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¿Qué nos enseñan las Escrituras acerca de la creación del hombre? Lo siguiente: que el polvo de la tierra de la cual Adán fue formado, fue tan trabajado, que se convirtió en un alma viviente, lo que señala el ser humano. El resultado no fue una mera criatura que se mueve, gatea, come, bebe y duerme, sino un alma viviente que vino a la existencia en el momento en que el aliento de vida fue soplado hacia el polvo. No vino primero el polvo y, a continuación, la vida humana al interior del polvo, y después de eso, el alma con todas sus facultades superiores dentro de esa vida humana; no, sino que tan pronto como se manifestó la vida en Adán, él fue un hombre, y todos sus preciosos dones fueron su dote natural.

El Hombre pecador que nace de lo alto, recibe dones que están por encima de la naturaleza. Por esta razón, el Espíritu Santo solamente mora en el pecador viviente. Pero en el cielo esto no será así, pues en la muerte, la naturaleza humana resulta cambiada de forma total, de modo que el impulso de pecar desaparece completamente; es por esto que en el cielo, el Espíritu Santo obrará en la misma naturaleza humana para siempre y eternamente. En el estado actual de humillación, la naturaleza del regenerado sigue siendo la naturaleza de Adán. El gran misterio de la obra del Espíritu Santo en él, es el siguiente: que en y por esa naturaleza corrupta y rota, el Espíritu Santo obra las obras santas de Dios. Es como la luz que brilla a través de los paneles de nuestra ventana, que de ninguna manera puede mantenerse invariable bajo el efecto del vidrio.

En el Paraíso, sin embargo, la naturaleza del hombre estaba completa, intacta; todo acerca de él era santo. Debemos evitar el peligroso error de que Adán tenía un grado inferior de santidad. Dios hizo al hombre recto, sin nada de él o en él que estuviera torcido. Todas sus inclinaciones y facultades eran puras y santas, en todo su funcionamiento. Dios se deleitaba en Adán, vio que él era bueno; con seguridad, no se podría desear nada más. En este sentido, Adán difería del hijo de Dios por gracia, en que aquél no tenía vida eterna; debía alcanzarla como recompensa por las obras santas. Por otro lado, Abraham, el padre de los fieles, comienza con vida eterna, de la que las obras santas debían proceder. Así pues tenemos un contraste perfecto. Adán debía alcanzar la vida eterna a través de las obras.  . La naturaleza del hombre pecador rechaza al Espíritu Santo, pero la naturaleza de Adán lo atraía, lo recibía libremente, y lo dejaba inspirar su ser.

Nuestras facultades e inclinaciones se encuentran dañadas, nuestros poderes están debilitados, las pasiones de nuestros corazones, corrompidas: por lo tanto, el Espíritu Santo debe venir a nosotros desde fuera. Sin embargo, como todas las facultades de Adán estaban intactas, y toda la expresión de su vida interior, imperturbable, entonces, el Espíritu Santo podía obrar a través de los poderes y acciones comunes de su naturaleza. Para Adán, las cosas espirituales no eran bienes sobrenaturales, sino naturales, excepto la vida eterna, que él debía ganar por el cumplimiento de la ley. Las Escrituras expresan esta unidad entre la vida natural de Adán y los poderes espirituales, mediante la identificación de ambas expresiones:

“Respirar el aliento de vida” y “convertirse en un alma viviente” (Gn. 2:7). Otros pasajes muestran que esta “inhalación” divina indica, especialmente, la obra del Espíritu.

Jesús sopló sobre Sus discípulos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Él compara el Espíritu Santo con el viento. En ambos idiomas bíblicos, el hebreo y el griego, la palabra espíritu significa viento, respiración o soplo. Y tal como la Iglesia confiesa que el Hijo es eternamente generado por el Padre, entonces confiesa que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como por la respiración. Por lo tanto, se concluye que el pasaje “…y sopló en su nariz aliento de vida” (Gn. 2:7) en relación con: “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gn. 1:2) y las palabras de Job: “El espíritu de Dios…me dio vida (Job 33:4) apuntan a una obra especial del Espíritu Santo.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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