​   El propósito del lenguaje teológico técnico es alcanzar una precisión de significado así como también salvaguardar a la grey de las astutas y sutiles distorsiones doctrinales. Se ha dicho que es imposible para cualquiera escribir un credo o confesión de fe lo suficientemente hermética como para impedir que los inescrupulosos puedan redefinir los términos con el fin de hacer lo que se les antoje.

​       Una táctica favorita de los herejes es entrar en la consideración de sutilezas teológicas a partir de las palabras. En cuanto a este problema referido a la confesión de la iglesia sobre la Trinidad, Calvino escribe:

    Tal novedad de palabras -si así se puede llamar- hay que usarla principalmente cuando conviene mantener la verdad contra aquellos que la calumnian y que, tergiversándola, vuelven lo de dentro afuera, lo cual al presente vemos más de lo que quisiéramos, resultándonos difícil convencer a los enemigos de la verdad, porque con su sabiduría carnal se deslizan como sierpes y reptiles de las manos, si no son apretados fuertemente. De esta manera los Padres antiguos, preocupados por los ataques de las falsas doctrinas, se vieron obligados a explicar con gran sencillez y familiaridad lo que sentían, a fin de no dejar resquicio alguno por donde los impíos pudieran escapar, a los cuales cualquier oscuridad de palabras les sirve de escondrijo donde ocultar sus errores. (I/XIII/4)

    Aquí llegamos al corazón del asunto en lo histórico. Fue la crisis arriana del siglo IV  lo que demostró tan claramente la necesidad de formular con precisión la doctrina de la Trinidad. La principal “serpiente escurridiza” de la controversia fue un sacerdote llamado Arrio.  Este hombre confesaba que Cristo era “Dios” y el “Hijo de Dios”. Sin embargo, bajo un escrutinio minucioso se observó que Arrio había redefinido la palabra Dios en forma tal que llegó a ser un término prácticamente vacío. La palabra Dios en el vocabulario de Arrio era ambigua. Arrio insistía en que, pese a que Jesús era “Dios” gracias a un proceso de adopción divina, era, no obstante, un ser creado (Si Dios deja de significar Deidad eterna, entonces Dios pasa a ser una palabra vacía). Una profesión de fe compuesta por Arrio afirmaba esto claramente:

    Reconocemos un solo Dios, quien es el único no engendrado, el único eterno, y el único sin principio.

    La profesión continúa esto con una larga lista de “únicos”, todos los cuales enfatizan el enfoque de Arrio en cuanto a que el Hijo, o Verbo, está subordinado al Padre, el cual solo es el Dios único. Dios deseaba crear el mundo, y engendró al Hijo con este propósito. El Hijo es verdaderamente exaltado, pero aún es, como los seguidores de Arrio jamás se cansaron de señalar, una ktisis, una criatura. Sin embargo, dado que Arrio continuaba afirmando que “el Hijo es Dios”, los creyentes serios fueron confundidos. De manera que los ortodoxos buscaron un término preciso que indicara -sin ambigüedad- que el Hijo era divino y por lo tanto coeterno con el Padre y de la misma sustancia que el Padre.

    El término teológico con el cual Arrio se atragantó fue una expresión extraída del lenguaje de la filosofía griega. Se trataba del término homoousios. Nunca un solo término teológico ha engendrado tanta controversia como homoousios (La actual controversia con respecto a la palabra inerrancia en relación con la Biblia podría demostrar ser tan dramática como las primeras batallas en torno a homoousios).

    El término homoousios significa “misma sustancia” o “misma esencia”. Arrio estaba dispuesto a decir que Jesús era Dios. Sin embargo, no estaba dispuesto a decir que Jesús era de la misma esencia (homo significa “misma”, ousios significa “sustancia”) que el Padre.  El término homoousios fue la horquilla teológica mediante la cual se clavó al suelo el escurridizo cuello de Arrio.

    No obstante, Arrio estaba dispuesto a usar el término homoiousios en lugar de homoousios. Nótese la i que va detrás de homo. En este punto, la controversia empieza a dirigirse no solamente a una palabra, sino a una sola letra. La sutil pero crucial diferencia entre el término griego homoi y homo es la diferencia que hay entre las palabras semejante (o similar) e igual. Homoiousios significa “esencia semejante o similar”, mientras homoousios significa “misma esencia”.

    Arrio apeló a un veredicto anterior de la historia de la iglesia en que Sabelio, otro hereje, fue condenado por usar el término homoousios. Sabelio y sus seguidores habían sido condenados por decir que Jesús era de la misma esencia (homoousios) que el Padre, de modo que la iglesia había insistido en el término homoiousios.

    La trama se complica. Todo este debate puede llegar a ser muy desconcertante cuando vemos que la iglesia dio una media vuelta con respecto a los términos que permitía y los que condenaba.

    La razón por la cual Sabelio había sido condenado por usar homoousios era que él quería decir algo completamente diferente a lo que la iglesia del siglo cuarto pretendía decir a través de ello. La enseñanza de Sabelio estaba cargada de conceptos gnósticos. El gnosticismo fue una de las herejías más tempranamente surgidas y a la vez una de las más virulentas que la iglesia cristiana primitiva se vio forzada a combatir. Una de sus doctrinas principales consistía en un enfoque modalista de Dios.

    En el modalismo gnóstico, el universo no era visto como una creación hecha por Dios al exterior de sí mismo. En lugar de eso, la creación y todas las cosas que hay en ella eran vistas como una especie de extensión del propio ser de Dios. Toda la realidad creada sería una especie de emanación que fluye del centro del ser de Dios. Mientras más lejos del centro fluyen las emanaciones, menos perfecta llega a ser la realidad. El espíritu y la mente están más cerca del centro, la materia viviente está más lejos, y la materia inerte (cosas inorgánicas tales como los minerales) es la más lejana al centro. Sin embargo, todo lo que es viene a ser un modo del ser de Dios y participa de su esencia.

    Sabelio decía que el Hijo era homoousios con Dios pero no era Dios. Se trataba de una emanación muy cercana proveniente de Dios, pero aun así distante del centro de la esencia Divina. Su analogía era esta: Jesús era al Padre lo que los rayos del sol son al sol. Los rayos del sol son de la misma esencia que el sol. Son irradiados por el sol, pero no son el sol mismo.

    El concepto de homoousios que sostenía Sabelio fue, de esta manera, condenado, y la iglesia usó el término homoiousios en su lugar. La razón tras la elección de esta palabra es clara. Sabelio usó homoousios para enseñar una disimilitud entre Dios y Jesús. Por lo tanto, la iglesia escogió el término homoiousios (“esencia semejante”) para declarar su fe en la similitud entre Dios y Jesús.

    Arrio invirtió la situación. Usó el término homoi-ousios para enfatizar la disimilitud entre Jesús y Dios. Quiso decir que, aunque Jesús era verdaderamente como Dios, no era coesencial con Dios. La iglesia del siglo IV respondió a Arrio con un resonante “¡No!” El cambio de términos indicaba que la iglesia estaba insistiendo en que Jesús no es meramente como Dios, sino que Él es Dios. Él es homoousios (de la misma esencia, coesencial) con Dios, aunque no en el sentido gnóstico.

    La controversia arriana no fue una tormenta en un vaso de agua ni un juego teológico de boxeo contra una sombra. Lo que estaba en juego aquí era la confesión de la iglesia en cuanto a la deidad total de Jesús y del Espíritu Santo. Se requirió una enorme crisis para provocar a la iglesia a cambiar su preferencia de lenguaje teológico. La herejía sabeliana había menguado, y la nueva amenaza del arrianismo fue juzgada tan severamente que justificó el uso del reconocidamente peligroso término homoousios para combatirla.

    Aunque la iglesia cambió su elección de términos para expresar la deidad de Cristo y del Espíritu Santo, el concepto de la iglesia no cambió. Tanto en la controversia sabeliana como en la arriana, la iglesia estaba usando todas las herramientas lingüísticas a su disposición para asegurar una adherencia al concepto bíblico de la Trinidad. Lejos de buscar circundar o ir más allá de la Escritura, la iglesia estaba buscando proteger el concepto bíblico frente a quienes podrían socavarlo mediante el uso de ambigüedades ingeniosas.

    El fruto de la controversia arriana fue el Credo Niceno, que afirmó la coesencialidad de la Divinidad y dijo que Jesús era “engendrado, no hecho” para desconocer cualquier insinuación de criatureidad en la Segunda Persona de la Divinidad.
    El himno de la iglesia conocido como Gloria Patri fue también un fruto de la controversia. El Gloria Patri funcionó como un “canto de guerra” trinitario. Los arrianos hicieron circular cantos despectivos y obscenos como parte de su propaganda contra los trinitarios. En respuesta, los trinitarios cantaron, en un solo espíritu, estas palabras:

Gloria sea al Padre,
Y al Hijo,
Y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
Es ahora y será siempre,
Por los siglos de los siglos.
Amén.

    Aquí, la Trinidad es confesada en el canto mediante la adscripción de un atributo divino -la gloria- a cada una de las tres personas de la Divinidad. Al mismo tiempo, se confiesa la eternidad de cada una de las tres personas de la Trinidad.
    Vemos entonces que el término Trinidad no surgió porque la iglesia estuviera entregándose a la especulación filosófica vana o estuviera jugando innecesariamente con conceptos griegos. Como insistió Calvino, la iglesia estuvo forzada a emplear dicha terminología por causa de los herejes que estaban corrompiendo la revelación bíblica concerniente a la Divinidad.

    Hoy arde furiosamente el mismo tipo de controversia con respecto a la naturaleza de la propia Escritura. Aquellos que niegan la inspiración total y el carácter revelador de la Biblia no vacilarán en referirse a ésta como “la Palabra de Dios” o incluso como “infalible”, sin embargo, se atragantarán con el término teológico inerrancia. Si en verdad la Biblia es la Palabra de Dios, infalible e inspirada, ¿por qué alguien debería retroceder ante la palabra inerrante? ¿Puede algo que es errático ser la Palabra de Dios? ¿Es que Dios inspira error? ¿Puede realmente fallar algo que es infalible?

    J. I. Packer, un abierto defensor de la inerrancia, dice que la palabra inerrancia es un Shibolet. Así como la difícilmente pronunciable palabra Shibolet actuaba como una contraseña para distinguir entre los verdaderos israelitas y los espías (ver Jueces 12:6), el término inerrancia funciona de modo similar. Cuando se sugiere la palabra para afirmar la total veracidad de la Escritura, los perros comienzan a ladrar. Sin duda, la palabra inerrancia, así como la palabra Trinidad, es susceptible ante las distorsiones y los malentendidos. No obstante, funciona bien como una salvaguarda frente a quienes no tienen escrúpulos contra el uso de palabras vanas.

Extracto del libro: «El misterio del Espíritu Santo» de R. C. Sproul

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