Esto es algo que el salmista describe perfectamente cuando dice que comportarse así es actuar como una bestia. Nadie, por naturaleza, desea ser disciplinado. Quiere seguir respondiendo a sus instintos, no quiere ser controlado. Los animales siempre rechazan la disciplina, y al domesticarlos debemos ser pacientes con ellos y a veces severos, por esta misma razón.
Esta es una característica del cristiano inmaduro, del niño en Cristo. Se resiente de la disciplina, y sin embargo la respuesta es sencilla e inequívoca. El autor de la Epístola a los Hebreos no vacila en usar una notable y casi sorprendente frase. Dice: «Si se os deja sin disciplina… entonces sois bastardos y no hijos” (He. 12:8). Si somos hijos de Dios, entonces seguramente seremos disciplinados, porque Dios nos está preparando para santidad. No es un padre indulgente que da caramelos indiscriminadamente y no le interesa lo que nos suceda. Dios es santo, y nos está preparando para El mismo y para su gloria; y porque nosotros somos lo que somos, y porque el pecado está en nosotros, y porque el mundo es lo que es, necesitamos ser disciplinados. Así, El manda pruebas y tribulaciones para detenernos y para conformamos a la «imagen de su Hijo”. Pero esto no nos agrada, y como el animal, nos quejamos porque nos disgusta el dolor. No obstante, si pensamos, si no somos necios, le daríamos gracias a Dios aun por el dolor. Diríamos con el autor del Salmo 119: «Bueno me es haber sido humillado”. Pienso a veces que no hay mejor prueba para saber la posición cristiana que esto precisamente, el de agradecer a Dios aun por las pruebas y dificultades y también por el castigo, porque han sido utilizados por Dios para traernos más cerca de El.
Luego lo que descubrió el autor del Salmo acerca de sí mismo fue su ignorancia. Ser ignorante no es lo mismo que ser necio, pero la necedad generalmente conduce a la ignorancia. El salmista ignoraba la verdadera posición de los impíos, era ignorante acerca de Dios; era ignorante en cuanto a sí mismo, y acerca de la verdadera naturaleza de la vida que estaba viviendo. Se había olvidado del propósito general de la vida santa. Y si nosotros reaccionamos como este salmista a las pruebas y problemas, en última instancia, sólo hay una cosa que decir de nosotros, y es que somos ignorantes.
¿De qué somos ignorantes? Somos ignorantes de todo lo que la Biblia dice acerca de la vida santa, y especialmente somos ignorantes de las Epístolas del Nuevo Testamento, todas las cuales fueron escritas para iluminarnos acerca de esta ignorancia en particular. Entonces, si siempre nos quejamos del trato de Dios con nosotros y de sus castigos, solamente estamos confesando que no conocemos las Escrituras en absoluto, y que nunca hemos entendido el Nuevo Testamento, o si no, que voluntariamente somos ignorantes., y que rehusamos pensar y aplicar lo que sabernos. Vemos estos libros, pero rehusamos oír los argumentos y nos resistimos a que los mismos se apliquen a nosotros. «Ignorantes». El salmista dice: «Me estuve comportando como un ignorante; como si no supiera nada de sus propósitos: como si fuera un simple principiante en estos asuntos, como si nunca hubiera leído o escuchado la historia del pasado». Y esto es verdad acerca de nosotros también. Cuando dejamos que nuestros corazones y nuestros sentimientos nos controlen, al instante, nos comportamos como hipersensibles o alérgicos en este sentido: y nos comportamos como si no supiésemos nada, como ignorantes y como bestias delante de Dios.
Esto nos trae al punto final, que es el peor de todos. «Así irrité mi propio corazón y me lastimé y me produje dolor. Tan tonto e ignorante fui; verdaderamente me comporté como un animal delante de ti». Yo creo que esto fue lo que partió el corazón del salmista, y es esto lo que debería causarnos profundo dolor en nuestros corazones. En el santuario de Dios, el salmista se dio cuenta que estaba pensando todas estas cosas horribles, indignas, tontas y necias en la presencia de Dios. «¡Delante de ti!”! Es por esto que pensó de sí mismo como de un animal. ¡Qué imaginación, pensar estas cosas, y llegar al punto de casi decirlas en la presencia de Dios! Lo que se había olvidado es que Dios es quien «discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”, y «no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquél a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:12. 13). Si tan sólo nos diéramos cuenta de esto, jamás nos comportaríamos como el salmista, y como, para nuestra vergüenza, muchas veces nosotros nos hemos comportado.
Tú y yo estamos siempre en la presencia de Dios. Cuando estamos en un rincón sintiendo lástima de nosotros mismos porque hemos sido ofendidos, y porque esto o aquello nos ha sucedido, recordemos solamente que todo esto está sucediendo en la presencia de Dios. Y cuando nos preguntamos, «¿Es justo Dios conmigo?» ¿Es justo que yo esté sufriendo mientras que otros prosperan?» Recordemos que nos estamos preguntando y pensando todo esto de Dios, en su misma presencia. «Delante de Ti». El salmista se olvidó de la grandeza de Dios. Si tan solamente tú y yo recordáramos siempre la grandeza de Dios, habrá ciertas cosas que nunca volveríamos a hacer. Cuando recordamos que solamente somos como una mosca, o una langosta, o aun menos que esto, delante de la presencia del Todopoderoso, y que El podría poner fin a nuestra existencia como si nada hubiese pasado, nunca nos volveríamos a jactar delante de Su presencia, y menos aún, dudar acerca de El. Tenemos que damos cuenta, como el sabio del Antiguo Testamento, que »Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra…”.
No obstante, tenemos que recordar especialmente el amor de Dios. Dios es amor. El salmista se dio cuenta que fue muy necio, y tonto en cuestionar el amor de Dios.
Debía todo al amor, a la bondad y a la gracia de Dios. De modo que cuando pensamos estas cosas injustas, estos indignos pensamientos acerca de Dios, tenemos que recordar que estamos pensando acerca de Aquel que tanto nos amó, que envió a su Hijo al mundo y sufrió hasta la vergüenza y la agonía del Calvario por nosotros. Sin embargo, pensamos estas cosas de Dios, aun en su santa presencia. Parecemos enojados delante de la presencia de Dios, malhumorados como niños malcriados. Fijémonos en un niño pequeño de mal humor; fijémonos en un animal. ¡Qué ridículos parecen! Y multipliquemos esto por lo infinito y pensemos lo que parecemos en la presencia del Todopoderoso, santo, y amoroso Dios. No, no queda nada por decir. El salmista tiene razón; no es injusto consigo mismo, sólo está diciendo la absoluta verdad: «era ante ti igual que una bestia, ignorante, completamente tonto».
¿Qué es lo opuesto a esto? No puedo pensar en nada mejor que la condición del Hijo Pródigo cuando volvió en sí. No me cabe la menor duda que en cierto momento este pobre joven pensó que había sido tratado duramente. Dejó su casa para ir a un país lejano. Se iba a hacer valer, pero las cosas le fueron mal y pensó que había sido tratado duramente. Luego reflexionó y volvió a su casa y dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. Esta es otra forma de decir lo mismo. Sin excusas, sin nada para recomendarnos, hemos sido excesivamente tontos, como bestias. Hemos dejado de pensar y de razonar; hemos dejado de apropiarnos de estas Escrituras. Es el horrible yo que ha tomado el control y nosotros somos tan sensibles que nada ni nadie tiene razón sino sólo nosotros. Enfrentemos al yo, saquémosle la máscara; analicémoslo. Mirémoslo honestamente hasta que de corazón estemos avergonzados con nosotros mismos. Luego acerquémonos a nuestro Dios de amor y gracia y reconozcamos que somos como gusanos y aun menos que esto delante de El, que no tenemos ningún derecho sobre El, ni de reclamar su perdón. Vayamos a El y digámosle que no deseamos ser sanados rápidamente, que no merecemos ser sanados en absoluto.
Como hemos visto anteriormente, el problema con muchos de nosotros es que nos curamos a nosotros mismos muy rápidamente. Sentimos que tenemos el derecho de ser perdonados. Sin embargo, la enseñanza de la Escritura y el ejemplo de las vidas de los santos, es que, como el Hijo Pródigo, merecemos sólo condenación, que hemos sido como bestias en nuestras necedades, y que no tenemos derecho alguno a Dios. Realmente, ellos se asombraron de que Dios les haya perdonado. Examinémonos a la luz de esto. ¿Vamos a Dios sintiendo que tenemos derecho a que nos perdone?, ¿o sentimos que no tenemos derecho alguno a pedir perdón? Así es como el salmista se sintió, y sugiero que así es como el verdadero cristiano se debe sentir primeramente. Pablo, después de predicar durante años, miró hacia atrás y dijo que era el más grande pecador. El todavía estaba asombrado de que Dios le hubiese perdonado. Aunque fue un apóstol, quizá ¡sentía que podía aún recibir algo en una reunión evangelística! No. El todavía estaba reaccionando como un pecador; todavía estaba asombrado ante la cruz sangrienta y ante el amor de Dios en Jesucristo nuestro Señor. «…tan torpe era yo, que no entendía; ¡era como una bestia delante de ti!”
Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones