En BOLETÍN SEMANAL
​Tenemos la tendencia de pensar que, como hijos de Dios, Él nos tiene que bendecir constantemente y nunca debe castigarnos. ¡Cuántas veces hemos pensado así! ¿Por qué Dios permite la existencia de ciertos gobiernos tiranos, y más aún cuando son totalmente paganos? ¿Por qué Dios no los castiga, y bendice solamente a su pueblo? Esta es nuestra manera de pensar, pero basada en una falacia. La mente de Dios es eterna, y sus caminos son tan infinitamente superiores a los nuestros, que tenemos que comenzar por pensar que no siempre entendemos inmediatamente lo que Él hace. Si, por el contrario, empezamos creyendo que todo debiera ser claro y sencillo, nos encontraremos en la misma situación que el salmista. No es de sorprender que al mirar la mente del Eterno Dios, haya momentos en que recibimos la impresión que las cosas suceden de forma opuesta a la que pensamos que debería ser.

​Ciertamente es bueno Dios para con Israel, Para con los limpios de corazón. En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; Por poco resbalaron mis pasos.  Salmo 73:1

El primer comentario que debemos hacer es que la perplejidad ante una situación así no nos debe sorprender. Diría que esto es fundamental, pues estamos procurando conocer los caminos del Dios Todopoderoso, quien nos ha dicho repetidamente en su libro: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos». Buena parte de nuestros problemas provienen de no saber que tenemos que partir de esta base. Muchos de nosotros pasamos por dificultades precisamente por no saber que estamos tratando con la mente de Dios, y que la misma no es como la nuestra. Deseamos que todo en esta vida sea sencillo y fácil y que no existan problemas ni dificultades. Pero si hay algo que la Biblia nos enseña sobre todas las cosas es que éste no es el caso. Los caminos de Dios son inescrutables; su mente es infinita y eterna, y sus propósitos son tan grandes que nuestras mentes pecaminosas no los pueden entender. Por lo tanto, cuando tal Ser trata con nosotros, no debieran sorprendernos las cosas que a veces nos confunden.

Permítaseme ahora expresar un segundo comentario. Estar perplejo en esta situación no es sorprendente, y aún más, deseo enfatizar que estar perplejo no es tampoco pecaminoso. Esto es algo que debiera reconfortarnos. Hay muchos que dan la impresión que para ellos los caminos de Dios son siempre claros y fáciles. Pareciera que siempre razonan así; siempre se sienten felices y todo lo ven color de rosa. Lo único que puedo decir a esto es que estas personas son superiores al apóstol San Pablo, pues él nos dice en 2a. Corintios capítulo 4, que «estaba atribulado en todo, mas no angustiado…». Desesperarse está mal, pero estar atribulado no. Conviene aclarar estas dos situaciones. El hecho de estar confundido por una prueba, no nos hace culpables de pecado. Estamos en las manos de Dios, y sin embargo algo desagradable nos está sucediendo y decimos: «no entiendo». No hay nada malo en eso: «confundido, pero no desesperado». El estar perplejo no es pecado porque nuestras mentes no sólo son finitas, sino que, además, están debilitadas por el pecado. No vemos las cosas claramente; no sabemos qué es lo mejor para nosotros; no divisamos el futuro, y por eso, naturalmente, estamos perplejos.
Pero tenemos que entender que, a pesar de que la perplejidad no es pecado, permanecer en este estado de confusión da lugar a la tentación.

 Este es el verdadero mensaje del Salmo que nos ocupa. Hasta cierto punto se entiende que podamos estar perplejos, pero permanecer confundidos es invitar a la tentación. Sin darnos cuenta la tentación entra. Fue esto precisamente lo que le pasó al salmista.
Esto nos trae a lo que el salmista nos dice sobre el carácter de la tentación, y cuan importante es poder reconocerla. La tentación puede ser tan grande que sacude aun al hombre más santo y fuerte y lo derriba. Como dice el salmista: «En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies».
Pero nosotros razonamos y decimos: «¡Esto pasó en el Antiguo Testamento, y el Espíritu Santo aún no había venido! Estamos en la era cristiana mientras que este hom¬bre vivió en otra época». El Apóstol Pablo lo expresa así en 1 Corintios 10: «El que piensa estar firme, mire que no caiga». Para decir esto, el Apóstol había tomado ejem¬plos del Antiguo Testamento y por si acaso alguno de estos corintios, sintiéndose superiores, dijeran: «Hemos recibido el Espíritu Santo, no somos así», Pablo dice: «El que piensa estar firme, mire que no caiga». El hombre que no ha descubierto el poder de la tentación puede ser objeto de los más grandes ataques. Las tentaciones pueden venir con diversos grados de poder y fuerza. La Biblia nos enseña que la misma puede azotar al más espiritual como un violento huracán, barriendo con todo, con tal fuerza que aun un hombre de Dios puede ser casi dominado. ¡Tal es el poder de la tentación! Pero usaré nuevamente las palabras del Apóstol: «Tomad toda la armadura de Dios», pues nos es necesario tomarla toda. Si queremos resistir en el día malo, y estar firmes, tenemos que vestirnos de toda la armadura de Dios. La fuerza del enemigo sólo es superada por el poder de Dios. Satanás es más poderoso que cualquier ser humano, y los santos del Antiguo Testamento fueron abatidos por él. El tentó y probó al Señor Jesús hasta lo último. Nuestro Señor lo venció, y El es el único que ha triunfado sobre el enemigo. Leamos nuevamente este Salmo y nos daremos cuenta que a ese hombre le sobrevino la tentación cuando menos la esperaba. Le vino como resultado de lo que le estaba ocurriendo, y por el contraste entre su prueba y la aparente vida feliz que los impíos estaban gozando.

El siguiente punto que tenemos que considerar en cuanto a la tentación es la ceguera que produce. Lo extraño de la tentación es que bajo su poder nos induce a hacer cosas que normalmente no haríamos. El salmista lo expresa de esta manera y lo hace con sarcasmo en riesgo propio. Mira el tercer versículo: «Porque tuve envidia de los arrogantes». Envidió a los malos. Pareciera decirnos: «Me cuesta expresarlo, y me da vergüenza admitirlo, pero yo, que he sido tan bendecido por Dios, por un momento tuve envidia de estos impíos». Sólo la ceguera de la tentación puede explicar esto. Viene con tanta fuerza que perdemos el equilibrio y no podemos pensar con lucidez.

No hay nada que sea de importancia tan vital en nuestra lucha espiritual que saber que nos enfrentaremos con tal poder, y que por lo tanto, no podemos descuidarnos un solo momento. Esto es tan sutil que sólo nos deja ver lo que al diablo le interesa y olvidamos todo lo demás. Esta es la ceguera que produce la tentación.

Extracto del Libro: «la fe a prueba» del Dr. Matin Lloyd-Jones

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