Ya hemos señalado que la justificación es un acto de Dios totalmente desligado de cualquier cambio interno producido por la misma persona. Es decir, la justificación no depende de las buenas obras ni de ninguna otra forma humana de mejora, ni de nada que el hombre pueda emprender. …. Sin embargo, ahora debemos encarar el tema desde la perspectiva de alguien que ya ha creído en Cristo y ha sido justificado. Su justificación ha tenido lugar por la gracia de Dios por la fe, no por obras. ¿Pero esto significa acaso que ya no hay lugar para las obras en el cristiano? Si así fuera, el cristianismo parecería estar promoviendo una conducta inmoral. Por otro lado, si necesitamos de las obras, ¿entonces no resulta cierto que después de todo no somos salvos exclusivamente por la obra de Cristo?
Este es el punto donde la teología católica y la teología protestante difieren más radicalmente. Si bien muchos católicos estarían dispuestos a afirmar junto con los protestantes que la justificación es por la gracia de Dios por medio de la fe, dirían que las obras también intervienen en la justificación en el sentido de que Dios nos justifica en parte produciendo buenas obras dentro de nosotros, para que seamos justificados por la fe y por esas obras.
Los protestantes responden que somos justificados exclusivamente por la fe en Cristo. No hay obras que intervengan, ni siquiera la fe es una obra. Pero agregan (o deberían agregar —ya que hay mucha teología protestante deficiente—) que si hemos sido justificados realmente, las buenas obras necesariamente deben seguir a la fe, aunque no intervengan en la justificación propiamente dicha.
La diferencia puede expresarse en dos fórmulas.
La teología católica dice:
Fe + Obras = Justificación
Los protestantes responden:
Fe = Justificación + Obras
Calvino expresa el punto de vista protestante con respecto a la relación que debe existir entre la fe, la justificación y las obras en estas palabras: ¿Por qué, entonces, somos justificados por la fe? Porque sólo por la fe nos apropiamos de la justicia de Cristo, y es la única forma en la que podemos ser reconciliados con Dios. Sin embargo, no podríamos apropiarnos de la justicia de Dios sin apropiarnos al mismo tiempo de la santificación. Porque Él «nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención» (1 Cor. 1:30). Por lo tanto, Cristo no justifica a nadie sin santificarlo al mismo tiempo. Estos beneficios se hallan ligados por una cadena eterna e indisoluble, de manera que a quienes ilumina en su sabiduría, a estos redime; a quienes redime, a estos justifica; a quienes justifica, a estos santifica… Resulta claro entonces que lo cierto es que somos justificados no sin obras pero no por obras, ya que en nuestra comunión en Cristo, quien nos justifica, la santificación está tan incluida como la justicia.
Esta es la enseñanza de Pablo, el gran defensor de la justificación sólo por la fe, en Efesios 2:8-10. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas».
Ya ha sido señalado por más de un comentarista que en los versículos 9 y 10 la palabra obras está repetida, lo cual llama poderosamente la atención. La primera mención a las obras es negativa. Nos dice que como hemos sido salvos por gracia por medio de la fe, entonces no somos salvos «por obras», de lo contrario, una persona salva tendría la posibilidad de jactarse frente a otra persona que no ha realizado estas obras y que por lo tanto no es salva. Este versículo está repudiando completamente la idea de que las obras contribuyan en alguna medida a nuestra justificación. Si creemos que las obras juegan un papel en nuestra justificación, estamos confiando en esas obras en lugar de confiar en la obra completa y suficiente de Cristo, y por lo tanto no somos justificados. No somos salvos. No podemos ser salvos por gracia y salvos por gracia más obras al mismo tiempo.
Por otro lado, tan pronto como Pablo ha acabado de rechazar el papel de las obras en la justificación, inmediatamente vuelve al tema de las obras, diciendo que Dios nos ha creado «para buenas obras». Esto está expresando en un lenguaje tan fuerte. —»obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas»— que podemos decir que si no hay obras, la persona involucrada no ha sido justificada.
¿Resulta esto una contradicción? De ningún modo. Es simplemente una manera vivida de decir que si bien la justificación describe un aspecto importante de lo que significa ser salvo, no constituye el todo de la salvación. Dios justifica, pero eso no es lo único que hace. También regenera. No hay justificación sin regeneración, del mismo modo que no hay regeneración sin justificación.
La regeneración es el término teológico para lo que Jesús estaba diciendo cuando le dijo a Nicodemo: «Es necesario nacer de nuevo» (Jn. 3:7). Le estaba diciendo que necesitaba comenzar de nuevo como resultado de la nueva vida de Dios puesta dentro de él. Se trata de lo que Pablo estaba hablando un poco antes en este mismo capítulo de Efesios, cuando describe a «Dios… aún estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo» (2:4-5).
Se trata también de lo que Pablo está señalando en el versículo 10. Porque ese versículo no sólo nos dice que Dios nos ordena hacer buenas obras o que nos amonesta a hacerlas, si bien esto también es cierto, sino que nos «ha creado» para buenas obras; y todavía más, añade que estas obras han sido «preparadas de antemano» por Dios.
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Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice