La causa principal de la confusión existente dentro de la iglesia cristiana de nuestros días es la ausencia de una autoridad válida. Ha habido intentos de proveer esta autoridad mediante la realización de pronunciamientos por parte de concilios eclesiásticos, encuentros existenciales con una «palabra» de Dios intangible y por otros medios. Pero ninguno de estos enfoques puede afirmar que ha tenido mucho éxito. ¿Qué es lo que está mal? ¿Cuál es la fuente de la autoridad cristiana?
La respuesta protestante clásica a esta pregunta es la Palabra de Dios revelada, la Biblia. La Biblia tiene autoridad porque no son solamente las palabras de unos simples humanos, aunque humanos fueron los canales a través de los que nos llegó, sino que es el resultado de la «exhalación» de Dios. Es su producto. Pero existe otro nivel de donde puede surgir la cuestión de la autoridad. Este tiene que ver con la forma en que nos convencemos de la autoridad de la Biblia. ¿Qué es lo que tiene la Biblia o el estudio de la Biblia que debería convencemos de que se trata en realidad de la Palabra de Dios?
El aspecto humano de esta cuestión de la autoridad nos lleva un poco más a fondo en lo que queremos expresar cuando decimos que la Biblia es la Palabra de Dios; porque el significado cabal de dicha afirmación no es sólo que Dios ha hablado al darnos la Biblia, sino que también continúa hablando a través de ella a cada individuo. En otras palabras, cuando como personas estudiamos la Biblia, Dios nos habla en medio de nuestro estudio y las verdades que allí encontramos nos transforman. Se da un encuentro directo entre el creyente individual y Dios. Es a lo que Lutero se refería cuando declaró en la Dieta de Worms: «Mi conciencia ha sido cautivada por la Palabra de Dios». Es a lo que Calvino se refería cuando declaró que «la Escritura se auto-autentifica”.
Sólo la experiencia directa convencerá a alguien que las palabras de la Biblia son auténticas y que son las únicas palabras de Dios que tienen autoridad. Como dijo Calvino: «El mismo Espíritu, entonces, que habló por boca de los profetas debe introducirse en nuestros corazones para persuadirnos de que ellos proclamaron con fidelidad lo que se les había encomendado».
La Biblia es algo más que un cuerpo de verdades reveladas, una colección de libros verbalmente inspirados por Dios. Se trata también de la voz viviente de Dios. El Dios vivo nos habla en sus páginas. Por lo tanto, no debe ser valorada como un objeto sagrado para ser colocado en una repisa y olvidado, sino como un lugar santo, donde los corazones y las mentes de las personas puedan entrar en un contacto vital con el Dios vivo, lleno de gracia y perturbador. Para poder tener una perspectiva adecuada de las Escrituras y una comprensión válida de la Revelación deben conjugarse constantemente tres factores: una Palabra infalible y con autoridad, la obra del Espíritu Santo interpretando y aplicando esa Palabra, y un corazón humano receptivo. El conocimiento verdadero de Dios no podrá tener lugar si no se dan estos tres elementos.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice