Los hombres que leían y conocían su Biblia y vivían de acuerdo a sus enseñanzas, no estaban preocupados y perplejos por el problema de la guerra en su relación con Dios. No sentían que atacaba las mismas raíces y fundamentos de su fe. ¿Por qué? Porque veían claramente que la Biblia jamás promete que no habrá guerra,.. En verdad, observaron que su enseñanza parecía ser exactamente lo opuesto. Vieron como nuestro Señor mismo profetizó que hasta el fin del mundo, y especialmente a medida que se acerca la consumación final, habrían «guerras y rumores de guerras». Sus precisas palabras fueron:
«Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares» (Mt. 24:6-7).. Recordaban también las oscuras y misteriosas profecías del libro de Apocalipsis que señalan en la misma dirección. También pensaron en esas palabras de San Pablo, en el sentido de que los hombres malos irían «de mal en peor» (2 Ti. 3:13), y que «el misterio de iniquidad» (2 Ts. 2:7), que ya estaba obrando más tarde sería liberado y actuaría sin restricción.
La idea de que el mundo. en parte como resultado de la predicación del evangelio y de acuerdo con el plan general y deseo de Dios. gradualmente se volvería en un lugar cada vez mejor es totalmente falsa y contraria a la enseñanza de la Biblia. Sin embargo, esa ha sido la enseñanza popular durante muchos años que ha impregnado no sólo la mente de la gran mayoría fuera de la Iglesia, sino también a la mayoría de los que están dentro de la Iglesia. Se nos ha dicho incansable y reiteradamente que, a medida que los hombres comprendan el propósito de Dios que se les ofrece y enseña por tantos medios educativos y culturales, pronto llegaría el tiempo cuando las guerras dejarían de ser y todos viviríamos en un estado de paz, abundancia y gozo universal. En verdad, se ha argumentado que si el hombre con su inteligencia y cultura puede llegar a ver la insensatez y el horror de la guerra, y hacer todo lo que está a su alcance para prevenirla, con mayor razón Dios debe restringir y prevenirla. Si nosotros estamos haciendo todo este esfuerzo para producir un mundo perfecto, libre de guerra, por cierto que Dios lo debe estar haciendo en una medida mucho mayor.
Así se presentaba el argumento y su aceptación ha sido muy amplia. Algunos lo han creído activamente; otros, inconscientemente y sin pensar verdaderamente acerca de ello, ni probarlo, se dejaron llevar por él. El dogma era que Dios estaba trabajando con todo su poder para prevenir la guerra. Era parte integral del enfoque que se tenía de Dios. La respuesta, como ya hemos visto, es que es una idea puramente imaginaria. Dios no nos ha prometido tal mundo. En realidad nos ha enseñado que debemos esperar que el mundo llegue al estado en que estamos viviendo en la actualidad. Las palabras de nuestro Señor fueron: «Mirad que no os turbéis» (Mt. 24:6).
Estando prevenidos, debíamos estar armados en la esfera de nuestras mentes y espíritus. Si tomamos la Biblia y sus testimonios como la suprema revelación de Dios, el hecho de la guerra no debiera preocupamos
en el sentido de sacudir nuestra fe en Dios. El punto de vista de la Biblia acerca del mundo es totalmente pesimista. Nada hay más importante que estudiar la Biblia misma y descubrir lo que Dios se propone hacer para
este mundo, y lo que Dios ha prometido, en lugar de proyectar nuestras propias esperanzas y deseos sobre los planes de Dios, y luego sorprendemos, desilusionamos, y entristecemos cuando descubrimos que no se están llevando a cabo. De modo que nuestra primera respuesta a la pregunta: «¿Por qué permite Dios la guerra?» es en forma de otra pregunta: «¿Ha prometido Dios alguna vez prevenir o prohibir la guerra?»
2. Nuestra segunda respuesta también puede formularse como pregunta: «¿Por qué esperamos que Dios prohíba la guerra?» o bien: «¿Por qué debiera Dios prevenir la guerra?» Aparte de la razón teórica de que Dios debe prevenir la guerra porque es pecaminosa y que trataremos en la próxima sección, no cabe duda de que la verdadera razón por qué la gente espera que Dios prevenga la guerra es porque desean un estado de paz, y sienten que tienen derecho a vivir en tal estado. Pero esto inmediatamente da pie a otra pregunta, que en cierto sentido, es la fundamental con respecto a este tema: «¿Qué derecho tenemos a la paz?» «¿Por qué deseamos la paz?» ¿Cuántas veces, hemos enfrentado esta pregunta? ¿No ha sido la tendencia dar por sentado que tenemos derecho a un estado y condición de paz? ¿Nos detenemos a pensar cuál es el real valor, el propósito y la función de la paz? Por cierto que esta pregunta debió captar nuestra atención especialmente en el período cuando, habiendo apenas evitado la declaración de la guerra, constantemente nos enfrentábamos con la posibilidad de que eso ocurriera.
Hay por lo menos dos pasajes en las Escrituras que demuestran claramente por qué debemos desear la paz.
La primera está en Hechos 9:31: «Entonces las iglesias tenía paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo». Esta es la descripción de lo que ocurrió en las iglesias después de un terrible periodo de persecución y disturbios. Debemos desear la paz para que ocurra entre nosotros también lo que se describe allí. El otro pasaje está en 1 Tim. 1: 1-2: «Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad». Tenemos nuevamente aquí el mismo énfasis. No es suficiente que sólo deseemos la paz para evitar el horror y el sufrimiento de la guerra y todas las penurias y desórdenes, e interferencias en la vida diaria que son consecuencia de la misma.
Nuestro verdadero deseo por paz debe basarse sobre otro motivo: el de tener la mayor oportunidad de vivir una vida pía y santa y tener el máximo de tiempo para edificamos en la fe. El deber principal del hombre en esta vida es servir y glorificar a Dios. Es por esto que el regalo de vida le ha sido dado. Es por esto que estábamos aquí en la tierra; todas las otras razones
deben estar subordinadas a esta: todos los dones y los placeres que Dios nos da libremente. Esta es la principal meta de la vida del hombre; en consecuencia debe desear la paz porque le permite cumplir su misión en la vida con más libertad y más completamente que en un estado de guerra. ¿Pero es esta la razón por la cual deseamos la paz? ¿Ha sido esta la razón durante este último período? ¿Ha sido este el verdadero motivo en nuestras oraciones por la paz? No debo juzgar pero los hechos saltan a la vista. Con demasiada frecuencia, creo, el motivo ha sido puramente egoísta: evitar las consecuencias de la guerra. En verdad, a menudo ni han deseado la paz sólo para evitar alterar la vida que estaban viviendo y gozando tanto. ¿Qué clase de vida era? En pocas palabras, era casi lo opuesto de lo que se describe en los dos pasajes que hemos citado.
Desde la última guerra, disfrutando de la paz, hombres y mujeres en número cada vez mayores han abandonado a Dios y a la religión y se han dedicado a una vida esencialmente materialista y pecaminosa Pensando que la Primera Guerra Mundial era «la guerra que terminaría con toda guerra», con un falso sentido de seguridad, protegidos por planes de seguro y varias otras provisiones para resguardarse contra los posibles peligros que todavía existen, los hombres y las mujeres de este país y de muchos otros se entregaron a una vida de placer. acompañada por la indolencia mental y espiritual. Esto fue evidente no sólo en la declinación de la religión sino más marcadamente aún en la terrible decadencia moral que, finalmente, lleva a decadencia política y social. Era una vida puramente egoísta y camal, con todo el relajamiento que tal vida siempre produce.
Llevó a la decadencia con que contaban los gobernantes impíos que la provocaron y sobre la cual basaron sus cálculos. Confiaron en que no pelearíamos, no por estar en un nivel espiritual más elevado sino más bien por haber perdido nuestro vigor y que no permitiríamos que nada interfiera en nuestra vida indolente.
Luego, vino la crisis (de Septiembre de 1933). Hombres y mujeres acudieron a lugares de culto y oraron por la paz. Pero, ¿era porque habían decidido utilizar la paz para el único propósito verdadero, es decir, «para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad’,? ¿Era para poder andar «en el temor del Señor» y fortalecidos «por el Espíritu Santo»? Los hechos hablan de por sí. Pregunto, entonces: ¿Teníamos derecho a la paz? ¿Merecíamos la paz? ¿Era justo que pidiéramos a Dios que nos conceda la paz y la preserve? ¿Qué si vino la guerra porque no merecíamos la paz, porque por nuestra desobediencia, impiedad y pecaminosidad habíamos abusado totalmente de las bendiciones de la paz? ¿Tenemos derecho de esperar que Dios preserve un estado de paz sólo para que hombres y mujeres continúen en una vida que es un insulto a su Santo Nombre?
Extracto del libro: “¿Por qué lo permite Dios?” del Dr. Martyn Lloyd-Jones