En BOLETÍN SEMANAL
  "Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras: muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras" (Santiago 2:18). Aquí el verdadero cristiano desafía al profesante vacío: Pretende ser un creyente, pero deshonra el nombre de Cristo por su andar mundano, así que, quien tal haga, no espere que los verdaderos santos lo consideren como un hermano hasta que esta persona muestre su fe en las obras buenas de una vida santa. ​

La palabra enfática en este versículo es «muéstrame» –se exige una prueba: demuestra que tu fe es genuina. Las acciones hablan más fuerte que las palabras: a menos que nuestra profesión puede soportar esa prueba es sin valor. Solamente la verdadera santidad de corazón y vida apoya una profesión de estar justificado por la fe.

  «Tú crees que Dios es uno; bien haces: también los demonios creen, y tiemblan» (v. 19). Aquí el Apóstol se anticipa a una objeción: ¡Yo realmente creo en el Señor! Muy bien, así también hacen los demonios, pero ¿cuál es el fruto de su «creer»? ¿Influye éste creer en sus corazones y vidas, transforma su conducta hacia Dios y hacia los hombres? No lo hace. ¡Entonces cuál es el valor de su «creer»! [También puede notarse que la fe de estos profesantes siendo como la fe que los demonios poseen, nunca puede ser la fe que confía en Cristo como su Salvador sino que es solamente un reconocimiento de la existencia de Dios y un temor a Él]. «¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?» (v. 20): «vano» significa «vacío,» exponiendo la vaciedad de uno que pretende ser justificado por la fe a pesar de la falta de evidencia de un andar obediente.

  «¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe obró con sus obras, y que la fe fue perfecta por las obras?» (vers. 21, 22). La fe que reposa en Cristo no es ociosa, sino un principio activo y fructífero. Abraham había sido justificado muchos años antes (Gén. 15:6); la ofrenda de Isaac (Gén. 22) fue el testimonio visible de su fe y la manifestación de la sinceridad de su profesión. «La fe fue perfecta por las obras» quiere decir, en la obediencia real alcanza su finalidad prevista, el propósito para el que fue dada es cumplido. «Hecha perfecta» también significa revelada o hecha conocida (ver 2 Cor. 10:9).

  «Y fue cumplida la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue imputado por justicia, y fue llamado amigo de Dios» (Santiago 2:23). La «Escritura» aquí es el testimonio de Dios a Abraham en Génesis 15:6: ese testimonio fue «cumplido» o verificado cuando Abraham dio la demostración suprema de su obediencia a Dios. Ser informados aquí de que Abraham fue «llamado amigo de Dios» está en una hermosa concordancia con el tenor de todo este pasaje, como está claro de una comparación con Juan 15:14: «Vosotros sois mis amigos, si hiciereis las cosas que yo os mando.»

  «Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe» (Santiago 2:24). En el «Vosotros veis, pues» el apóstol saca su «conclusión» de lo anterior. Es por «las obras,» por los actos de obediencia absoluta al mandato Divino, tal como Abraham hizo –y no por una mera «fe» del cerebro y los labios– que nosotros justificamos nuestra profesión de ser creyentes, que nosotros demostramos nuestro derecho a ser considerado como cristianos.

  «Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió los mensajeros, y los echó fuera por otro camino?» (v. 25). ¿Por qué traer el caso de Rahab? ¿No era el ejemplo de Abraham contundente y suficiente? Argumentos:
Primero, porque son requeridos «dos testigos» para que la verdad sea «establecida» –comparar con romanos 4:3, 6.
Segundo, porque, podría objetarse que el caso de Abraham era tan excepcional que éste no podría ser ningún criterio por el cual medir a otros. Muy bien: Rahab era una pobre gentil, una pagana, una ramera; pero ella también fue justificada a través de la fe (Heb. 11:31), y después demostró su fe por «obras» –recibiendo a los espías con el riesgo inminente de perder su propia vida.

  «Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras es muerta» (Santiago 2:26). Aquí está el resumen: un cadáver sin respiración y una fe sin valor son igualmente inútiles como en todas las muertes de la vida natural y la vida espiritual. Así el apóstol ha demostrado contundentemente la inutilidad del ropaje de la ortodoxia cuando es usado por profesantes sin vida. Él ha expuesto totalmente el error de aquéllos que descansan en una hueca profesión del Evangelio –como si ésta pudiera salvarlos, cuando la disposición de sus mentes y el tenor de sus vidas era diametralmente opuesta a la religión santa que ellos profesaban. Un corazón santo y un andar obediente son la evidencia escritural de haber sido justificados por Dios.

​Extracto del libro «la justificación»  Arthur W. Pink

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