En ARTÍCULOS

1. El hipócrita afirma que no soporta la hipocresía

A no ser que ofrezcas pruebas fidedignas, esto no bastará para absolverte del cargo de hipócrita. Es natural condenar un pecado de otra persona mientras se alberga el mismo en la propia vida. ¡Qué duro fue el juicio de Judá contra Tamar! Tenía tanta prisa por hacerla quemar que todos daban por sentado que él era casto, cuando él mismo la había mancillado (Gn. 38:24).

El celo de algunos se enciende contra el pecado de otro cuando refleja una vergüenza para ellos mismos a la vista del mundo; especialmente cuando el pecado es público y el pecador un pariente. Judá, por ejemplo, estaba dispuesto a quitar a su nuera de en medio para que se llevara lejos de su vista la mancha que había puesto sobre la familia.

Otros juzgan las faltas con severidad para ocultar las suyas propias, a fin de poder lograr sus fines egoístas sin sospechas. Absalón criticó la administración de su padre para acceder mejor al poder. Jehú amaba más la corona que odiaba la lujuria de Jezabel, aunque esgrimiera su espada afilada contra ella. El falso celo se vuelve así venganza y arremete contra la persona en lugar de atacar el pecado; el hipócrita puede odiar al tirano mientras admira su tiranía.

2. El hipócrita se jacta de no tener miedo

Es mejor probar la valentía mediante la integridad que a la inversa. La verdadera confianza y el espíritu que no teme peligro ni muerte son gloriosos cuando el Espíritu y la Palabra de Cristo los respaldan. Ciertamente es bueno cuando uno puede dar razón de su esperanza, como Pablo al mostrar la fuente de la misma en su vida. Este es el valor cristiano, no la intrepidez romana.

Pero el cristiano debe pasar por muchas moradas antes de llegar al lugar de esta certeza, que está al lado del Cielo mismo. La fe es la llave que le franquea la entrada a todas ellas. Primero abre la puerta de la justificación y esta le lleva a la paz y la reconciliación con Dios por Jesucristo: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1).

Desde la justificación, el creyente pasa a otra habitación, el aposento del favor de Dios, y es acogido en su presencia: “Por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes” (v. 2). No solamente somos perdonados del pecado y reconciliados con Dios por la fe en Cristo, sino que ahora entramos a la corte real bajo el manto de Cristo como favoritos del Príncipe.

No solo gozamos de la gracia, el favor y la comunión con Dios, sino que llegamos a abrir una tercera puerta: la que da a la esperanza de la futura gloria celestial firmemente implantada en el corazón, “y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”.

Finalmente, Dios lleva al creyente a la morada interior adonde no se puede llegar sin pasar por las otras primero: “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones” (v. 3).

Si no has franqueado estas puertas, eres un ladrón; te has tomado una confianza que no te ha dado la mano de Dios. Es Dios quien te lleva al Cielo; sin embargo, te castigará por esta clase de descaro como hizo cuando Jacob robó la bendición patriarcal. No te contentes con la mera bravura y confianza ante el peligro, sino averigua si tiene una base bíblica. De otra forma sus pilares pueden ser de ignorancia en tu mente y de estupidez en tu conciencia.

Si tu conciencia está endurecida, tu valor no durará más que el de un borracho. Cuando está embriagado, tiene la seguridad de poder saltar sobre la luna, y se aventura sin temor entre precipicios y peligros. Pero cuando está sobrio tiembla al ver lo que hizo en su embriaguez. Nabal, por ejemplo, no temía nada estando borracho; pero su corazón se volvió de piedra cuando Abigail le contó la historia al día siguiente, una vez que la embriaguez se le había pasado (cf. 1 S. 25:37).

3. El hipócrita revela sus devociones secretas

La marca del hipócrita es que no es nadie fuera del escenario. Corteja al mundo buscando aplausos, y hará cualquier cosa por conseguirlos.

Aunque es verdad que el abandono total de las devociones privadas es señal de hipocresía, el observarlas nunca garantiza la integridad. En esta esfera, la hipocresía es como la plaga de ranas en Egipto. Ningún lugar se libró de ellas, ni siquiera las alcobas; se metían en los aposentos más íntimos tanto como en el jardín. Aunque el lugar de meditación sea secreto, algunos hipócritas tratan el asunto de forma que se entere todo el mundo. Una gallina se retira a un lugar tranquilo para poner sus huevos, pero su cacareo anuncia a toda la casa su paradero y ocupación.

En todo arte hay artistas más hábiles que otros; hay aprendices y maestros. La hipocresía es igual. El hipócrita atrevido que pretende engañar a los demás vive en un ambiente religioso sin puertas. Pero el que lucha por tener la conciencia de su parte correrá hasta donde alcance su cadena; hará lo que sea que no le separe de sus amadas pasiones. Y para asegurarse, hasta se puede inventar una vida de oración que proteja sus pecados. No es el filo de la espada lo que mata, sino la fuerza del golpe. Así el hipócrita puede poner la espada tan suavemente contra el pecado de su corazón que nunca sienta nada.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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