No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:21-23).
Pasemos ahora a otro peligro. Lo que queremos decir respecto a esto corre mucho riesgo de ser malentendido, por lo que debemos tener cuidado. He llegado a la conclusión, como resultado de una atenta observación, que una de las señales más peligrosas respecto a este asunto del autoengaño es un interés excesivo por la enseñanza profética. La Biblia contiene mucha enseñanza profética. Y es responsabilidad nuestra familiarizarnos con ella; pero nada puede ser tan peligroso como un interés indebido por la enseñanza profética, sobre todo en un tiempo como éste, con el mundo en la situación en que se encuentra. Poco a poco este interés parece absorber y dominar a ciertas personas, quienes piensan y hablan y predican sólo de profecía.
No creo que haya otra cosa más peligrosa para la condición espiritual del alma que absorberse excesivamente en la enseñanza profética. Se puede, tan fácilmente, dedicar todo el tiempo a pensar acerca de Rusia y Egipto e Israel y otros países, y en elaborar fechas y épocas en función de Ezequiel 37, 38, Daniel 7-12, y otros pasajes profeticos, que te puedes pasar toda la vida en ello. Entre tanto, te olvidas de tus propias necesidades y de las de otras personas, en un sentido espiritual. Está uno tan interesado por los “tiempos y las sazones” que se olvida de su propia alma. Claro que la enseñanza profética es parte vital del mensaje bíblico, y debemos tener un interés vivo por ella; pero debemos reconocer el terrible peligro de que ese interés por los acontecimientos mundiales futuros nos haga olvidar que tenemos que vivir una vida aquí y ahora, y que en cualquier momento podemos morir y tener que presentarnos delante de Dios para ser juzgados. El peligro principal radica siempre en perder el sentido de equilibrio y proporción.
Hay otro grupo de peligros en relación con la Biblia misma. Todos los cristianos deben creer en la importancia de leer la Biblia y de estudiarla con diligencia y regularidad. Y sin embargo, incluso la Biblia, a no ser que seamos muy cuidadosos, puede convertirse en peligro y trampa para nuestra vida espiritual. Voy a ilustrar lo que quiero decir. Si uno ve que se acerca a la Biblia de una forma intelectual y no espiritual, ya está en el camino equivocado. Abrir la Biblia de una forma puramente intelectual, tomarla como libro de texto, dividir sus capítulos exactamente como si uno analizara una obra de Shakespeare, es un empeño muy interesante. De hecho, nada puede ser tan interesante para cierto tipo de personas. Sin embargo, si uno comienza a estudiarla sólo intelectualmente y no espiritualmente, puede convertirse en la causa de condenación. La Biblia es el Libro de Dios y es el Libro de la Vida. Es un libro que nos comunica una Palabra de Dios. En consecuencia, si descubres que tomas la Biblia como libro de estudio y no como libro de inspiración, es urgente que empieces a examinarte a tí mismo. Si es un libro que manejas como un maestro, es probable que se esté apoderando de ti el demonio, quien como ‘ángel de luz’ utiliza la misma Palabra de Dios para privarte de ciertas bendiciones espirituales para el alma.
Hay que tener cuidado para no convertirse en estudiante de la Biblia en un sentido equivocado. Yo, personalmente, siempre me he mostrado en contra, por todas estas razones, a los exámenes acerca del conocimiento bíblico. En cuanto uno toma a la Biblia como ‘tema’, comienza el problema. Nunca hay que tomar la Biblia de forma teórica; la Biblia siempre debe predicarnos, y nunca debemos permitir acércanos a ella de ninguna otra forma sino ésta. No hay nada más peligroso que el enfoque del experto o del predicador hacia la Biblia. Esto es así en el caso del predicador porque su mayor tentación es considerar la Biblia sólo como una colección de textos acerca de los cuales predicar. Por ello tiende a ir a la Biblia simplemente para buscar textos y no para alimentar el alma. En cuanto alguien hace esto, se encuentra en peligro.
Lo que es cierto en cuanto a la lectura de la Biblia es igualmente cierto acerca del escuchar la predicación de la Biblia. Algunas personas simplemente buscan ‘puntos en los sermones’, y al final hacen comentarios acerca de esto o aquello. Tengamos cuidado de no considerarnos como expertos. Busquemos siempre entrar bajo el poder de esta Palabra, ya sea que la leamos o la escuchemos. Cuando alguien se me acerca al final de un servicio y me habla acerca de la predicación como tal, y como experto, siento que en lo que me atañe, he fracasado completamente. El efecto de la predicación genuina debería ser hacernos temer y temblar; debería hacer examinarnos a nosotros mismos y pensar más acerca del Señor Jesucristo.
Hay que tener cuidado en interesarse sólo por la simple letra de la Palabra. Y esto puede suceder muy fácilmente. Hay que tener cuidado en no estar excesivamente interesados por la mecánica pasando de texto a texto, estableciendo comparaciones etc. Claro que hay que interesarse por todo lo que está en la Biblia, pero la mecánica no debe dominarnos. Está bien interesarse por las cifras, por los números bíblicos, por ejemplo; pero se puede dedicar muy fácilmente toda la vida a resolver tales problemas, y con ellos olvidar los verdaderos intereses del alma. Sobre todo, hay que tener cuidado de un interés demasiado grande por las varias traducciones de la Biblia. Recuerdo a un hombre, muy inteligente, que se convirtió por medio del evangelio de Jesucristo. Era maravilloso ver el cambio en él y observar su desarrollo. Luego, cierta enseñanza empezó a influir en él, y la primera prueba que tuve de que esa enseñanza había influido en él fue que, cuando me escribió, comenzó a poner como posdata, referencias a ciertos pasajes de la Biblia. Pero no se limitó a mencionarlos, como había hecho en otras ocasiones; esta vez escribió Mateo 7:21 (Reina Valera). La vez siguiente algún otro, Revisada o Popular. El pobre hombre se interesó cada vez más por las diversas traducciones y por la mecánica Recuerdo a otra persona de esta clase que una vez vino a mí al final de un servicio que había resultado muy espiritual y conmovedor. Uno de los oradores, al subrayar un punto, había leído un pasaje, pero de una traducción que no era la versión más aceptada. La única observación de este hombre acerca de la reunión fue preguntar: “¿Qué traducción fue esa?” La traducción concreta no tenía nada que ver con el mensaje. El pasaje estaba igualmente claro en todas las traducciones. Las traducciones, como tales, pueden ser valiosas para darnos una mayor comprensión de una escena en particular.
Nuestro Señor ha completado su Sermón del Monte, ha dado ya su enseñanza detallada, ha establecido todos sus grandes principios vitales y ahora está aplicando la verdad.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones