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La opinión que cada uno tenga del pecado depende necesariamente de su forma de ver la bondad y viceversa. Una naturaleza realista tiende a concebir que el pecado y la bondad son materiales. En su opinión, el pecado es como una suerte de bacteria invisible, perceptible sólo por medio un potente microscopio. La virtud, la bondad y la santidad tendrían igualmente una existencia tangible, independiente, medible y fraccionable. Pero esto no es así. Si podemos comparar lo espiritual a lo material, ¿acaso no es esto simbolismo? La Escritura nos pone el ejemplo, comparando el pecado con una llaga, con un fuego, etc., y la bondad como gotas de agua que matan la sed, convirtiéndose una fuente de agua viva para el alma. Dejemos que el simbolismo mantenga su lugar honroso a este respecto. Pero el simbolismo consiste en la comparación de cosas que distintas, por lo tanto su identidad queda excluida.

El pecado no es algo sustancial, por lo tanto la virtud y la bondad no son esencialmente independientes. Sin embargo, Flacius Illiricus sintió que en este punto había una diferencia entre el pecado y la virtud. El pecado no es sustancial, porque es la falta, la ausencia de bondad. Pero la bondad no es la falta o ausencia del mal. La pérdida indica lo que debiera estar, pero que está ausente. El mal nunca debiera estar, por lo tanto, nunca puede faltar. Pero en cuanto a la bondad el asunto es distinto, esto es, si es que la bondad—entendida como un elemento externo e independiente —fue añadida al alma, de modo tal que pudiera decirse, “Aquí está el alma y allá la bondad.” Esto no puede ser. De la misma manera que no puede concebirse un rayo sin luz, así también la bondad no puede concebirse sin una persona de quién esta provenga. Esto fue lo que tentó a Flacius Illiricus a enseñar que el hombre originalmente era esencialmente justo. Por supuesto que estaba equivocado. Lo que él quería atribuirle al hombre sólo puede ser atribuido a Dios. La bondad es bondad. Dios es bondad. Bondad es Dios. En Dios, el ser y la bondad son uno. No hay ni puede haber diferencia entre ambas, porque Dios es perfectamente bueno en todo ámbito. Por lo tanto, incluso la más mínima separación entre Dios y la bondad es completamente inconcebible.

Sólo Dios es un Ser simple. No como lo interpreta el profesor Doedes en su crítica a la Confesión, como si en Dios no pudiera haber distinción entre personas, sino que no puede haberla en Su esencia, entre Él y sus atributos. Pero esto no es así en el hombre. Nosotros no somos simples y no lo podemos ser en el mismo sentido. Por el contrario, nuestro ser permanece aunque todos nuestros atributos sean cambiados o modificados. Un hombre puede ser bueno, y debería serlo, pero sin la bondad él sigue siendo hombre. Su naturaleza se vuelve corrupta pero su ser se mantiene igual.

El ser del hombre es o engañoso, o verdadero, no porque su alma esté inoculada con la materia de la falsedad o de la verdad, sino debido a una modificación de la cualidad de su ser. La bondad inherente no se refiere a nuestro ser sino sólo a la manera de su existencia. De la misma manera que una expresión facial de gozo o tristeza no es el resultado de una aplicación externa, sino de un gozo o tristeza internos, así también el alma es buena o mala según la forma en que ella se encuentre ante Dios.

Y esta bondad fue la herencia directa de Dios hacia Adán. Sólo Dios es la Fuente de gracia que sobreabunda. Adán nunca forjó siquiera una partícula de bien de sí mismo en la tierra sobre la cual él podría haber dicho que merecía una recompensa. La vida eterna le fue prometida no como un premio o un elemento inherente, sino en virtud de las condiciones del pacto de obras. De la misma manera en que nos oponemos firmemente a que se le aplique al Adán sin pecado las condiciones del Pacto de la Gracia, como si él hubiese vivido en Cristo, nos oponemos a la representación de que cualquier virtud, santidad o justicia procedieron de Adán sin que Dios las hubiera forjado en él. El afirmar lo contrario significaría que Adán era una pequeña fuente de un poco de bien, e iría en contra de la confesión que sólo Dios es la Fuente de todo bien.

Por tanto, así llegamos a la siguiente conclusión: que toda bondad en Adán fue forjada por el Espíritu Santo, según el mandamiento santo que le asigna a la Tercera Persona de la Trinidad la operación interna en todos los seres racionales.

Sin embargo, esto no significa que antes del derramamiento del Espíritu Santo hubiera habitado en Adán como en Su templo, de la forma en que sí lo hace en el hijo de Dios que ha sido regenerado. En este último, él sólo puede habitar, debido a que la naturaleza humana es corrupta y no es apta para ser su vehículo. Pero esto no fue así con Adán. Su naturaleza fue creada y calculada para ser el vehículo de las operaciones del Espíritu Santo. Por tanto, Adán y el hombre regenerado son similares en cuanto a que en ambos no existe bondad que no haya sido forjada por el Espíritu Santo. Pero son diferentes en cuanto a que este último sólo puede ofrecer su corazón pecaminoso para ser la habitación del Espíritu Santo, mientras que Adán ejerció sus operaciones sin su habitación, de forma orgánica y natural.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper 

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