno, sino decidiendo lo que nos sucederá en el reino de la gloria. No se nos dan más detalles acerca de esto en la Biblia, pero se enseña clara y específicamente que hay un juicio de los creyentes.

Se encuentra también en Calatas 6:5 “Porque cada uno llevará su propia carga”. Esto alude al mismo juicio, “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Pero también “Cada uno llevará su propia carga”; cada uno de nosotros es responsable de su propia vida, por su propia conducta. Tampoco esto, y permítanme enfatizarlo otra vez, decide nuestro destino eterno, pero va a constituir una diferencia, es un juicio de nuestra vida desde que llegamos a ser cristianos. Luego está esa afirmación conmovedora de 2 Timoteo 1:16-18, donde, al referirse a Onesíforo, Pablo da gracias a Dios por este hombre que había sido tan bondadoso con él cuando estuvo en prisión. Esto es lo que pide para él: “Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día”; en aquel día en que se va a juzgar, que el Señor tenga misericordia de él. Y en Apocalipsis 14:13 encontramos la afirmación respecto a todos los que mueren en el Señor: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor…; sus obras con ellos siguen”. Nuestras obras nos siguen.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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