En BOLETÍN SEMANAL
​En cuanto al asunto del divorcio, también debemos examinar la enseñanza de los escribas y fariseos porque, como hemos visto, nuestro Señor se refirió sobre todo a ella. Decían que la ley de Moisés mandaba, es más, apremiaba al hombre a que se divorciara de su mujer en ciertas circunstancias. Claro que nunca se dijo cosa semejante.

​La ley de Moisés nunca mandó a nadie que se divorciara de su mujer; lo que hizo fue decirle al hombre: si quieres divorciarte de tu mujer puedes hacerlo sólo bajo estas condiciones. Pero los escribas y fariseos, como nuestro Señor dice bien claramente en Mateo 24 cuando habla del mismo tema, enseñaban que Moisés mandó el divorcio. Y, desde luego, el paso siguiente era que exigían el divorcio e insistían en el derecho de hacerlo, por toda clase de razones inadecuadas. Tomaban esa antigua legislación mosaica respecto a esta cuestión de impureza y tenían su propia interpretación en cuanto a lo que significaba. De hecho enseñaban que, si un hombre ya no quería a su mujer, o por cualquier razón ya no le satisfacía, eso, en un sentido, era ‘impureza.’ ¡Cuan típico es esto de la enseñanza de los escribas y fariseos y de su método de interpretar la ley! Pero en realidad eludían la ley tanto en principio como en la letra. La consecuencia fue que en los tiempos de nuestro Señor se volvían a cometer terribles injusticias con las mujeres que eran repudiadas por las razones más indignas y baladíes. Sólo un factor les interesaba a esos hombres, y era el legal, de dar carta de divorcio. Eran muy meticulosos en eso, como en todos los detalles legales. No decían, sin embargo, que se divorciaban de la mujer. Esto no tenía importancia. ¡Lo que importaba sobre todo era que se le diera carta de divorcio! Nuestro Señor lo expresa así: ‘También fue dicho’ — esto es lo que habían estado diciendo los escribas y fariseos. ¿Qué es lo importante para ‘cualquiera que repudie a su mujer’? ‘Déle carta de divorcio.’ Bien, desde luego que eso es importante, y la ley de Moisés lo exigía. Pero no es esto lo importante, ni lo que hay que poner de relieve. Sin embargo, para los escribas y fariseos era lo básico y, con ello, no habían visto el verdadero significado del matrimonio. No habían acertado a examinar todo el problema del divorcio y la razón para el mismo en una forma genuina, justa y adecuada. Hasta tal punto los escribas y fariseos habían llegado a pervertir la enseñanza mosaica. La eludían con interpretaciones hábiles y con tradiciones que le habían agregado. El resultado fue que se había ocultado y debilitado por completo el objetivo final de la legislación mosaica.


Esto nos conduce al tercer y último paso, que es el más importante. ¿Qué dice nuestro Señor acerca de ello? ‘Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.’ La afirmación de Mateo 19:3-9 es muy importante y útil en la interpretación de esta enseñanza, porque es una explicación más completa de lo que dice nuestro Señor en el Sermón del Monte en una forma más concisa. Los escribas y fariseos le dijeron —con la intención de confundirlo—’ ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?’ De hecho al preguntar esto se ponían al descubierto porque ellos mismos lo autorizaban. Esta es la respuesta de nuestro Señor. Lo primero que subraya es la santidad del matrimonio. ‘El que repudie a su mujer, a no ser por causa de fornicación.’ Adviertan que va más allá que la ley de Moisés para remontarse a la ley que Dios había promulgado al comienzo. Cuando Dios creó a la mujer para que fuera ayuda para el hombre así lo dijo. Afirmó: ‘Serán una sola carne.’ ‘Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.’ El matrimonio no es un contrato civil, ni un sacramento; el matrimonio es algo dentro de lo cual estas dos personas se convierten en una sola carne. Hay algo indisoluble en él, y nuestro Señor se remonta al principio. Cuando Dios hizo a la mujer para el hombre esa fue su intención, eso fue lo que indicó, y esto fue lo que ordenó. La ley que Dios estableció fue que el hombre dejara a su padre y a su madre y se uniera a su esposa para convertirse en una sola carne. Ha ocurrido algo nuevo y distinto, ciertos vínculos se han roto y se ha formado ese vínculo nuevo. Este aspecto de ‘una carne’ es muy importante. Verán que es un tema que siempre aparece de forma recurrente en la Escritura. Se encuentra en 1ª Corintios 6, donde Pablo dice que lo terrible en la fornicación es que el hombre se hace una sola carne con una prostituta; enseñanza importante y solemne. Nuestro Señor parte de esta base. Se remonta al comienzo, a la idea original de Dios acerca del matrimonio.

‘Si esto es así,’ preguntará alguien, ‘¿cómo se explica la ley de Moisés? Si así concibe Dios el matrimonio, ¿por qué permitió el divorcio en las circunstancias que hemos visto?’ Nuestro Señor respondió a esta pregunta diciendo que, debido a la dureza de corazón de esas gentes, Dios hizo una concesión, por así decirlo. No abrogó su primera ley respecto al matrimonio. No, introdujo una legislación provisional debido a las circunstancias prevalentes. Dios quiso controlar la situación. Es lo mismo que vimos ocurrió respecto al ‘ojo por ojo y diente por diente.’ Fue una innovación tremenda en ese tiempo; pero en realidad por medio de ello Dios iba conduciendo otra vez a su pueblo en la dirección de su mandato original. ‘Por la dureza de vuestro corazón,’ dice nuestro Señor, ‘Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres’. Lo que ocurría no era que Dios quisiera el divorcio ni que mandara a nadie que se divorciara de su mujer, sino que Dios quiso convertir el caos en orden, que devolvía la normalidad a lo que era completamente irregular. Debemos tener muy presente en estos asuntos el objetivo y la intención originales de Dios respecto al estado matrimonial: una carne, indisolubilidad, y la unión que ello representa.

El primer principio nos conduce al segundo, que es que Dios nunca en ninguna parte mandó a nadie que se divorciara. Los escribas y fariseos daban a entender que esto indicaba la ley de Moisés. Sí; ciertamente que les mandó que dieran carta de divorcio si se divorciaban. Pero esto no es mandar que se divorcien. La idea que enseña la Palabra de Dios es no sólo la de la indisolubilidad del matrimonio, sino la del amor y perdón. Debemos descartar este enfoque legalista que le hace decir al hombre, ‘Ha arruinado mi vida, debo divorciarme de ella.’ Como pecadores indignos todos hemos recibido perdón de Dios, y esto debe dirigir nuestra idea de todo lo que nos sucede respecto a otras personas, y sobre todo en la relación matrimonial.

El siguiente principio es de suma importancia. Hay una sola causa y razón legítimas para el divorcio — lo que se llama ‘fornicación’. No necesito subrayar la importancia de esta enseñanza y lo pertinente que es. Vivimos en un país en el que en ese asunto del divorcio hay una confusión caótica, y todavía se están promulgando leyes que lo hacen más fácil y, en consecuencia, van a agravar la situación. Esta es la enseñanza de nuestro Señor respecto a este tema. Hay una sola causa legítima de divorcio. Hay una y sólo una. Y es la infidelidad de uno de los cónyuges. Este término ‘fornicación’ es genérico, y en realidad significa infidelidad de uno de los cónyuges al matrimonio ‘El repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere.’ Debemos comprender la importancia de este principio. Tuvo gran importancia en los primeros tiempos de la iglesia. Si leen 1ª de Corintios 7 volverán a encontrar este problema. En esos tiempos el problema se les presentaba a los cristianos en esta forma. Imaginemos a un esposo y esposa. El esposo se convierte, la esposa no. Ahí tenemos a un hombre que se ha convertido en nueva criatura en Cristo Jesús, pero su esposa sigue siendo pagana. A esas gentes se les había enseñado la doctrina de la separación del mundo y del pecado. En consecuencia habían sacado la conclusión siguiente, ‘Me es imposible seguir viviendo con una mujer así, pagana. Si quiero vivir una vida cristiana, me debo divorciar de ella porque ella no es cristiana.’ Y muchas esposas que se habían convertido y cuyos maridos no se habían convertido decían lo mismo. Pero el apóstol Pablo les enseñó que el esposo no debía dejar a la esposa porque él se había convertido y ella no. Ni siquiera esto es motivo de divorcio. Tomemos todo eso que se dice hoy día acerca de la incompatibilidad de caracteres. ¿Quieren algo más incompatible que un cristiano y un no cristiano? Según las ideas modernas, de haber una causa de divorcio sería esta. Pero la enseñanza bien clara de la Biblia es que ni siquiera esto es motivo de divorcio. No hay que dejar al inconverso, dice Pablo. La esposa que se ha convertido y tiene un esposo inconverso santifica al esposo. No hay que preocuparse por los hijos; si uno de los cónyuges es cristiano, tienen el privilegio de la educación cristiana dentro de la vida de la Iglesia.

Esta argumentación es sumamente vital e importante. Es la forma de dejarnos grabado este gran principio que nuestro Señor mismo establece. Nada justifica el divorcio a excepción de la fornicación. No importan las dificultades, no importa la tensión o la presión, o lo que sea que se dice que sucede en el caso de incompatibilidad de caracteres. Nada ha de disolver ese vínculo indisoluble salvo esa única cosa. Pero vuelvo a repetir que esa cosa sí lo disuelve. Nuestro Señor dice que esa sí es causa de divorcio, y legítima. Dice que Moisés hizo ciertas concesiones ‘por la dureza de vuestro corazón.’ Pero ahora esto se propone como principio, no como concesión a debilidades. El Señor mismo nos dice que la infidelidad es causa de divorcio y la razón es muy obvia. Vuelve a ser cuestión de la ‘una carne’; la persona culpable de adulterio ha roto el vínculo y se ha unido a otra persona. El lazo se ha roto, ya no se sostiene lo de la carne una, y por tanto el divorcio es legítimo. Permítanme volver a insistir en ello, no es un mandato. Pero sí es motivo de divorcio, y el hombre que se halle en tal situación tiene derecho a divorciarse de su esposa, y la esposa tiene derecho a divorciarse del esposo.

El siguiente paso lo aclara todavía más. Nuestro Señor dice que si alguien se divorcia de su esposa por alguna otra razón hace que la esposa cometa adulterio. ‘El que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere.’ La argumentación es como sigue: Hay una sola cosa que puede romper ese vínculo. Por tanto, si alguien repudia a su mujer por alguna otra causa, la repudia sin romper el vínculo. Así pues, le hace uno romper el vínculo caso de que volviera a casarse; y por consiguiente comete adulterio. Por tanto, el que se divorcia de su mujer por cualquier otra causa que no sea esta la hace adulterar. El esposo es la causa, y el hombre que se casa con ella también es adúltero. De esta forma positiva y clara vuelve nuestro Señor a poner en vigor este gran principio. Solo hay una causa para el divorcio, y ninguna más.

¿Cuál es, pues, el efecto de esta enseñanza? Podemos sintetizarlo así. Nuestro Señor se nos muestra aquí como el gran Legislador. Toda la ley procede de Él; todo lo de esta vida y de este mundo ha venido a Él. Hubo una legislación pasajera para los hijos de Israel a causa de circunstancias especiales. El castigo mosaico para el adulterio era la muerte por lapidación. Nuestro Señor abrogó esta legislación pasajera. Luego ha establecido como legítimo el divorcio por adulterio; ha establecido la ley de este modo. Estos son los dos resultados principales de su enseñanza. A partir de entonces ya no se da muerte a nadie por adulterio. Pero si uno quiere hacer algo tiene derecho al divorcio. De esto se puede sacar una conclusión muy importante y seria. Podemos decir no sólo que una persona que se ha divorciado de su cónyuge por adulterio tiene derecho a hacerlo. Podemos ir más allá y decir que el divorcio ha anulado el matrimonio, y que esa persona es libre y como libre puede volver a casarse. El divorcio acaba esa relación, dice nuestro Señor. La relación con el cónyuge es la misma como si hubiera muerto; y la parte inocente tiene por tanto derecho a volver a casarse. Incluso más que esto, si es cristiano, tiene derecho a otro matrimonio cristiano. Pero sólo él está en esa situación, no el otro cónyuge.

‘¿No va decir nada acerca de los demás?’ pregunta alguien. Todo lo que diría acerca de ellos es esto, y lo digo a conciencia, casi con temor de que pueda parecer que digo algo que pueda inducir a alguien a pecar. Pero basado en el evangelio y en interés por la verdad me veo obligado a decir esto: Ni siquiera el adulterio es un pecado imperdonable. Es un pecado terrible, pero Dios no quiera que alguien crea que se ha puesto definitivamente fuera del amor y del reino de Dios a causa de adulterio. No; si esa persona se arrepiente y cae en la cuenta de la enormidad del pecado cometido y se arroja en brazos del amor, misericordia y gracia inconmensurables de Dios, puede recibir perdón y tener seguridad de que ha sido perdonado. Pero, oigamos las palabras de nuestro Señor: ‘Vete, y no peques más.’

Esta es la enseñanza de nuestro Señor respecto a este tema tan importante. Vemos cuál es el estado del mundo y de la sociedad que nos rodea. ¿Es sorprendente que el mundo esté como está si la gente hace caso omiso de la ley de Dios en asunto tan vital? ¿Qué derecho tenemos de esperar que las naciones cumplan sus promesas y sean fieles a las alianzas, si los hombres y mujeres no lo hacen ni siquiera en esta unión del matrimonio, que es la más solemne y sagrada? Debemos comenzar por nosotros mismos; debemos comenzar por el principio, debemos observar la ley de Dios en nuestras vidas personales. Y luego, y sólo luego, tendremos derecho a confiar en las naciones y pueblos, y a esperar un tipo diferente de conducta del mundo en general. 


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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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