​  La Biblia no revela al Espíritu Santo como un “eso” (una fuerza, poder o cosa abstracta) sino como un “Él”. El Espíritu Santo es una persona. La personalidad incluye inteligencia, voluntad, e individualidad. Una persona actúa con intencionalidad. Ninguna fuerza abstracta puede jamás “tener la intención” de hacer algo. Las intenciones buenas o malas están limitadas a los poderes de los seres personales.

​“Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que le aman”. Pero Dios nos las reveló por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios. Porque entre los hombres, ¿quién conoce los pensamientos de un hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Asimismo, nadie conoce los pensamientos de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado gratuitamente, de lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las enseñadas por el Espíritu, combinando pensamientos espirituales con palabras espirituales. Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente. (1 Corintios 2:9-14)

    Este pasaje es tan crucial para nuestra comprensión del Espíritu Santo, que regresaremos a él más tarde para una exposición más completa. Sin embargo, observamos ahora que Pablo habla aquí de una clase de discernimiento espiritual  que no es “natural” para nosotros. Es decir, en nuestro estado humano caído carecemos de la capacidad para recibir las cosas de Dios. En verdad, Pablo declara enfáticamente: “y no las puede entender”.

    Es imposible que una persona no espiritual discierna cosas espirituales. No somos personas espirituales por naturaleza. Una persona no puede discernir cosas espirituales mientras no sea primero hecha vivir a las cosas espirituales por el Espíritu de Dios. Lo que nos capacita para tener discernimiento espiritual es la obra de regeneración y renacimiento espiritual llevado a cabo por el Espíritu.
 
 
LA BIBLIA USA PRONOMBRES PERSONALES APLICADOS AL ESPÍRITU SANTO

Cuando hablamos de personas, usamos palabras tales como yo, tú, él y ella. Hay ocasiones, por supuesto, en que dichas palabras son usadas para referirse a cosas u objetos impersonales. Empleamos términos que definen un género para cosas tales como barcas, automóviles o la iglesia. Normalmente, esto se hace de maneras claramente reconocibles. La personificación es, además, una herramienta útil para las expresiones poéticas.

    Sin embargo, cuando las Escrituras utilizan pronombres personales para el Espíritu Santo, lo hacen en pasajes que no son poéticos sino narrativos y didácticos. En Hechos 13:2, leemos:

    Mientras ministraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado.  Notamos aquí el uso de las palabras Apartadme y He atribuidas al Espíritu Santo. Notamos, también, al pasar, que en este texto el Espíritu Santo habla y da instrucciones inteligibles e intencionales. Observamos un caso similar en Juan 15:26:

    Cuando venga el Consolador, a quien yo enviaré del Padre, es decir, el Espíritu de verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí.

    Aquí Jesús se refiere al Espíritu como quien y como Él. Algunos eruditos pueden responder que en este texto la palabra griega para Consolador no corresponde al género masculino y que, de acuerdo a las reglas de la gramática, el pronombre debe concordar en género con el sustantivo. Sin embargo, hay una oración interpuesta (“el Espíritu de verdad que…”) que usa el género neutro para Espíritu. Ésta es seguida inmediatamente por la palabra Él. Si el escritor pretendía que el Espíritu fuera concebido como una fuerza neutra impersonal, no habría razón para usar el pronombre masculino Él en una combinación tan cercana con un sustantivo neutro.

    Si el asunto es poco claro en Juan 15, resultará nítido en Juan 16:13: Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.

    Aquí no hay razón gramatical alguna para usar el pronombre masculino Él a menos que Jesús tenga la intención de declarar, en este pasaje didáctico, que el Espíritu Santo es una persona.

SOMOS LLAMADOS A TENER UNA RELACIÓN PERSONAL CON EL ESPÍRITU SANTO

La Biblia nos llama a “creer” en el Espíritu Santo. Somos bautizados en su Nombre así como en el Nombre del Padre y del Hijo. El Espíritu es un objeto de oración. Los creyentes no deben dirigir sus oraciones a “cosas”. Hacerlo sería un acto de idolatría. Sólo debemos dirigirnos a Dios, quien es personal.

    La bendición apostólica, en el Nuevo Testamento, incluye una referencia al compañerismo y la comunión con el Espíritu Santo:

    La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. (2 Corintios 13:14)

    El Nuevo Testamento nos exhorta a no pecar contra el Espíritu Santo, a no resistir al Espíritu Santo y a no afligir al Espíritu Santo. Es presentado como una persona a la cual podemos agradar u ofender, alguien que puede amar y ser amado, y con el cual podemos tener una relación personal.

EL ESPÍRITU SANTO LLEVA A CABO TAREAS PERSONALES

El Espíritu Santo se relaciona con nosotros como una persona. Nos hace cosas y hace cosas para nosotros, cosas que normalmente asociamos con una actividad personal. Nos enseña. Nos conforta. Nos guía. Nos anima.
   
Estas actividades pueden ser llevadas a cabo, a veces, por objetos impersonales. Los marineros pueden ser “guiados” por las estrellas. Podemos ser reconfortados al contemplar una hermosa puesta de sol. Sin embargo, el bienestar que deriva de semejante contemplación está basado en una suposición consciente o inconsciente de que tras la puesta de sol hay un Artista Personal que origina dicha puesta de sol. Podemos “recibir enseñanza” mediante la observación de objetos naturales, pero sólo a modo de analogía.
   
La manera en que el Espíritu conforta, guía, enseña, etc., es una manera personal. Mientras Él lleva a cabo estas tareas, la Biblia describe su actividad implicando inteligencia, voluntad, sensaciones, y poder. El Espíritu escudriña, selecciona, revela, y amonesta. Las estrellas y las puestas de sol no se comportan de esta manera.

    En resumen, concluimos que si el Espíritu Santo puede ser amado, adorado, obedecido, ofendido, afligido, y es alguien contra quien se puede pecar, entonces debe ser una persona.   Pero la pregunta aún sigue en pie: ¿Es el Espíritu Santo una persona distinta? ¿Tiene Él una personalidad que pueda distinguirse de la de Dios el Padre y la de Dios el Hijo? Todas las características personales que la Biblia le atribuye, ¿están verdaderamente referidas a la personalidad del Padre, considerándose al Espíritu simplemente como un aspecto del Padre?

    Estas preguntas plantean inmediatamente el problema referido a cómo debemos pensar en cuanto a Dios. ¿Creemos en un solo Dios o en tres Dioses? La difícil y misteriosa idea de la Trinidad se inmiscuye en nuestro pensamiento en el momento en que comenzamos a pensar en el Espíritu Santo como una persona distinta. La fe clásica de la iglesia es que el Espíritu Santo no es solamente una persona; Él es una persona divina; es Dios.

Extracto del libro: «El misterio del Espíritu Santo» de R. C. Sproul

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