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Desde nuestra perspectiva humana limitada, nos preguntamos por qué Dios permite que esa criatura apóstata ostente tal principado en el mundo. ¿Por qué tolera que este rebelde se exhiba con pompa y arrogancia ante hombres y ángeles? Hay varias razones para considerar.

Primero, para castigar el pecado. Dejar que Satanás chasquee el látigo sobre el hombre es una forma de castigar la rebelión:  “Por cuanto no serviste con gozo a Jehová tu Dios con alegría y con gozo de corazón […], servirás a tus enemigos […] con hambre” (Dt. 28:47-48).

Satanás es un capataz de la ira de Dios. El diablo es esclavo de Dios, y el hombre lo es de Satanás. El pecado encadena a la criatura humana a Satanás, quien ahora la atosiga sin misericordia.

Una segunda razón de por que Dios permite a Satanás alardear de su poder es para demostrar que el poder de Dios es más grande. Nadie dudará de la omnipotencia de Dios cuando le vean arrojar al poderoso dragón desde la tierra al Infierno como si fuera un mosquito. Igual que el hombre solo no puede con el diablo, el diablo con todos sus secuaces no puede con Dios. ¡Qué nombre más glorioso se habrá hecho Dios para sí cuando haya terminado esta guerra!

El haber creado los cielos y la tierra le otorgó a Dios el nombre de Creador. Su providencia le da el nombre de Preservador. Pero su triunfo sobre Satanás le confiere un nombre sobre todos los demás: el de Salvador. Como Salvador, Él protege al hombre redimido de la destrucción y forma una nueva criatura dentro de él: un hijo de la gracia. Entonces acoge a este pequeño en su seno y lo aleja de toda la confusión de Satanás, hasta llegar por fin al Cielo.

No hay mayor prueba de la misericordia de Dios que su plan de redención. Todas las demás obras divinas fluyen majestuosas como ríos hacia este gran mar poderoso, en cuya orilla los santos se regocijarán. Ten esto por seguro: De no haber sido primeramente prisioneros de Satanás, no comprenderíamos ni apreciaríamos la liberación final.

Finalmente, Dios permite el reino temporal de Satanás para aumentar el gozo eterno del cristiano. ¿Parece una paradoja? Piensa en tu vida, y verás que a menudo las ocasiones de mayor gozo surgen de las cenizas del sufrimiento. La Palabra da tres imágenes del gozo: el de la madre primeriza, el del agricultor próspero, y el del soldado victorioso. La exaltación de los tres se cosecha en tierra dura. A la mujer le cuesta gran dolor, al agricultor meses de duro trabajo, y al soldado graves peligros el obtener el premio. Pero al final se les paga con creces. Y un atributo peculiar de la tristeza es que su recuerdo a menudo endulza el gozo presente.

He aquí el corolario espiritual: Si Cristo hubiera venido y entrado en afinidad con nuestra naturaleza pacíficamente, para luego volver al Cielo con su esposa inmaculada, sin duda compartiríamos el gozo de la boda. Pero la forma en que Él decidió llevar a sus redimidos al Cielo adornará el gozo y la adoración; porque tendremos el recuerdo de los dolores agudos que le causaron el pecado y Satanás, para compararlos con el gozo inconmensurable de ser su esposa. El canto nupcial se une a la marcha victoriosa de un conquistador que ha rescatado a su amada de las manos de su raptor cuando este la llevaba a las cámaras del Infierno.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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